Estrenos online: crítica de «The Nest», de Sean Durkin
El realizador del filme de culto independiente «Martha Marcy May Marlene» regresa nueve años después con un drama familiar que transcurre en los años ’80 y que protagonizan Jude Law y Carrie Coon.
La casa es enorme y lujosa pero desolada. La gente que vive en ella parece perfecta, adecuada, amable. Pero falta algo. Inasible, extraño, imposible de definir. Como esos drama matrimoniales que transcurren en los años ’50 o principios de los ’60 (un poco John Cheever y mucha otra literatura clásica norteamericana de esa época, un poco MAD MEN), los personajes de THE NEST parecen moverse en un universo apacible pero apoyado en pilares de hielo. En cualquier momento, se nota, algo o todo se va a romper. Pero, ¿cuándo? Y, sobre todo: ¿Cómo? ¿Por qué?
Nueve años después de su excelente opera prima MARTHA MARCY MAY MARLENE, Durkin apuesta por un drama psicológico filmado como película de suspenso y terror. Aún cuando durante casi una hora de relato nada realmente violento, fuerte o mucho menos escalofriante sucede, la puesta en escena (la distancia de la cámara con los personajes, la oscuridad en la que ellos se mueven, el sonido cavernoso que lo inunda todo) nos hace suponer que detrás de alguna puerta aparecerá en algún momento alguna horrenda sorpresa.
Eso finalmente sucede (no del todo como se espera, pero sucede) cuando la película se decide a pasar de la amenaza a la acción, de la tensión a la agresión, cuando las cartas se empiezan a revelar ante todos los jugadores y los testigos. Rory (Jude Law, con una literal sonrisa de millón de dólares que va perdiendo con el correr del relato) es un agente de inversiones que vive en un lujoso caserón en las afueras de Nueva York. Su esposa, Allison (la excelente Carrie Coon, poniendo pie firme en un territorio en el que habitualmente solíamos ver a Cate Blanchett o Kate Winslet), tiene varios caballos y enseña a montarlos. Tienen dos simpáticos hijos: la adolescente Sam (hija de ella de un anterior matrimonio) y Ben, de unos diez años. Aunque no lo parezca demasiado (ni escenarios ni arte ni vestuario exageran la conexión) estamos a principios de los ’80, una época en la que la desesperación por el éxito monetario iría a arruinar varias vidas.
Rory es británico pero su familia entera es estadounidense. Más precisamente neoyorquina. Pero el ambicioso hombre de ojos eléctricos entiende que el dinero ahora pasa por Gran Bretaña –a la que define, con bastante clarividencia, como una isla que será tomada por el dinero multinacional cuando empiece a abrir más y más su economía– y decide volver a su país de origen a trabajar allá, intentando reconvertir a la algo vetusta compañía en la que trabajaba antes en una más moderna, arriesgada y audaz. A Allison no le gusta demasiado la idea, pero finalmente lo siguen en la aventura. Al llegar al caserón enorme y alejado de todo en el que van a vivir allí, por más lujos decadentes que encuentren, uno sabe que de ahí solo saldrán malas noticias.
Durkin dosifica información y suspenso de una manera inteligente y cuidadosa. Lo que parecen producirse son mini-fracturas, pequeñas situaciones que van tensando disimuladamente la cuerda. En el caso de Rory está ligado a su dificultad en hacer que sus colegas ingleses se muevan con la celeridad «americana» que él pretende y en ciertos «descuidos» o mentiras en el manejo del dinero. Es un tipo excesiva y hasta peligrosamente preocupado por tener un status social que económicamente quizás no pueda sostener. Pero el problema de la hasta entonces sumisa Allison revela ser más profundo, ya que ahí termina de darse cuenta que su marido tal vez no sea del todo la persona que ella creía. A partir de algunos asuntos específicos ligados al dinero, pero también a partir de ver como Rory se conduce socialmente, su cara parece decir: «¿Quién es realmente esta persona con la que me case?»
Como sucede en muchos dramas familiares en los que la tensión va creciendo de forma subterránea (una referencia posible es LA TORMENTA DE HIELO, de Ang Lee) cuando los problemas pasan a mayores uno empieza a temer por la suerte de los personajes. Aquí algo de eso sucede, pero de una manera lateral, si se quiere hasta metafórica. El problema del film de Durkin está en su brusca transición del drama humano al relato casi de suspenso. Es como si la película subiera, súbitamente, su volumen de 4 a 10 sin pasos intermedios. Y si bien es cierto que muchas veces los conflictos acumulados por mucho tiempo explotan de las maneras más desaforadas (y más cuando hay alcohol de por medio), hay un cambio de tono en THE NEST que se siente demasiado forzado, como impuesto desde afuera por alguien que necesitaba avivar el fuego del relato.
Y si bien sobre el cierre la película recupera un poco el aire y la sutileza, es una pena que algunas elecciones dramáticas sean tan estridentes y obvias, desde la actitud de los chicos (de la niña, especialmente) cuando empiezan a ser conscientes de que algo no funciona en la familia hasta la manera en la que los adultos lidian con el fracaso de lo que parecía ser un sueño compartido. Si bien, claro, las escenas «grandes» permiten el lucimiento de los actores (Coon tiene un gran momento en una pista de baile, Law uno un tanto más subrayado en un taxi), por momentos da la sensación que las acciones de ambos están más guiadas por las necesidades de la historia que por la lógica de los personajes. Y, sin embargo, quizás gracias al talento de los actores para sostener la credibilidad de las situaciones cuando se vuelven un poco arbitrarias, uno sigue pendiente de la suerte de cada uno de ellos, más individual que colectivamente. Es que el tablero ya está quebrado de forma irreparable y lo único que se puede salvar son sus dañadas piezas.