Clásicos online: crítica de «La mujer del aviador (Comedias y proverbios 1)», de Eric Rohmer (MUBI)

Clásicos online: crítica de «La mujer del aviador (Comedias y proverbios 1)», de Eric Rohmer (MUBI)

Estrenada en 1981, es la primera película de la serie «Comedias y proverbios» que el legendario realizador francés dirigió a lo largo de esa década. Se centra en un hombre que descubre a su novia con otro y se dedica a seguirlo a través de París.

La primera de la serie «Comedias y proverbios» marca las pautas de lo que será ese ciclo de películas y las pequeñas –pero reveladoras– diferencias que tienen con los «Cuentos morales» que la precedieron. Los protagonistas aquí son aún más jóvenes (adolescentes en muchos casos), sus conversaciones menos articuladas y más directas, sus decisiones bastante más impenetrables y sus tramas mucho más funcionales, propias de las comedias de enredos. Todo esto estaba en films como LA COLECCIONISTA o LA RODILLA DE CLAIRE solo que aquí jugarán un rol más preponderante en la construcción de la trama.

Se podría decir que LA MUJER DEL AVIADOR es una comedia de espías que, contada de otro modo y en otro tono, hasta podría ser una película de detectives pero que acá está planteada en un tono liviano, lúdico. A lo largo de veloces cien minutos, el realizador francés sigue las desventuras de François (Philippe Marlaud), un joven de 20 años que trabaja en una oficina de correos parisina en el turno noche. Una mañana, al salir de trabajar, pasa por la casa de su novia Anne (Marie Rivière) y justo la ve salir del edificio en el que ella vive con otro hombre. Sorprendido, François la llama e intenta contactarla, pero ella lo evita. Y, cuando finalmente se topa con Anne en un café, la mujer rápidamente se excusa y se va.

El no ha visto lo que sucedió en la casa de Anne, pero los espectadores sí: la chica recibió por sorpresa a Christian (Mathieu Carrière), un amante casado que tiene (el aviador del título), quien pasó a decirle que se mudará a París con su esposa y que, como ella está embarazada, deben dejar de verse. Pero, claro, François no sabe todo esto y al ver a su novia con un hombre se siente incómodo. Si bien tienen lo que parece ser una relación bastante libre e independiente, al tipo no le gusta nada el asunto. Más tarde, al toparse casualmente con Christian en un bar, decide seguirlo por la ciudad. El hombre va acompañado por una blonda mujer y él los espía de lejos cuando se meten en un parque. En el camino, François se topa con una chica llamada Lucie (Anne-Laure Meury) a la que termina sumando a su «emprendimiento». Y así ambos se transforman en una curiosa dupla de investigadores privados. Hoy se los conocería, de hecho, como stalkers.

De ahí en adelante, los enredos y las confusiones no harán más que sumarse en LA MUJER DEL AVIADOR, más que nada a partir de las suposiciones, probablemente erróneas, que tienen François y Lucie acerca de lo que están viendo. Finalmente, la «tarea» no es más que una excusa para ir hablando del amor y conociéndose, algo que luego continuará cuando él decida retomar el contacto con Anne. Pero lejos de pintar la situación como un cuadro grave de infidelidad, venganza o hasta de agresión, Rohmer la convierte en un juego, en una suerte de estudio acerca de los extraños vericuetos mentales en las que las personas pueden entrar cuando se dejan dominar por los celos. O, simplemente, cuando tienen demasiado tiempo libre…

Hay algo del orden del deseo de ficción que parece funcionar en la cabeza de François y de Lucie, el gusto por generar historias para poder participar en ellas, actuarlas, atravesarlas. Ella, especialmente, parece ser muy perspicaz e inteligente a la hora de imaginar cuál es la relación entre el aviador y la mujer que lo acompaña. No solo eso sino que decide actuar al respecto. El, en tanto, parece de a poco ir cambiando de eje, dejando de estar tan preocupado en lo que hace o deja de hacer Anne (y su ex y su esposa) y empezando a mirar con más interés a Lucie.

De todos modos quizás el personaje más interesante –y contradictorio– sea la propia Anne, una mujer que parece muy determinada, fría e independiente, pero que demuestra ser un tanto más insegura y confundida. Una mujer independiente que vive sola en París –en uno de esos encantadores departamentos de último piso con las paredes en diagonal– y que no desea casarse ni convivir con un hombre es toda una anomalía para la época. Y Anne atraviesa esa circunstancia lo mejor que puede, siendo a veces frontal y hasta brusca pero también mostrando un lado más frágil.

El resto del paquete es puro Rohmer: excelentes actuaciones, un recorrido por locaciones precisas de la capital francesa, una cámara más móvil e inquieta que en épocas anteriores y esas escenas largas de diálogos que lo caracterizan y que alejan a sus comedias románticas de cualquier convención. Pero más allá de esas diferencias, sus «Comedias y proverbios» son fundamentalmente eso, comedias. Sus finales quizás no sean tan clásicamente felices como indican las reglas del género pero funcionan porque buscan (y encuentran) una salida lateral, inesperada. En este caso, tal vez esa salida sea la de convencerse a sí misma que es una película de aventuras.