Estrenos online: crítica de «Totally Under Control», de Alex Gibney, Suzanne Hillinger y Ophelia Harutyunyan
Este documental, realizado a lo largo de los últimos meses, analiza el pésimo manejo de la pandemia por parte del gobierno de Donald Trump, poniendo el foco principalmente en la caótica primera etapa de llegada del virus a los Estados Unidos.
Prolífico como pocos documentalistas y claramente rodeado por un equipo que parece trabajar en paralelo con él en varios proyectos a la vez, Alex Gibney se ha convertido en una suerte de documentalista de la actualidad. Sus películas se hacen en pocos meses, van cambiando en función de la realidad que se va modificando durante el relato y en algunos casos quedan viejas unos meses después. Pero ha logrado hacer este tipo de «producto veloz» con bastante efectividad e inteligencia. Nadie ve documentales de Gibney en busca de innovación en el género. Ven un reportaje periodístico amplio que, en algunos casos, suma algunas revelaciones sorprendentes.
TOTALLY UNDER CONTROL es una película que resume en apenas un poco más de dos horas el pésimo manejo que se hizo de la pandemia por el nuevo coronavirus en los Estados Unidos, enfocándose más que nada en una etapa y una serie de errores y problemas que no son tan conocidos ni se han «viralizado» tanto como otros más célebres. Digamos que aquí no aparece Donald Trump preguntando si uno puede limpiarse el cuerpo por dentro con lavandina –entre otros grandes éxitos del horror de su gestión–, sino que el eje pasa por los pésimos manejos de la primera etapa, la que va desde que las autoridades tomaron conocimiento de la existencia de un raro virus en Wuhan hasta que el asunto se tornó prácticamente inmanejable.
Con entrevistas –hechas a través de un cuidadoso sistema de protección– a la mayoría de los médicos, infectólogos, especialistas, voluntarios, funcionarios del área de salud (ahora, ex funcionarios), TOTALLY UNDER CONTROL se centra especialmente en los dos meses en los que Estados Unidos no pudo ponerse en acción para frenar al virus en esa etapa inicial de pocos casos en la que mediante testeos y traceo de contactos la enfermedad puede ser contenida, manejada y, quizás, hasta eliminada.
A lo largo del film los directores compararán lo que se hizo allí en relación a Corea del Sur y digamos que los estadounidenses quedarán a la altura de un país del Tercer Mundo. En ese sentido, Gibney y compañía no tiran toda la culpa a la administración Trump. Si bien fueron claramente los principales responsables de la demora (por desatención, por negar la realidad, por inconcebibles demoras y por no seguir protocolos), también parte de la responsabilidad le cabe a la administración de Obama y a los errores de los propios científicos, producto de la confusión y celeridad de saber que se venía un problema grave y que no tenían interlocutores que siquiera los atendieran.
No les adelantaré los errores y problemas entre los científicos y autoridades durante esos meses (febrero, el llamado «mes perdido», es un compendio de desastres y demoras) porque hay que escucharlos para creerlos. Lo cierto es que la película hace una pintura brutal del gobierno de Trump en casi todas las áreas, un caos en el que nadie parece saber qué hacer, en donde todos los profesionales serios son despedidos, renuncian o se los calla para ser reemplazados por amigos del presidente (o de su familia) que no tienen idea lo que hacen y derivan todo a empresas privadas.
En una etapa posterior, en la que la película se centra en las ridículas batallas internas entre el presidente y los gobernadores para ver quien se quedaba con cargamentos de PPE («Personal Protective Equipment»: máscaras N95 y demás elementos necesarios para el personal de salud), queda en evidencia algo igual o aún más grave: la especulación económica entre el gobierno federal y las empresas privadas para beneficiarse inflando los precios de estos vitales implementos.
Algunos eventos más conocidos atraviesan la película: la politización del uso de barbijos, la insólita recomendación de Trump de tomar hidroxicloriquina (la historia de cómo llegó a él es más que ridícula), la violencia de los negacionistas de la pandemia que tristemente existen en todos lados, las amenazas públicas de Trump a los gobernadores que implementaban algún tipo de cuarentena o restricción y, fundamentalmente, la insistencia del presidente por minimizar el impacto del virus para que la economía no se paralice… cosa que igualmente sucedió.
La película fue terminada tan recientemente que entra hasta la confesión de presidente al periodista Bob Woodward acerca de que él sabía bien el riesgo que el virus implicaba en febrero y un cartel al final dice que Trump se contagió de Covid un día después de que la película se terminara. De todos modos, el final sigue abierto ya que la pandemia no ha concluido, los números siguen siendo móviles, falta todavía un tiempo para las vacunas y, más que nada, no se sabe si este impresentable sujeto seguirá siendo presidente de los Estados Unidos dentro de unas pocas semanas.
No hace falta ver la película de ficción IDIOCRACIA. Está todo aquí. Y forma parte de la realidad.