Estrenos online: crítica de «The Wolf of Snow Hollow», de Jim Cummings
La nueva película del realizador de «Thunder Road», una mezcla fascinante e incómoda de drama, comedia y terror, se centra en una serie de asesinatos violentos que confunde a la inepta policía de un pueblito turístico de Utah.
No debería hacer falta, pero considerando la particular combinación que existe en THE WOLF OF SNOW HOLLOW y la dificultad de cierto sector del público consumidor del cine de terror de salirse de ciertas convenciones, quizás en este caso no esté del todo mal poner la obra del realizador y protagonista en contexto. Cummings viene del cine ultraindependiente de los Estados Unidos y, a través de varios cortos y de su primer largo, THUNDER ROAD, ha demostrado un gusto para la comedia incómoda con protagonistas entre tóxicos y desagradables, en un estilo que tiene algunos puntos en común con el cine de Rick Alverson o Joel Potrykus. Dicho de otro modo: no es un realizador que se acerca al terror de una manera convencional. Y eso es algo que se nota mucho en esta muy buena y muy enrarecida película.
Todo parece comenzar siguiendo los parámetros más o menos clásicos del género con una pareja que alquila una cabaña en un pintoresco pueblo nevado (el «Snow Hollow» del título, en Utah). A la noche salen a cenar y él tiene una discusión con dos hombres, clientes del lugar. Todo parece concluir sin mayores problemas pero cuando, ya en la casa, ambos estén disfrutando de una noche romántica, ella será brutalmente asesinada al lado del jacuzzi mientras él se ducha adentro de la casa. Su cuerpo queda despedazado en medio de la nieve y, a juzgar por las huellas y la violencia del hecho, algunos policías sospechan que puede haber sido un lobo. ¿O es posible que exista algo así como un hombre lobo en la vida real?
Es cierto que es una noche de luna llena, pero John Marshall (Cummings) no cree en esas cosas. Es un detective de la policía local que, en la práctica, funciona casi como el jefe de la delegación ya que su padre (el fallecido Robert Forster, en su último papel) está bastante enfermo, aunque no quiera admitirlo. Los que hayan visto THUNDER ROAD verán algo familiar en Marshall ya que es casi el mismo personaje que Cummings interpretó en su anterior película: un tipo mentalmente inestable, muy pero muy intenso y potencialmente violento, recientemente separado y con una hija adolescente. Cambió la locación y el tipo no usa bigote, pero más allá de algún que otro detalle (acá es un ex alcohólico) podría ser la misma irritante e inadvertidamente graciosa persona.
Cummings propone un ejercicio raro aquí. Por un lado, cuenta muy seriamente una historia oscura ligada a una serie de asesinatos que bien podrían ser la obra de un animal o de una persona violenta. Y, por otro, ofrece un plantel policial que parece salido de la más absurdas de las comedias. Uno podría pensar que el tono es similar al de FARGO, pero si bien existen algunos puntos en común entre ambos estilos, acá es aún más extraño, ya que Marshall es un tipo decididamente desagradable y sufrido, más allá del raro humor que lo sigue a cada paso. Hay un elemento de drama que hay que sumarle a los anteriores.
En una película que le presta muy poca atención a los detalles específicos de los crímenes –tras la primera muerte se producen otras dos, igual o más brutales, en poco tiempo–, la cuestión principal pasa por ver cómo Marshall lidia con el caos en el que se convierte su vida. Su departamento de policía no parece encontrarle la vuelta al asunto (hay una sola agente capacitada para hacerlo, Julia, encarnada por Riki Lindhome, pero no alcanza), la salud de su padre cada día está peor, los turistas están evitando el pueblo como si fuera la peste y su relación con su hija, su ex esposa y con el alcohol parece empeorar rápidamente. Y esto hace que el hombre, al que podríamos definir como «de mecha corta», esté a punto de explotar todo el tiempo.
Cummings usa esa misma crispación e intensidad del personaje como director. Su estilo cinematográfico es igual de furtivo, voraz, veloz. La película dura poco más de 80 minutos y muchas escenas se resuelven de una manera seca y brusca, sin demasiadas vueltas. Y la situación de Marshall va volviéndose mucho más importante que el caso. En cierto modo, la trama más puramente de género del film no es más que una gran metáfora para hablar de cierto tipo de masculinidad violenta. El propio protagonista, en un momento, explica la mitología de los hombres lobo como una forma mágica de lidiar con una historia de femicidios y agresiones contra mujeres. Lo más curioso –preocupante o gracioso, depende como cada espectador se ubique ante la negritud de esta comedia– es que el propio Marshall es uno de esos hombres capaces de ese tipo de estallidos violentos. A tal punto que bien podría ser él quien esté cometiendo los crímenes en el pueblo.
THE WOLF OF SNOW HOLLOW logra ser inquietante, extraña, divertida y, sobre todo, incómoda. Como su anterior película (u otras similares, tipo THE COMEDY, de Rick Alverson o APE, de Joel Potrykus, por citar algunas), esta es una historia cuyo protagonista es un tipo bastante despreciable, perturbado y agresivo al que, de todos modos, queremos que le vaya bien. Y eso hace que aún los momentos más claramente graciosos estén teñidos de una pátina de brutalidad y hasta de dolor. Uno ve que Marshall está en caída libre y no la está pasando nada bien, pero no sabe bien si reírse o sufrir por él. Y esa es la particular brillantez y el raro desafío que propone esta singular película.