Festivales: crítica de «Intimate Distances», de Phillip Warnell (Valdivia)
Este film documental observa a una mujer que, en medio de una transitada esquina de Astoria, Queens, entabla íntimas conversaciones con extraños. En competencia internacional del Festival de Cine de Valdivia (Chile).
Astoria, Queens. 2018. Esquina de Broadway y Steinway, más algunas calles aledañas, en lo que es el centro comercial de la zona. Estamos a unas cuadras del Museum of Moving Image, en un barrio de inmigrantes con gran proporción de latinos –y bares y restaurantes donde el castellano es casi primera lengua– y que, antes de la pandemia, tenía un altísimo movimiento callejero. Gente va y viene, autos pasan, la circulación es permanente. Entre todos los que pasan logramos ver, repetidamente, la figura de lo que parece ser una mujer mayor.
La cámara espía desde cierta distancia esa esquina y algunas aledañas –un FedEx por aquí, un McDonald’s por allá, un Chase Bank, una taquería; gente, gente y más gente por todos lados– mientras sigue de modo cada vez más evidente a esta señora que parece andar por los 70 años y camina por la zona. ¿Qué hace ella? ¿Con quién se comunica con mensajes de texto que aparecen impresos en la pantalla? ¿Por qué la cámara la espía de lejos? ¿Y de quién es esa voz que nos cuenta, en off, como si él fuera quien mira, sus experiencias de vida?
INTIMATE DISTANCES no es una película de suspenso ni de espías ni nada parecido. Lejos de eso. Es una exploración documental acerca de la experiencia urbana que, al haber sido hecha antes que se popularizara la expresión «distancia social» como una cuestión concreta y medible, parece existir en un impreciso tiempo del pasado. De hecho, la combinación de términos elegida como título del film es, fundamentalmente, opuesta a este concepto. Sin ir más lejos, dentro de las leyes de la llamada proxemia, la «distancia íntima» es la categoría más cercana (menor a 45 centímetros) entre dos personas en un espacio público mientras que la «distancia social» es la tercera (mayor a 1,20 metros) en ese ordenamiento.
Seguramente no fue algo pensado por Warnell pero hoy esa diferencia entre distancias le otorga a su film una característica especial. Si uno no se informa demasiado acerca de quién es y qué hace el personaje principal podría pensar que solo es una señora mayor un tanto curiosa a la que se le da por pasarse el tiempo en esas esquinas estableciendo diálogos muy personales con hombres con los que se cruza. Lo que hace Martha es llamativo y sería hasta potencialmente arriesgado si no lo hiciera una persona con sus características y edad. Se acerca a hombres jóvenes, empieza a hablar con ellos, a conocer sus historias y luego pasa a preguntas más específicas. Hay un par, en particular, que son constantes: «¿te pasó alguna vez que tuviste que dar un giro inesperado a tu vida?». Y hay otra que también surge luego: «¿Hay algún límite moral que no te atreverías a pasar?».
Es claro que si yo hiciera lo que hace Martha ya me habrían golpeado y tirado a un zanjón, ya que está al borde de ser un stalkeo o una especie de introducción que lleva a algún tipo de propuesta ilegal o indecente. Pero a ella no le pasa. Si bien no se la escucha decírselo a sus interlocutores (imagino que en algún momento lo hará, sino no se entiende bien la excelente predisposición de los que charlan con ella), Martha Wollner es en realidad una directora de casting que recorre ese lugar buscando lo que parece ser un personaje específico que responda a cierta tipología física. Pero también a alguien que pueda sentirse directamente involucrado con los que, uno supone, son los dilemas del personaje que debería interpretar. Y por eso las conversaciones. Y por eso esos temas.
Cuando uno logra olvidarse de esa intención y del hecho de que Martha está trabajando, lo que logra es ser testigo de una serie de muy personales conversaciones entre la mujer y distintos hombres –inmigrantes o locales, pero siempre personas de clase trabajadora– que van en pocos minutos, seguramente editados, de preguntas más generales a confesiones muy personales y privadas. El micrófono permite una cercanía que no posee la cámara que está siempre alejada, tomándolo todo como si fuera operada por una especie de agente del FBI espiando algún tipo de actividad inusual en las calles. Esa combinación funciona a la perfección aunque quizás no lo hace tan bien con la voz en off enrarecida que, desde el audio en off, parece contar experiencias propias en paralelo a las que vemos. Es la voz del personaje real que Wollner busca «castear» entre sus entrevistados para lo que seguramente será un film de ficción sobre su vida.
Lo cierto es que INTIMATE DISTANCES, con su hora exacta de duración, funciona hoy a la manera de un recordatorio de la posibilidad de una conexión humana, cercana, sincera e improvisada que parece ir dejando de existir. Por un lado, por la propia virtualización de buena parte de la experiencia social. Por otro, por los propios temores y desconfianza que existe en las calles, sean de Nueva York, de Buenos Aires o de cualquier otra gran ciudad. Y, por último –como una desgraciada sorpresa que encontró a la película seguramente terminada, ya que se estrenó en el Festival Vision du Réel que se hizo online entre abril y mayo–, por las especificaciones sanitarias pensadas para evitar que se propague la pandemia por coronavirus. Hoy, extraña y tristemente, la distancia más íntima y cuidadosa, termina siendo la social.