Clásicos online: crítica de «Fuego contra fuego», de Michael Mann (Amazon Prime Video)
Algunas ideas sobre esta clásica película protagonizada por Robert De Niro y Al Pacino al cumplirse 25 años de su estreno.
Siempre que uno revisa películas que han atravesado con gloria el paso del tiempo tiende a hacerse la misma pregunta: ¿cuáles son los motivos? Es una pregunta que se vuelve aún más específica con “Fuego contra fuego”, el drama policial de Michael Mann que se estrenó hace 25 años, el 15 de diciembre de 1995. Uno podría decir que hay decenas de thrillers de similar temática en los que la relación entre un policía y un ladrón se vuelve casi simbiótica y que incluyen grandes escenas de acción, muy buenos actores y un guión bien construido, entre otras cuestiones. ¿Qué es lo que hace entonces que esta película sea considerada indiscutible, épica, un clásico aún entre clásicos del género?
Uno podría arriesgar varias respuestas posibles y muchas de ellas sonarían apropiadas, pero tengo la impresión que ninguna es del todo correcta ni por sí sola alcanza a explicarlo. Veamos algunas a modo de ejemplo. Cuenta con dos intérpretes de lujo como Robert De Niro y Al Pacino que tienen un par de escenas por primera vez en la historia tras trabajar casi en paralelo durante un cuarto de siglo (“El Padrino 2” no cuenta ya que estaban en líneas de tiempo diferentes). Tiene un guión notable que logra dar vida, desarrollo y credibilidad a más de una docena de personajes. Tiene una impresionante escena de acción y tres o cuatro más que son casi tan perfectas como aquella, aunque sin ser tan espectaculares. Su guión logra entrecruzar las vidas y personalidades de sus dos protagonistas de una manera que no es común en este tipo de películas, dejando de lado convenciones como las de “héroe” o “villano”. Es visualmente potente, por momentos impactante, logrando capturar la ciudad de Los Angeles de un manera poco usual en el cine.
Se podría decir que todas estas opciones, reunidas, conforman un clásico. Y si bien eso es cierto, volviendo a ver la película tengo la impresión que lo que trasciende en ella es otra cosa, un tanto más inasible. Es su puesta en escena, la manera en la que está filmada, la concepción visual de Mann a la hora de trabajar todos estos temas y darles un carácter que podría definir como poético. Quizás el espectador no logre darse cuenta en primera instancia –la potencia de ciertas composiciones visuales suelen atacarnos de modo subconsciente–, pero “Fuego contra fuego”, como todo el cine de Mann, es una película particularmente estilizada, elegante y ligeramente abstracta cuya paleta visual de colores, ángulos de cámara y composiciones de cuadros no siempre se adecúan a los estándares del cine clásico pero no por eso pasan a la frontera de lo experimental. Solo pueden definirse como evocativas, reveladoras y muy pero muy personales.
En “Fuego contra fuego” Mann pinta a Neil McCauley (De Niro) y Vincent Hannah (Pacino) como figuras solitarias recortadas sobre espacios enormes, visualmente inabarcables (ambientes, casas, la propia ciudad), contrastando la compleja relación que se va generando entre un ladrón frío y profesional que no quiere tener ninguna relación personal que le limite la libertad de movimientos y un policía más intenso y caótico, pero igualmente obsesivo, con el vacío que los rodea, un vacío que es físico pero también emocional, un espacio negativo que construye sentido desde lo que no está. La frialdad de los colores (la película es un catálogo de azules y grises), la economía del vestuario de ambos (quizás la parte más claramente “noventosa” de la película) y la elección de escenarios muchas veces en los márgenes de la ciudad (depósitos vacíos, aeropuertos de noche, autopistas, hoteles, estaciones, autocines abandonados) no hacen más que acrecentar esta sensación de que la película transcurre en un no-lugar que es, a la vez muy realista y completamente psicológico: un paisaje de la mente.
En algunas entrevistas el director de “Colateral” –película en la que llevaría aún más lejos sus obsesiones visuales, al borde de la abstracción—hablaba de esta preocupación y la conectaba con la idea de crear en el espectador una experiencia subjetiva que conecte más con la manera en la que uno vivencia una situación que con el modo en el que se la mostraría desde una perspectiva más “objetiva”. En “Fuego contra fuego”Mann apuesta a que la película en sí se transforme en una sensación, en un viaje que, sin alejarse casi nunca del realismo (la trama es muy concreta y específica en ese sentido), trate de encontrar poesía en los movimientos y las acciones de los personajes, haciendo de una trama criminal relativamente convencional una especie de melancólico cuadro de Edward Hopper con armas cuidadosamente apoyadas en las mesas.
Es cierto que todo ese andamiaje visual no serviría de nada sin un sostén dramático fuerte. Y creo que ahí lo más destacable de la película es la voluntad “horizontal” de Mann, que implica incorporar a la película un importante desarrollo dramático de los personajes secundarios. Es la historia de Neil y Vincent, pero también la de Chris (Val Kilmer), Eady (Amy Brenneman), Justine (Diane Venora), Charlene (Ashley Judd), Nate (Jon Voight), Michael (Tom Sizemore), Trejo (Danny Trejo), Drucker (Mykelti Williamson), Donald (Dennis Haysbert), Waingro (Kevin Gage), Alan (Hank Azaria), Van Zant (William Fichtner) y hasta la entonces adolescente Natalie Portman, en el rol de Lauren, la atribulada hija de la mujer de Vincent. No solo por la presencia de importantes nombres en el elenco, sino porque cada uno de ellos es una persona real, con una historia que la película logra colar en su universo narrativo, volviéndola más creíble, dándole a los violentos y en apariencia fríos acontecimientos el carácter de una tragedia humana con enormes repercusiones emocionales.
Y claro que no se puede soslayar el duelo De Niro/Pacino que, en 1995, eran los dos actores más renombrados e importantes del cine hollywoodense (se puede argumentar que lo siguen siendo) y que sirvió para vender comercialmente la película como un evento único. Son dos estilos actorales distintos que en la película son indistinguibles de las características de los personajes. Como sucedía también en cierto modo en la reciente “El irlandés”, el choque del usualmente metódico y más discreto De Niro con el más expansivo y, si se quiere, grandilocuente Pacino (aquí tiene un par de “explosiones” inolvidables) produce en el espectador una serie de referencias cruzadas que le agregan gravedad y potencia a la película.
Uno ve, en ese juego civilizado entre dos hombres que se respetan como rivales, una suerte de ajedrez psicológico que llevará a alguno de ellos a cometer errores imperdonables en la definición de la partida, pero también ve el peso de lo que entonces ya era un cuarto de siglo (hoy, ¡medio siglo!) de historia del cine en cuerpo presente. Y por más que, inteligentemente, la cámara de Mann insista en separarlos físicamente uno del otro, la tensión se palpa en cada instante. Y ahí, finalmente, la película termina por volverse una experiencia subjetiva, una que el espectador completa con los años que lleva viendo estos cuerpos y estos rostros en la pantalla. En una charla en una mesa de café hablando de sus vidas cotidianas o a través de un plano de dos manos entrelazadas en medio de una oscura y desolada pista de aterrizaje del aeropuerto de Los Angeles, “Fuego contra fuego” une finalmente a los personajes y, a través de ellos, a dos actores que son parte de la gran historia del cine.
Nota publicada originalmente en La Agenda de Buenos Aires. Link, acá.
Una chota