Festivales: crítica de «The Death of Cinema and My Father Too», de Dani Rosenberg (Mannheim-Heidelberg)

Festivales: crítica de «The Death of Cinema and My Father Too», de Dani Rosenberg (Mannheim-Heidelberg)

Esta película «híbrida», que combina ficción y documental, se centra en un cineasta que quiere hacer una película protagonizada por su padre pese a que el hombre está gravemente enfermo. Preseleccionada para el cancelado Festival de Cannes 2020.

Los documentales familiares se han vuelto una tradición en el reciente cine de festivales. A tal punto ha crecido esa tendencia que ya ha empezado a ser reemplazada por una más compleja, en la que esos propios temas se tratan en un complicado sistema que se da por llamar cine «híbrido». No es, estrictamente, una mezcla de ficción y documental sino una combinación en la que los límites entre una y otra cosa dejan de tener sentido (o de ser importantes) y en la que el recurso de la ficción funciona como disparador para hablar de cosas personales. En algún punto, al darle la vuelta completa a este giro estilístico, se vuelve al film de ficción autobiográfico. Y a eso, más o menos, es a lo que se acerca la película israelí THE DEATH OF CINEMA AND MY FATHER TOO.

La película de Rosenberg –que fue preseleccionada para el cancelado Festival de Cannes 2020– tiene algunos puntos en común con DESCANSA EN PAZ, DICK JOHNSON, reciente éxito en Sundance y luego en Netflix. Acá, el director lidia también con la muerte de su padre y con la posibilidad de generar una ficción cinematográfica que les permita pasar tiempo juntos en lo que probablemente sean sus últimos meses de vida. Es por eso que Rosenberg planea hacer una película en la que actúen sus padres y que tiene que ver con la amenaza de una inminente ataque nuclear iraní a Israel. Pero lo que sucede es que su padre muere realmente y la película en cuestión no logra hacerse. Y lo que el realizador hace es reconstruir, con actores, esa situación.

O al menos eso es lo que parece viendo el film y leyendo un poco sobre él. En casi ningún momento la película es del todo clara con respecto a qué es ficción y qué es realidad, algo que uno supone/adivina a partir de los formatos que se utilizan para filmar y por el uso de actores como alter-egos en gran parte de las escenas. El periodista Roni Kuban encarna a esta versión de Rosenberg que en la película se llama Assaf Edelstein mientras que el productor Marek Rozenbaum interpreta a su padre, aquí llamado Yoel. Y lo que hacen entre ambos (junto a la madre y a la esposa de Edelstein que, si me siguen hasta acá, son interpretadas por la verdadera madre y la esposa de Rosenberg) es reinterpretar escenas que deben haber vivido en la realidad mientras lidiaban con la enfermedad y trataban de llevar a cabo ese frustrado proyecto.

A esa situación hay que sumarle que la esposa de Assaf/Dani (que es actriz profesional, ya se darán cuenta al ver algunas escenas suyas de alta intensidad dramática) está embarazada y la mujer no ve con buenos ojos la poca atención que su marido le presta a su hijo por nacer y a ella. Todo eso va generando un combo dramático familiar que pasa de ser denso (por el estado de salud de Yoel) pero también gracioso, por los problemas que Assaf tiene para filmar la película de espías que desea y que lo obsesiona. De hecho, el film incluye escenas filmadas para ese thriller de espías, así como también material de otros cortos y videos caseros que Rosenberg filmó, en estos últimos casos sí con su verdadero padre.

El combo de elementos es intrigante y tiene momentos emotivos, pero a veces tiende a enredarse en su propio rompecabezas creativo y da la impresión que va perdiendo el hilo o el eje de lo que quiere contar. Cuando la película pone la mirada más claramente en las relaciones entre Assaf y su padre –o Assaf y su mujer– THE DEATH OF CINEMA AND MY FATHER TOO gana en densidad dramática y en interés. Pero cuando se pierde en una suerte de «interna» de los problemas de la producción cinematográfica, y hasta en las escenas de la ficción dentro de la ficción, la película decae en potencia. Y algo similar pasa cuando Rosenberg supera ciertos límites y exhibe algunos materiales personales de muy claro corte documental.

Parece ser bastante evidente que cierto cine de autor, un poco en el mismo camino en el que muchos se conducen en las redes sociales, ha empezado a optar más y más por la exposición directa de dramas y traumas personales incluyendo materiales que son de la órbita íntima. La distinción entre lo público y lo privado parece cada vez más desdibujado –en el mundo y también en el cine– y Rosenberg trata de encontrar una estructura que le permita poder hablar de su situación personal incorporándola a una más ligada a cuestiones cinematográficas. Es que su padre era un gran cinéfilo y uno de los elementos divertidos del film son los cuestionamientos específicos que el hombre le hace a su hijo respecto a la película que está queriendo hacer.

Un homenaje a su padre –y también al cine que él amaba–, la opera prima de Rosenberg es también el producto de lo que podríamos llamar un «salvataje». Al tener que cancelar la película que pensaba hacer con su padre, el director terminó haciendo otra sobre él. O sobre su relación con él. Un emotivo souvenir cinematográfico de un hijo cineasta a un padre que seguramente tuvo mucho que ver a la hora de transmitirle esa pasión.