Clásicos online: crítica de «Las noches de la luna llena (Comedias y proverbios 4)», de Eric Rohmer (MUBI)

Clásicos online: crítica de «Las noches de la luna llena (Comedias y proverbios 4)», de Eric Rohmer (MUBI)

Esta película de 1984 se centra en una mujer que decide vivir un día a la semana en una casa distinta a la de su pareja, con imprevisibles consecuencias. Pascale Ogier, Tcheky Karyo y Fabrice Luchini protagonizan esta comedia dramática del realizador francés.

El que tiene dos mujeres pierde su alma/El que tiene dos casas pierde la cabeza» es el proverbio que abre la cuarta película de la saga de Rohmer (aparentemente escrito por él mismo) y acaso sea el primero que va directo al meollo del asunto de lo que aquí se cuenta. Siguiendo en la línea de las anteriores comedias románticas de este ciclo, LAS NOCHES DE LA LUNA LLENA –acaso la menos cómica y más claramente dramática de todas– plantea, entre otras cosas, el conflicto que se adivina en aquel proverbio. Pero más allá de las mujeres (o los hombres) y las casas, esta película de 1984 es el retrato también de una generación en conflicto entre el deseo y la obligación, entre la pasión y el compromiso, entre la aventura y la decisión de asentarse en una vida adulta más estable.

Louise (Pascale Ogier) es una joven parisina que está en pareja con Remi (Tcheky Karyo) y viven juntos en Marne-la-Vallée, un suburbio en las afueras de la ciudad, cerca de donde él trabaja. Tienen ese tipo de relación un tanto desgastada de quienes llevan juntos, al parecer, bastante tiempo. Y eso se nota en las tensiones y hasta algún acceso de violencia (verbal, pero se deja entender que hay más también) que los rodea, en especial a Remi. El conflicto de inicio es claro: ella quiere salir más, ir al centro, verse con amigos y divertirse mientras que él rechaza todo eso (no le gusta la ciudad, ni las fiestas ni los amigos de Louise) y prefiere quedarse en esos suburbios un tanto anodinos pero cómodos. Louise, además, tiene un departamento libre en la ciudad y le encantaría poder quedarse los fines de semana allí.

Una primera fiesta a la que Louise va deja en evidencia la tensión entre ambos. Ella se ve mucho con Octave (Fabrice Luchini), un amigo casado que parece más interesado en ser su amante que su confidente, y a Remi le fastidia esa relación. El tipo termina yendo a la fiesta en cuestión (habría que hacer un clip en YouTube con las fiestas de las películas de Rohmer ya que son tan retro y ochentosas que parecen congeladas en el tiempo) y terminan peleados y yéndose por separado. Louise se da cuenta que la única forma de salvar su pareja (algo que dice querer, aunque no siempre parezca actuar en consecuencia) es pasar ella una noche a la semana en su piso parisino.

A Remi no le convence para nada el arreglo pero termina aceptando que ella se vaya a la ciudad los viernes y regrese a los suburbios los sábados a la mañana, lo cual para Louise es una puerta abierta a cumplir sus deseos: salir, ir de fiesta, verse con amigos y, quizás, algo más que eso. Octave está ahí, sin demasiado disimulo, esperando por su oportunidad de acercarse a ella sin la amenazante y un tanto agresiva presencia de su pareja. Pero, claro, esa libertad ganada no es solo para Louise. Remi también tiene ahora esa noche para hacer lo que desee.

Si bien la geografía de la ciudad es una parte importante de la trama y hasta del conflicto más profundo de LAS NOCHES DE LA LUNA LLENA –las diferencias sociales, culturales y estéticas entre el centro de París y los entonces recientemente desarrollados suburbios–, la película funciona casi en su totalidad en interiores. Más que nada, en las dos casas de las que habla el proverbio. En las conversaciones y discusiones que mantienen los tres protagonistas principales lo que se pone en juego tiene que ver con las distintas maneras de entender las relaciones amorosas y con la dualidad entre deseo y compromiso. O, dicho de un modo más directo, con la propia idea de la fidelidad y si es o no determinante dentro de una relación romántica.

Como las otras protagonistas de esta serie de películas, Louise es una mujer independiente que quiere tener su espacio y su libertad dentro de la pareja, algo que no le cae bien al más tradicional y un tanto recio Remi. Pero sus seguridades y convicciones flaquean una vez que el arreglo empieza a correr y se ve involucrada en un juego de celos que –como también sucede en PAULINA EN LA PLAYA o LA MUJER DEL AVIADOR— la lleva a crear posibles historias en su cabeza que pueden o no ser ciertas. A ella empieza a quedarle claro que esa libertad tiene también sus incomodidades y que no es, necesariamente, la mágica solución que suponía para todos sus problemas.

La película tiene un pequeño problema en relación a otras y eso tiene que ver, al menos para mí, con su trío protagonista. Son personajes, al menos en principio, bastante crueles, egoístas y hasta desagradables. En especial los dos hombres, quienes parecen jugar en roles un tanto prototípicos: el marido tradicional, agresivo y celoso; y el amigo elegante, urbano y bastante lascivo. Es así que Louise, aún con sus modos por momentos un tanto irritantes, termina siendo el personaje más accesible (y comprensible) de todos, a tal punto que uno no puede evitar frustrarse y hasta sufrir por sus malas elecciones.

Un tanto más seca, áspera y, si se quiere, más «adulta» en lo que tiene que ver con los conflictos específicos de los personajes, LAS NOCHES DE LA LUNA LLENA mantiene de todos modos la misma búsqueda temática de casi todas las películas contemporáneas de Rohmer (quito de aquí las históricas) y lo hace mediante personajes que se cruzan dentro de las reglas del juego de la comedia romántica, con enredos varios incluidos. La película, pese a su «irónico» desenlace, de algún modo mantiene la línea de esta serie de films de ofrecer a los personajes opciones, posibilidades y caminos a recorrer en lugar de cierres y confirmaciones.

Lo que la película no incluye dentro de su propuesta pero que se vuelve insoslayable –al menos para los conocedores de la vida de sus actores– es su condición de impensado homenaje a Pascale Ogier. La actriz de ojos enormes y delgadísima figura (hija de Bulle Ogier) moriría poco después del estreno del film, en octubre de 1984, con tan solo 25 años. Intérprete, diseñadora y figura omnipresente de las noches parisinas de entonces, Pascale ha dejado su marca en algunas pocas películas (para directores como André Techine, Jean Claude Brisseau, James Ivory, Jacques Rivette y no mucho más), pero sin duda LAS NOCHES DE LA LUNA LLENA, por la que ganó el premio a mejor actriz en el Festival de Venecia poco antes de morir, será la que todos recordarán. Y el final que le ofreció aquí Rohmer, sin saberlo, terminaría funcionando como una triste y bella despedida.