Estrenos online: crítica de «Beginning», de Dea Kulumbegashvili (MUBI)
Esta opera prima georgiana se llevó los premios principales del Festival de San Sebastián (mejor película, directora, actriz, guión) con su dura historia de una mujer de una minoría religiosa que es sujeta a todo tipo de intolerancias.
La primera escena de BEGINNING, la opera prima de la realizadora georgiana, deja en claro en buena medida ciertos mecanismos estilísticos y hasta el arco dramático del film, que ganó varios premios (mejor película, director, actriz y guión, nada menos) en el Festival de San Sebastián. A lo largo de ocho minutos, con la cámara fija y en formato de imagen casi cuadrado se observa el inicio de una ceremonia religiosa de un grupo de Testigos de Jehová en un pequeño salón en lo que, veremos después, es un pueblo igual de pequeño. La gente llega, se acomoda y comienza un sermón en el que se recuerda la clásica historia de Abraham y su decisión –primero promovida y luego impedida por Dios– de sacrificar a su primogénito Isaac. En medio de la homilía se abre una puerta y alguien lanza un explosivo dentro del templo. Sin movimiento alguno de la cámara, hay escenas de pánico y nuevas explosiones. Y ya con la gente afuera, el lugar termina completamente quemado.
No toda, pero buena parte de la película está ahí. No solo la metáfora religiosa, que seguirá girando a lo largo de la historia, sino un sistema que comienza de la manera más calma y en apariencia intrascendente pero que le deja al espectador la sensación de que esa calma se puede quebrar, brutalmente, en cualquier momento. La protagonista es Yana (Ia Sukhitashvili), la esposa de David (Rati Oneli, también co-guionista), líder de esa congregación, con quien tiene un hijo llamado Georgi (Saba Gogichaishvili). Tras la explosión, David toma la decisión de denunciar el hecho a las autoridades y reconstruir la iglesia. Pero Yana ya no quiere saber nada con seguir ahí y desea irse a Tbilisi, la capital. David le promete que en un tiempo lo harán y se marcha a esa ciudad a reunirse con los líderes de su congregación.
Yana se queda con su hijo y con sus actividades educativas con los niños de la comunidad, pero claramente está afectada por lo que pasó. Una ex actriz que decidió dejar su carrera para formar una familia con David, Yana parece darse cuenta que su realidad tiene poco que ver con sus sueños. «Me siento invisible», le dice a su marido, quien responde con la abusiva lógica de «sabías en lo que te metías al casarte conmigo». Todo empezará a dar un vuelco dramático –y un tanto fantástico/alegórico– cuando un detective de la policía llamado Alex (Kakha Kintsurashvili) va a la casa de Yana, la presiona para que su marido deje de lado la denuncia y luego la acosa sexualmente, dejándola shockeada.
Con su ritmo pausado y su tensa calma sostenida por la construcción sonora del chileno Nicolas Jaar, BEGINNING va encaminándose hacia un destino seguramente trágico. Pero antes de llegar allí –donde la película se pone claramente bíblica–, la realizadora entrega algunas escenas líricas y calmas que intentan comunicar el estado psicológico de Yana. En el momento más bello del film (la foto que abre esta crítica es de esa escena), la mujer se queda quieta, quizás dormida, tirada en medio de un campo. Su hijo intenta despertarla pero no lo logra y se va. Promediando la calma pero inquietante escena, el sonido desaparece por completo y Yana queda tendida durante varios minutos, en medio de un silencio absoluto, en lo que parece ser un momento de escape o de momentánea paz interior.
Una paz que no durará mucho, previsiblemente, ya que de ahí en adelante Kulumbegashvili lanzará a la trama varios tomos juntos de las Sagradas Escrituras y, se sabe, una vez que estas historias aparecen, tiembla hasta la propia Tierra. Y a Yana le toca lidiar con todas las intolerancias posibles: la religiosa de parte del Estado, la del abuso sexual ligadas a los límites de sus fantasías y la de su marido, que la desprecia con esa forma tan pasivo/agresiva con lo que lo hacen muchos que se pretenden creyentes devotos. La angustia de Yana irá creciendo paso a paso, algo que una visita a su familia tampoco logra calmar.
Con claras influencias de cineastas como Carlos Reygadas, el primer Bruno Dumont o Michael Haneke –por citar referencias que sirven para entender temática y estilísticamente la propuesta–, BEGINNING posee muchos de los elementos que han hecho fascinante al cine de esos realizadores y también algunos de sus problemas. Lo primero está a la vista (Reygadas, de hecho, es productor ejecutivo del film) y tiene que ver con el tono, algunos recursos de la puesta en escena y la forma en la que los aspectos religiosos y místicos se mezclan en las vidas cotidianas de personajes de pequeños pueblos campestres. Y los problemas van apareciendo sobre el final: una suerte de gravedad aleccionadora, de crueldad bíblica (o de tragedia griega) y de necesidad de impactar al espectador por donde menos se lo espera. Algo así como «premiar» la paciencia de los fieles con algún brusco e inesperado giro dramático que los lleve de vuelta a casa perturbados.
Un elemento que complica, de una manera interesante, las metáforas de BEGINNING –y que es algo que ha empezado a volverse una cierta tendencia en el cine de autor de formato más contemplativo (pensar, por ejemplo, en JAUJA, de Lisandro Alonso)– es la aparición de elementos posiblemente fantásticos, inexplicables o místicos. Algunos hechos concretos o hasta personajes del film parecen existir en un territorio dudoso entre lo real y lo imaginario, entre lo posible y lo fantástico. La película nunca lo hace del todo evidente, pero deja entrever que lo que cuenta entra dentro de un territorio más cercano a la alegoría religiosa hecha y derecha. Alternativa y hasta pagana, quizás, pero religiosa al fin. Y que su extraña historia de padres, madres e hijos, de Jehová y Satanás y de manzanas y serpientes acaso termine siendo una oscura reflexión sobre el estado de un mundo en el que Dios (o como prefieran llamarlo) parece haberse tomado unas largas vacaciones.
Muchas ganas de verlas, Jaar es un artista, seguramente es otra de sus grandes obras.
Gustavo Woltmann