Clásicos online: crítica de «Pauline en la playa (Comedias y proverbios 3)», de Eric Rohmer (MUBI)
Esta clásica comedia romántica de 1983 del cineasta francés, parte de su ciclo «Comedias y proverbios», se centra en dos primas que se van de vacaciones y se involucran en una serie de enredos amorosos.
En la película de Arthur Penn de 1975 NIGHT MOVES (estrenada en América Latina como, ejem, SECRETO OCULTO EN EL MAR), un detective privado interpretado por Gene Hackman decía: «Una vez vi una película de Rohmer y fue como mirar pintura secarse». Siempre me sorprendió esa frase y la mayor parte de las veces que veo o reveo una película de Eric Rohmer la recuerdo sin lograr comprenderla. Se puede discutir su cine, apreciar o no su modo de narrar sus historias y las historias que elige narrar, se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con él ideológicamente y muchas otras cosas más, pero la única persona que puede pensar que sus películas son lentas o aburridas es alguien que jamás vio un film que no sea de Hollywood.
Eso se nota, especialmente, en PAULINE EN LA PLAYA. Más allá de su gusto por diálogos un tanto más extensos de lo convencional en algo que, finalmente, es una comedia romántica y de que su resolución esté muy lejos de los modos tradicionales del cine estadounidense, esta película –la tercera de la serie «Comedias y proverbios«, estrenada en 1983– tiene mucho de comedia de enredos clásica de la época de oro del cine de Hollywood. Sería imposible –salvo para alguien educado solo a base de películas de Marvel y otros blockbuster del cine de este siglo– ver un film así y considerarlo «aburrido». Pero si uno vuelve a ver la película de Penn en la que se dice la famosa frase (que es muy buena, de hecho) se dará cuenta que, en boca del protagonista en el contexto de la trama, tiene un significado muy diferente al que se popularizó.
Lo que sí llama la atención, especialmente con el tiempo transcurrido y ciertos cambios de hábitos y costumbres culturales y sociales, es la franqueza de muchas de las escenas de seducción y de sexo en una película que no intenta ser provocadora ni mucho menos (Rohmer era más bien lo opuesto a eso) pero que hoy no podría filmarse de la misma manera sin generar problemas de todo tipo, especialmente tomando en cuenta la mirada activa y sexualmente curiosa de una chica de 15 años con varios varones que la duplican (o más) en edad. Más allá de la extrañeza que eso pueda generar, el personaje de Pauline termina siendo, en la película de Rohmer, acaso el más coherente, serio y «responsable» de los protagonistas.
La adolescente Pauline (Amanda Langlet) se va a pasar unos días de vacaciones a Granville con su prima, Marion (Arielle Dombasle), una chica que prácticamente la duplica en edad. Marion está intrigada en saber de la vida amorosa de la pequeña, pero ella le dice que todavía no ha tenido una relación romántica verdadera. Marion, separada hace poco, está más en plan diversión. Ambas bajan a la playa y allí Marion se reencuentra con Pierre (Pascal Greggory), un viejo amigo de ella con el que salió hace un tiempo y que sigue enamorado de la llamativa rubia. A la conversación se suma Henri (Feódor Atkine), un hombre aún más grande que termina invitando a todo el grupo a cenar.
A lo largo de esa noche los cuatro conversarán acerca de sus personales –y muy distintas– visiones acerca de las relaciones amorosas. Luego, al ir todos a bailar al casino de la ciudad, quedará claro que Marion está interesada en Henri y no en Pierre, algo que desespera al rubio windsurfista. El enamoradizo y en principio amable joven no entiende qué es lo que Marion le ve a ese hombre mayor que es carismático, sí, pero en plan galán rudo. En tanto, Pauline funciona como espectadora de estos movimientos románticos, una suerte de acompañante de Marion que no interviene demasiado en los asuntos pero que observa todos los detalles.
