Festivales: crítica de «The Viewing Booth», de Ra’anan Alexandrowicz (Olhar de Cinema)
En este documental el realizador expone una serie de videos sobre el conflicto israelí-palestino a una joven y ambos conversan sobre lo que se ve en ellos. Un iluminador retrato de las maneras en las que se consumen y analizan imágenes en la actualidad.
La mirada cada vez más virtual y parcializada de lo que podríamos llamar «el mundo real» es un complejo fenómeno que si bien no es nuevo ha sido llevado a extremos por los recortes algorítimicos del consumo online. No hay dos personas que compartan una misma «realidad» (algo especialmente notable en esta pandemia) y no es posible analizar un mismo hecho del mismo modo ya que quienes lo observan traen consigo una serie de condicionamientos y prejuicios que los llevan, básicamente, a ver lo que quieren ver. O lo que pueden o aprendieron a ver.
Esta línea de pensamiento es central a THE VIEWING BOOTH, un documental que explora cómo consumimos y miramos ciertas noticias, cómo nos relacionamos con determinadas informaciones en función de nuestros sistemas de pensamiento y creencias. El eje acá es el conflicto entre Israel y Palestina. Y lo que propone Alexandrowicz es una suerte de experimento humano. Ha convocado a una serie de personas para que observen videos que se distribuyen sobre el conflicto y, mientras los miran, conversar con ellos qué es lo que interpretan de lo que ven ahí.
Los videos seleccionados por el realizador son, por un lado, de una organización llamada B’Tselem –que difunde las violaciones de derechos humanos cometidas por las fuerzas militares israelíes– y, por otro, de las propias fuerzas de defensa del país o de simpatizantes con esa causa. Por motivos que, seguramente, tendrán que ver con sus ambiguas, inteligentes y analíticas respuestas, la película terminará centrándose en solo una de las personas convocadas a ver esos videos: Maia Levy, una joven estudiante estadounidense y judía que admite de entrada que, por influencia familiar, tiene una posición a favor de las fuerzas de seguridad israelíes.
THE VIEWING BOOTH se estructurará como una conversación en dos etapas entre Maia y el director mientras ambos –y los espectadores también– miran algunos de los videos que ella misma eligió en dos espacios distintos. Ella está en una cabina y él en un cuarto al lado viendo los mismos videos que ella elige. Y la mayor parte del tiempo los espectadores la vemos y escuchamos a ella ver y comentar lo que ve. La charla servirá para entender, con las limitaciones obvias de hacer un experimento con una sola persona, no solo las dificultades que estos videos tienen para «convencer» a personas que ideológicamente no están predispuestas a ser «convencidas» sino los propios problemas del género documental en general para hacerlo.
Pero no se trata de un documental de esos que funcionan para demostrar el talento o la fuerza de las ideas del cineasta a partir de mostrar las limitaciones de su interlocutor (usualmente a los directores, especialmente de documentales, les gusta tener razón y hacen sus películas para convencer a los demás de eso) sino que lo que sucede aquí es más bien lo contrario. Maia es una joven inteligente y sagaz que suele «dar vuelta» a su interlocutor con sus ideas, dudas y su conciencia de la puesta en escena que puede existir detrás de ese tipo de videos, de uno u otro bando. Y más allá de que vea lo que quiere ver –y dude más de la credibilidad de los videos que no se alinean con sus ideas previas–, Maia es consciente de sus condicionamientos y los admite.
Esta inquietante discusión es relevante para entender no solo cuestiones ligadas al conflicto entre esos países, sino la manera en la que cada segmento de la población (generacional, ideológico) consume los materiales audiovisuales que se le presentan. El experimento «anti-algoritmo» que armó el director –hacer ver a alguien lo que no quiere o no está acostumbrado a ver– tiene bemoles y particularidades que hacen pensar que este tipo de fracturas (o «grietas» como las llamamos acá) no se solucionan simplemente con exponer a ciertos espectadores a relatos e imágenes que no entran normalmente dentro de su burbuja ideológica.
Y si bien existirán muchos espectadores que puedan cambiar su visión del mundo a partir de ser expuestos a algunas convincentes imágenes e ideas (no existiría la publicidad si esto no fuera así), también es cierto que muchos otros consumidores de imágenes actuales están muy condicionados por su propio sistema de creencias para poder moverse demasiado de sus «convicciones». Desconfían de los medios, desconfían del relato y desconfían de la idea que se los puede convencer de alguna otra cosa que no sea la que ya están convencidos por otros medios y otros relatos.