Series: reseña de «The Mandalorian – Episodio 9: The Marshal», de Jon Favreau (Disney+)
La segunda temporada de la serie continúa manejando la misma línea narrativa y estética de la anterior: sumando aventuras con Mando y el pequeño Yoda al mejor estilo de los westerns clásicos de Hollywood.
THE MANDALORIAN sigue como si nada hubiera sucedido. Y no, no me refiero a la pandemia ni a la cuarentena ni a nada parecido, sino a cuestiones estrictamente narrativas de la serie. Su concepto es muy claro y hasta tradicional: es un western, una serie de aventuras y, para ser más preciso, parece tomar su forma de los llamados «seriales» del cine clásico de Hollywood, los mismos en los que se inspiró George Lucas a la hora de crear STAR WARS. Lo más interesante de la serie creada por Favreau es que se apoya más en la inspiración de la saga que en la saga en sí, bebe de sus mismas fuentes sin necesariamente usar los recursos que la propia STAR WARS desarrolló a lo largo de las décadas.
¿Qué permite eso? En principio: abrir la narración, sacarla del nicho. Esto es: escaparle a la tentación del «relato para iniciados» que caracteriza a buena parte de la cultura cinematográfica entrecruzada de hoy. Opta, curiosamente, por algo casi opuesto al Marvel Cinematic Universe (MCU), que funciona como un núcleo de películas interconectadas entre sí que construyen una idea de espectador como fan y conocedor de las minucias de ese propio universo y sus referencias gráficas. Esta es una narración apta para todo público que si bien será apreciada por los fans por detalles específicos que solo ellos podrán captar, no ningunea al espectador casual ni lo hace sentir disminuido en su comprensión de la pieza.
Quizás la elección de este formato haya sido consecuencia de los errores que le costaron caro a Disney y a Lucasfilm en la nueva trilogía STAR WARS. Allí se probó que poner todas las fichas en el fan acérrimo –a diferencia del caso Marvel, en el que el formato sí funciona– podía ser problemático, especialmente si las cosas no se hacían bien. Por esa decisión la mitología de la saga perdió fuerza a tal punto que se cancelaron o suspendieron producciones y películas a futuro. El SWCU (Star Wars Cinematic Universe) nunca llegó a armarse de la manera pensada, regurgitando historias de los personajes conocidos, de sus herederos y parientes. Y THE MANDALORIAN, que pertenece temáticamente a esa idea (es, después de todo, un spin off a partir de personajes de la saga y se incluye dentro de su línea temporal), parece haber encontrado la salida por el costado, a la manera de un reboot de una maquina que tiene demasiada basura acumulada y necesita ser limpiada y reiniciada para que vuelva a funcionar como antes.
La segunda temporada encuentra a «Mando» con la misión de llevar al pequeño Yoda con los suyos a través de lo que parece que serán –como en la primera– aventuras episódicas y resolución de problemas específicos. Mando, como solitario antihéroe de western, llega a un pueblo en problemas y, a cambio de algún dato, objeto o favor, ayuda a resolver el asunto que ese pueblo tiene… y continúa su camino siempre con Baby Yoda a su lado. Nada más claro que el primer episodio de la segunda temporada para demostrar esa tesis, centrado en nuestros protagonistas viajando a Tatooine para buscar a otros Mandalorianos que los puedan guiar en su camino.
Una vez allí se topan con el Marshal en cuestión (Timothy Olyphant en una versión galáctica de su ya clásico personaje de sheriff), un tipo que usa una reconocida armadura de los Mandalorianos pero que no es un miembro de la tribu. Como intercambio, Mando lo ayuda a resolver un problema que tienen allí con un gigante dragón de arena que está destrozando el pueblo y llevándose todo por delante, en una serie de escenas que tienen bastantes puntos de contacto con algunos episodios de la primera temporada. Uniendo rivales para enfrentar a un enemigo común y vencerlo, Mando funciona en el clásico rol de héroe de western para luego seguir su camino. Y al final habrá una aparición sorpresiva que, sí, tendrá algo de «guiño para entendidos» y que no revelaré acá.
La trama no es muy compleja (hay quienes la comparan, con cierta maldad, a las etapas de un videojuego) pero funciona muy bien, especialmente porque, vía la acción y la aventura, resuelve el problema de contar con dos protagonistas con evidentes problemas de comunicación. A uno no se le ve la cara y sus comentarios son más bien fríos y secos. El otro, su opuesto, no habla jamás pero es puro ojitos y ternura, humanizando al Mandaloriano con su mirada y su babytalk. Es por eso que casi todo aquí es movimiento, acción, propulsión. Casi no hay escenas dramáticas en el sentido clásico, o al menos no por ahora.
El único problema de «The Marshal» es su duración. Parte de la gracia y del sentido de los episodios de la primera temporada era su brevedad (usualmente no llegaban a la media hora) pero este supera los 50 minutos. Esa brevedad traía a la mente aún más la nostalgia por los seriales de cine de entreguerras y las series de TV de los años ’50 y ’60 a lo BONANZA o tantos otros westerns de esos que vieron homenajeados en HABIA UNA VEZ EN HOLLYWOOD, de Quentin Tarantino. Permitía, además, que los episodios puedan ser disfrutados de un tirón, sin hacerse demasiados problemas por su casi aparentemente descartable simpleza. Si cada episodio empieza a durar 50 minutos esto puede complicarse y ya no ser suficiente con el concepto de «matar a un dragón» por capítulo.
Veremos cómo avanza la temporada con el correr de los episodios. Por ahora –más allá de ese detalle de extensión, quizás justificado por ser el primer episodio y por poner las fichas en movimiento– todo parece indicar que los creadores de THE MANDALORIAN pusieron pausa al final de la primera temporada y, confiados en la fortaleza de sus convicciones, siguen como si nada hubiera sucedido. En la ficción, al menos, eso es todavía posible. En la realidad, se ha vuelto bastante más complicado.