En los días siguientes a esa noche (que termina como se imaginarán) se sumarán dos nuevos integrantes a la trama. Por un lado estará Sylvain (Simon de la Brosse), un chico de la edad de Pauline que se topa con todo el grupo en la playa y luego empieza a circular alrededor de la pequeña, claramente interesado en ella (bah, también en la prima, como todos ahí). Y, por otro, Luisette (Rosette), una chica que vende snacks en el balneario y que pronto aparecerá mezclada en los enredos amorosos/sexuales del ya a esa altura sexteto.
Habrá un conflicto bien específico y muy precisamente narrado por Rohmer que parece propio de una comedia de enredos clásica y que generará una serie de confusiones en el grupo. No vale la pena adelantarlo, pero es de esas mentiras dichas a modo casual que van generando malos entendidos que luego no pueden ser desandados fácilmente sin generar «víctimas». Lo cierto es que lo que ese enredo dispara deja en claro la manera muy diferente que tiene cada uno de estos personajes de entender las relaciones románticas.
El enamoradizo Pierre no hace más que torpedear la incipiente relación entre Marion y Henri porque se da cuenta –no sin razón– que el hombre solo la está usando y no tiene ningún interés real en ella. Pauline –la más perspicaz de todos– tiene en claro también que Henri no es un tipo confiable, pero prefiere no meterse demasiado en la vida de su prima. A Marion todo esto parece importarle poco («todo lo que me digan en contra de Henri me hace estar más interesada en él», dice) y sigue pendiente de los manejos del hombre.
En el medio de los problemas entre los tres adultos termina quedando involucrado Sylvain, lo cual deriva en un conflicto entre él y Pauline. Pero a diferencia de los mayores, la chica parece tener en claro cómo manejarse en ese terreno de comentarios maliciosos, sospechas y mentiras. Pierre, en cambio, pese a dar la imagen de un joven comprensivo y cariñoso, es el que termina complicando las relaciones entre todos por culpa de sus celos y su deseo de recuperar a Marion como sea.
PAULINA EN LA PLAYA puede ser vista como una comedia romántica sencilla y luminosa en la que, como sucede en buena parte de los films de Rohmer, los personajes ponen en palabras muchos de sus sentimientos, racionalizándolos. Muy conscientes de sus actos y de las estrategias que utilizan, aún cuando se engañen a sí mismos, los personajes funcionan tanto dentro la narrativa como sobre ella, analizándola y tratando de explicar porqué actúan como actúan.
En ese sentido, Pauline representa a los espectadores, ya que su mirada funciona como la más centrada dentro del marco de la ficción. La chica, pese a su inexperiencia, es capaz de observar con inteligencia a los personajes que la rodean y, cuando las circunstancias la involucran más directamente, es la que responde de la manera más lúcida y coherente, aún cuando tiene que lidiar con algunas situaciones bastante incómodas.
También se puede apreciar el film como una (ahora más que necesaria) comedia veraniega que trae a la memoria las experiencias vacacionales de la adolescencia y juventud. Cruces de miradas en la playa, encuentros y desencuentros, casas (y cuartos y camas) que están ocupadas cuando uno menos lo espera, una comida en el parque, un baile en un salón provincial un tanto decadente, indiscreciones varias. Todo ayuda a dar la impresión de un verano de emociones fuertes de esos que se recuerdan por mucho tiempo.
Lo que PAULINE EN LA PLAYA transmite hoy es, más que ninguna otra cosa, una sensación de lugar y de época. No fue pensada desde la nostalgia, claro (es un film de 1983 que transcurre ese mismo año), pero visto desde 2020 es imposible no notar el tiempo transcurrido. Desde los vestuarios y los peinados, obviamente, pero más que nada en un modo de observar ciertas relaciones íntimas que hoy podría ser cuestionado desde varios sectores. Hacer eso sería, obviamente, entender la película de una manera muy lineal. Si hay algo que Rohmer deja en claro es que, aún siendo menor de edad, la más adulta de todos y la que tiene el control en esta serie de confusos y un tanto patéticos rituales románticos es la quinceañera Pauline.