Estrenos online: crítica de «David Byrne’s American Utopia», de Spike Lee (HBO)

Estrenos online: crítica de «David Byrne’s American Utopia», de Spike Lee (HBO)

La grabación del espectáculo de Broadway del ex líder de Talking Heads funciona muy bien gracias a la tensión que se genera entre la festiva celebración sobre el escenario y las neuróticas letras del cantante. Estrenada en HBO y HBO Max en Estados Unidos.

Una anécdota que cuenta David Byrne en medio de AMERICAN UTOPIA funciona muy bien para explicar esta extraordinaria grabación de uno de los shows que hizo en Broadway y que también fue de gira por el mundo. Antes de presentar «Everybody’s Coming to My House» («Todos vienen a mi casa»), el ex líder de Talking Heads cuenta que el coro de una escuela secundaria de Detroit interpretó esa canción sin cambiarle ni una coma a la letra y sin embargo su significado se sintió muy distinto. «Cuando la canto yo –dice– el que la escucha siente que no sabe bien si quiero que la gente venga a mi casa o si no veo la hora de que se vayan. La versión del coro tiene un significado distinto. Es una canción de bienvenida, de inclusión, de invitar a todos. Y esto fue algo muy profundo para mí, una revelación. Pero, lamentablemente, yo soy lo que soy».

Creo que ahí está la explicación de porqué este show funciona tan bien. El secreto está en la tensión entre los instintos neuróticos y acaso solitarios de Byrne con el deseo y la decisión política de hacer un show inclusivo, participativo, comunal. El escenario es una celebración permanente –racial, étnica, de género, de nacionalidades e identidades– pero las letras cerebrales del cantante, su propia fisonomía y personalidad, tiran acaso inconscientemente para otro lado. Sin ese juego de por medio, todo el concepto de AMERICAN UTOPIA podría fallar o quedar como un simpático y hasta ñoño experimento bienpensante. Hecho por una persona que disecciona el funcionamiento de las neuronas en el cerebro, que habla de lo que significa el Papa para un perro o que vive de modo paranoico su propia existencia en algunas de sus letras, la fricción es notable y hace del concierto una celebración que es a la vez una liberación personal.

Y la elección de Spike Lee como director no es casual. La música de Talking Heads (y de Byrne solista, el setlist del show es casi 50/50) siempre funcionó desde una similar tensión: sonidos de influencia negra y bailable cantados por el tipo más blanco del universo, un larguirucho urbano cuyos pasos de baile entre torpes y robóticos crearon un estilo inconfundible en los años ’80. Lee es todo lo contrario (salvo en lo neoyorquino, son muy distintos en casi todo lo demás) y lo que hace él es aprovechar la puesta en escena festiva y celebratoria del show para reforzar aún más su energía física. Desde el escenario, la cámara se ubica muchas veces muy cerca y hasta entre los performers, a tal punto que parece una más de las figuras que hay allí, moviéndose con agilidad al ritmo de los músicos/cantantes/bailarines que circulan libre pero organizadamente por el proscenio.

Esa mezcla entre funk celebratorio y neurosis blanca queda evidenciada también cada vez que la cámara enfoca muy al pasar al público del show: casi todos blancos, casi todos mayores de cierta edad, casi todos con dos pies izquierdos a la hora de seguir rítmicamente lo que pasa en escena. En ese sentido, hay algo de AMERICAN UTOPIA que remeda a HAMILTON. No solo por el hecho de ser dos shows de Broadway filmados y estrenados en formato audiovisual (o cinematográfico, en términos pre-COVID y pre-Netflix) sino porque ambos son una celebración multicultural hecha para un público que puede pagar cientos de dólares una entrada. Al entrar en las casas –con Spike Lee como intermediario–, el show seguramente gana un público aún más receptivo a este tipo de propuestas.

Los que vieron el show al presentarse en Buenos Aires –o en algún otro lugar del mundo– notarán que, más allá de algunos mínimos cambios y una mayor cantidad de comentarios de parte de Byrne, es el mismo espectáculo. Y su principal hallazgo, el de tener una banda móvil, con los músicos cargando con sus instrumentos encima y sin ningún tipo de cables, monitores, pedales, micrófonos o cualquier otra «presencia» extraña, sigue intacto aquí y es tan impecable y energizante como puede serlo en vivo. Lo que uno pierde por el obvio hecho de no estar ahí, viéndolo en tres dimensiones, lo puede recuperar gracias a la energía extra que le da la cámara de Lee y el extraordinario sonido que captura lo que seguramente fueron varios shows (y algunas actuaciones para la cámara que serían imposibles de hacer en vivo) en ese escenario de Broadway.

Lo demás, claro, pasará por la relación de cada espectador con la música de Talking Heads y David Byrne. A las personas de «cierta edad» que disfrutamos de su música –o tuvimos el privilegio de cursar al menos una parte de la adolescencia cuando la banda era tapa de revistas y considerada como una de las mejores del mundo– escuchar ciertos clásicos en estas versiones furiosas y enérgicas es un placer constante y continuo, que acaso solo se relaja un poco con algunas canciones más nuevas y menos conocidas. Algo que, todos saben, pasa en cualquier show de un cantante o banda de larga trayectoria.

Así que por acá escucharán –y verán, con sus coreografías simpáticas y la potencia que dan los músicos recorriendo el escenario con sus instrumentos como si fuera una banda de jazz de New Orléans– clásicos como «Burning Down the House», «Once in a Lifetime», «Road to Nowhere» y «This Must Be the Place», entre otros, junto a temas de su etapa solista como «Everyday is a Miracle», «Here», «I Dance Like This» o «Lazy». Hay solo un cover (de un tema de Janelle Monae llamado «Hell You Talmbout», dedicado a los afroamericanos asesinados violentamente por la policía en Estados Unidos en los últimos años) que gira un poco la lógica y la temática del show y que permite el único momento en el que Spike Lee parece tomar el control del asunto. No es un cambio importante (el show está en esa tónica progre de todos modos), pero es la única escena hecha específicamente para la película por Lee. Y, en combinación con algunos discursos de Byrne desde el escenario, la más evidentemente «militante».

En realidad, no es la única escena exclusivamente hecha para la versión cinematográfica de AMERICAN UTOPIA. Hay otra, que mejor será no revelar, que empieza al final del show y continúa a lo largo de los créditos. Ahí, aquella duda de la canción del principio –la paranoia versus la inclusión, la neurosis frente a la conexión– parece resolverse gracias a la generosidad de espíritu de todos los involucrados en la propuesta. Todavía estamos a tiempo, comenta en el show Byrne, de recomponer esos circuitos cerebrales con los que nacimos y que se fueron eliminando por falta de uso. Y de hacerlo conectando esos circuitos con los de las otras personas. Como dice la canción: «Everybody’s coming to my house/And I’m never gonna be alone».


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