Clásicos online: crítica de «El amigo de mi amiga (Comedias y proverbios 6)», de Eric Rohmer (MUBI)
En la sexta y última película del ciclo, estrenada en 1987, el realizador francés vuelve a los suburbios «modernos» de París para contar una serie de historias de amor cruzadas entre dos hombres y dos mujeres.
La sexta y última película del ciclo «Comedias y proverbios» acaso no sea la más lograda de la serie que el realizador francés hizo en los años ’80 pero quizás sea la que mejor retrata la época en la que transcurre. EL AMIGO DE MI AMIGA puede contar la historia de un triángulo (o un cuarteto) amoroso que, en un punto, es bastante convencional, pero el verdadero interés de Rohmer parece ser el de retratar a un tipo de personaje que con el que ha jugado en todo este ciclo, solo que aquí de un modo más directo.
Como en LAS NOCHES DE LA LUNA LLENA, los personajes de esta película de 1987 viven en las afueras de París, en este caso en el funcional y moderno (para la época) suburbio de Cergy-Pontoise, cuya arquitectura es casi opuesta a la típica parisiense. Se trata de un lugar abierto y con poca gente, de calles amplias, shopping centers y edificios impersonales (más allá del impactante Axe Majeur donde vive la protagonista y que tiene reminiscencias imperiales) en los que viven funcionarios y empresarios, personas de la burguesía que tienen poco y nada que ver con los usuales artistas e intelectuales que suelen poblar las películas parisinas.
Una de ellas es Blanche (Emmanuelle Chaulet), una burócrata tímida y solitaria que se hace amiga de Lea (Sophie Renoir), una chica aún más joven que ella (Blanche tiene 24 y Lea, 22) y muy distinta en su forma de actuar: más suelta y seductora. Lea está en pareja con Fabien (Eric Viellard) pero no parece demasiado contenta con la relación. Blanche, en tanto, está obsesionada con Alexandre (François Eric-Gendron), un galán un poco mayor que todos ellos, con el que no logra avanzar, supone, por su propia torpeza e impericia. En algún punto del relato, cuando Lea se vaya de vacaciones en secreto con otro chico, Fabien y Blanche se acercarán amistosamente en una suerte de juego entre potenciales parejas que solo se definirá sobre el final.
Ese «juego» que plantea Rohmer es, si se quiere, una excusa liviana, amable, para observar los comportamientos de los personajes. Lo que a Blanche se le plantea es un dilema ético habitual en los personajes del director de MI NOCHE CON MAUD que en este caso podría formularse así: «¿estoy traicionando a mi amiga si me enamoro de su novio aún cuando sé que ella está de vacaciones con otro y me ha dicho más de una vez que se quiere separar?» Ese es el conflicto que Blanche lleva adelante y que también preocupa a Fabien, que no tiene tanta información respecto a las andanzas ni a las ideas de Lea pero que se descubre mucho más a gusto con la blonda.
Estos juegos amorosos son aquí un buen eje para observar los comportamientos de personajes que son la quintaesencia del universo que Rohmer ha planteado centrarse en este (y posteriores) ciclo: historias de oficinistas, empleados de negocios, burócratas de bajo rango, empresarios, personajes de suburbios de clase media que parecen tener más en común con sus pares norteamericanos (estamos en los ’80, años de crecimiento de esta suerte de nuevos ricos del mundo de las finanzas) que con los habituales y más oscuramente conflictuados personajes del cine francés y hasta de los de algunas de las películas de Rohmer del ciclo «Cuentos morales«.
Es por eso que las idas y vueltas románticas del cuarteto sirven más como guía para observar hábitos, comportamientos, costumbres, tipos de diálogos y, sobre todo, escenarios. El universo aséptico, límpido, desprovisto de todo aquello que el cliché podría definir como típicamente francés (más allá de algunos detalles que, bueno, son imposibles de evitar y más en películas de esos años) es lo que hace de EL AMIGO DE MI AMIGA un objeto de época, equiparable a películas norteamericanas como SECRETARIA EJECUTIVA y no solo por los colores, vestuarios y hombreras gigantes. Rohmer –que en ese entonces ya rondaba los 67 años– logra comprender muy bien las rutinas de este específico grupo que no responde ni a los cánones parisinos pero tampoco al de la «gente de provincias», otro grupo largamente analizado por el cine francés.
Con una paleta de colores que solo se va del blanco/gris para incorporar los verdes y azules del paisaje y de las vestimentas, el realizador francés parece crear una suerte de drama abstracto que funciona por detrás del más evidente plot de secretos, mentiras y confusiones propias del género de la comedia romántica. Los escenarios terminan produciendo algo parecido a un film-ensayo, una suerte de película sobre las comedias románticas más que una propiamente dicha. Pero, de todos modos, no sería una película del director de EL RAYO VERDE si no consiguiera momentos de introspección de sus personajes que, en este ciclo, son casi siempre femeninos.
Es que más allá de las debilidades (o convenciones seguidas al pie de la letra) que en algún punto tiene la historia, Rohmer logra aquí algunos momentos de indudable profundidad, especialmente en la crisis que atraviesa Blanche a la hora de descubrir su incapacidad para «conectar» con Alexandre y, a la vez, no saber cómo manejar su incipiente e inesperado interés en el «amigo de su amiga». Nadando en un lago, caminando por los bosques y mirando los árboles ser sacudidos por el viento, Blanche descubre que el amor tiene aristas más complicadas que las líneas rectas, definidas y pulcras del barrio impersonal en el que vive. Y que las cosas, a la hora del amor, no son tan limpias ni tan claras ni tan prolijas como uno quisiera que fuesen.
Entrando a este link, las críticas de las otras cinco películas del ciclo «Comedias y proverbios» que presenta MUBI