Festivales: crítica de «One Night in Miami…», de Regina King (Toronto/Venecia)
La opera prima como directora de la actriz de «Watchmen» se centra en lo que pudo haber pasado en una reunión que tuvieron, en 1964, el boxeador Cassius Clay, el líder político Malcolm X, el cantante Sam Cooke y la estrella del fútbol americano Jim Brown. Irá por Amazon Prime.
La premisa de ONE NIGHT IN MIAMI… suena como la de una de esas películas que plantean como fantasía reunir a varias figuras históricas de un país y hacerlos dialogar sobre algunos asuntos importantes. Creo recordar que había una película argentina así pero no logró descifrar cuál era. La importante diferencia entre ese tipo de construcción y la que cuenta la opera prima de la actriz de WATCHMEN y ganadora del Oscar por IF BEALE STREET COULD TALK es que el encuentro que se narra aquí sucedió, o al menos eso es lo que cuenta la leyenda. Lo que no se sabe, lo que claramente inventó Kemp Powers, el escritor de la obra teatral en la que se basa la película y autor también del guión, es qué pasó y de qué se habló en esa mítica reunión.
La película –que fue adquirida para su distribución internacional por Amazon Prime– transcurre a lo largo de la noche del 25 de febrero de 1964 en la que el boxeador entonces conocido como Cassius Clay le quitó a Sonny Liston el título mundial de los pesos pesado en Miami. Y lo que propone es imaginar qué pasó en un encuentro posterior entre Clay, el líder de la Nación del Islam Malcolm X, la estrella de fútbol americano Jim Brown y el exitoso cantante soul Sam Cooke en un motel de la ciudad. Y en los eventos –discusiones, más que nada– que tuvieron lugar ahí se ponen en juego muchos de los temas que siguen impactando hasta hoy a la comunidad afroamericana en los Estados Unidos.
Pero, seguramente para diferenciarse de la obra teatral y «airear» un poco los acontecimientos, la película arranca mucho antes poniendo en situación y contexto a cada uno de los personajes. Vemos al simpático y arrogante Clay perder una pelea con el británico Doug Jones el año anterior, al grandote Brown ser recibido con sureña hospitalidad pero luego humillado por un vecino blanco, a Malcolm X preocupado junto a su mujer por las peleas internas en su grupo político-religioso y a Cooke teniendo un show para el olvido intentando cantar ante una audiencia blanca en el Copacabana. Pero la noche en la que, sorpresivamente, el carismático Clay gana su pelea en Miami, estas cuatro celebridades afroamericanas terminarían juntándose en el motel en el que paraba Malcolm.
Cada uno tenía una idea distinta de lo que le esperaba allí. Pero lo cierto es que la convocatoria del líder político (cuyo credo no le permitía beber ni ir de fiesta) no hacía imaginar una noche de sexo, drogas y rock & roll. Eso frustra, un poco, a Cooke y a Brown, que venían con más ánimo de festejo. La noticia que les tiene preparada Malcolm es que al otro día se anunciará la conversión al Islam de Clay, la que hará que de allí en adelante pase a llamarse Muhammad Ali. Y de ahí en más lo que irá surgiendo será una serie de discusiones y debates cuyo eje principal es el rol público de las celebridades afroamericanas y cuál debería ser (o no) su compromiso con la lucha por sus derechos.
El principal debate estará entre Malcolm (el muy buen actor británico Kingsley Ben-Adir) y Cooke (la estrella de HAMILTON, Leslie Odom Jr.), que tienen distintos puntos de vista sobre el tema. El líder político cree que hay que usar todos los espacios públicos para «difundir la causa» y acusa a Cooke de querer caerles bien a los blancos haciendo canciones tontas que solo hablan de amor. El cantante, por su parte, cree que lo importante pasa detrás de escena. En su caso: escribiendo y siendo dueño de los derechos de su música, algo que testimonia su compromiso con la idea de que los afroamericanos deben invertir en el crecimiento económico de su comunidad. Pero eso toma un cariz más personal y agresivo en una película que se desarrollará, más que nada, como una suerte de debate temático que irá de lo social y político a lo personal, una y otra vez.
Clay/Ali (Eli Goree, actor que capta a la perfección los modismos del habla del boxeador) y Brown (Aldis Hodge) tienen también sus momentos: el primero duda de su conversión religiosa y teme lo que puede perder al hacerlo, mientras que el segundo lidia con los problemas de ser una estrella en un deporte cuyos dueños son todos blancos que lo usan para sus beneficios. Pero el centro pasa por los otros dos, especialmente por Malcolm X, que no solo tiene el discurso más cercano al que se sostiene hoy sino que atraviesa una delicada situación personal ya que sabe que lo están espiando y persiguiendo. El hombre moriría asesinado al año siguiente, lo cual le da al relato una suerte de urgencia y funciona a la vez como homenaje.
La película de King es tradicional en todos los sentidos: compuesta por personajes cálidos y carismáticos que tienden a funcionar más como voceros de ideas que otra cosa (el momento en el que Cooke dice «black power… me gusta como suena eso» es acaso el más obvio de todos), logra sin embargo que el espectador vaya ingresando no solo en los temas que la película trabaja sino también en las personales situaciones de cada una de estas ya míticas figuras afroamericanas de la política, la cultura y el deporte. Es un tipo de cine antiguo, si se quiere, pero trabajado aquí de manera efectiva.
Es claro que la actriz/directora entiende a ONE NIGHT IN MIAMI… como una película «necesaria», de esas que deberían servir para abrir discusiones, especialmente dentro de una comunidad artística como la afroamericana que a lo largo de la historia se ha debatido esas mismas cuestiones respecto a su rol social. Si bien hoy son muy pocos (Kanye West, quizás, y alguno que otro más) los que le escapan a hablar del tema del racismo, a lo largo de la historia se consideró que era condición necesaria para triunfar no hacer referencias públicas a temas «espinosos». En ese sentido la película juega con todas las cartas ganadoras, pero así y todo logra ser convincente en sus planteos sobre las distintas formas de combatir la explotación y la marginación. Si haciendo fuertes declaraciones públicas o tratando de cambiar el negocio desde adentro. Quizás la solución hoy sea obvia –haciendo las dos cosas, claro–, pero entonces tal vez no era tan evidente, ya que una cosa podía anular a la otra como le pasó al propio Ali muy poco después. Hablar podía costar muy caro.