Estrenos online: crítica de «The Dissident», de Bryan Fogel
Centrándose en datos poco conocidos de sus enfrentamientos con la monarquía de su país, este documental narra la historia de Jamal Khashoggi, el periodista saudí brutalmente asesinado en Turquía en octubre de 2018.
Uno de los crímenes políticos más relevantes –y espeluznantes– de los últimos años fue el del periodista saudí Jamal Khashoggi, que fue colaborador de The Washington Post, entre otros trabajos. El hombre –que fue asesinado en el Consulado de Arabia Saudita en Estambul, Turquía, de un modo brutal– se había convertido en los últimos años en un enemigo del régimen liderado por el Príncipe Mohammed bin Salman (conocido como MBS) al denunciar los distintos modos de opresión de su gobierno. Lo curioso del caso es que, décadas antes, el propio Khashoggi había trabajado para la monarquía saudí, algo que empezó a cambiar en 2011, luego de haber experimentado el (breve) recambio democrático producido por la llamada Primavera Arabe, y que continuó con su solitario exilio, en 2017, a los Estados Unidos.
El director de ICARUS, el documental sobre doping en Rusia que ganó el Oscar en su género hace tres años, narra aspectos desconocidos del caso, cuyos datos principales tuvieron amplia repercusión a partir del asesinato que tuvo lugar en octubre de 2018. En paralelo a la historia de vida de Khashoggi y de las investigaciones y repercusiones del crimen, Fogel introduce a los espectadores a un universo de ciber-espionaje entre Arabia Saudita y los disidentes políticos que operan desde el exterior que llega a ser casi tan escalofriante como el propio asesinato.
La historia de Khashoggi y su relación con Arabia Saudita en general y con MBS en particular es larga y complicada, pero lo cierto es que el hombre pasó, en poco tiempo, de ilusionarse con un régimen que prometía un recambio y mayores aperturas para el país a frustrarse por las persecuciones políticas que no solo seguían sucediéndose sino que crecían allí, pasando de ser un reformista crítico (pero aceptado dentro) del sistema a un disidente hecho y derecho. El mundo de Twitter, particularmente, es un eje central del film, ya que la colaboración del periodista con un grupo de disidentes que opera desde Canadá (liderados por Omar Abdulaziz) y que trata de contraponerse al discurso oficial que se impone en esa red social gracias a un ejército de trolls oficialistas, fue una de las posibles causales de su asesinato.
El otro eje de THE DISSIDENT será el crimen en sí, con sus horrorosos detalles, que la película logra omitir al exponer solo una parte (las transcripciones de conversaciones) de ellos, una sucesión de escalofriantes hechos que parecen surgidos de un thriller político mezclado con un film de terror gráfico. Lo que seguirá también es la investigación y las repercusiones del caso, que irá desde los niveles oficiales (la ONU, la CIA, el Congreso de Estados Unidos y la participación de Hatice Cengiz, la mujer turca que se estaba por casar con Jamal cuando lo mataron) a los procedimientos secretos que incluyen espionajes online tan precisos y de alto nivel que harán a más de uno tirar sus celulares a la basura.
Más allá de algunos recursos formales innecesarios pero ya típicos de los documentales de estos años (de las infinitas tomas de drones a ciertas escenas claramente armadas para las cámaras), THE DISSIDENT es una película muy potente no solo a la hora de mostrar cómo ciertos gobiernos no democráticos destruyen de distintas maneras cualquier atisbo de oposición política sino también al poner el ojo en la complicada relación de un país como Arabia Saudita –poseedor de casi la mitad de los recursos petroleros del mundo– con las grandes potencias occidentales. Pese al revuelo y la condena internacional generadas por el crimen –uno que implica particularmente a Jeff Bezos, fundador de Amazon, dueño de The Washington Post y uno de los hombres más ricos del mundo–, algunos amigos del regimen saudí como el presidente estadounidense Donald Trump se negaron a mover un dedo al respecto. Se ve que aquel credo estadounidense de la «defensa de la libertad» en todo el mundo tiene, claramente, un límite económico.
Un dato extra –pero no menor en este contexto– es que la película fue estrenada en el Festival de Sundance 2020 (aunque claramente actualizada, antes de su estreno, con hechos que tuvieron lugar a lo largo del año) y ninguna de las grandes plataformas de streaming se mostró interesada en adquirirlo pese a su evidente potencial. Ni siquiera la compró Amazon Prime, propiedad del mismísimo Bezos, uno de los principales damnificados por el crimen y, especialmente, en función de lo que le sucedió después a título personal. Una muestra más, si se quiere, del poder del dinero del petróleo, de la influencia de los países que lo controlan y del miedo de las grandes corporaciones multinacionales a perder mercados potencialmente lucrativos en el mundo.