Festivales: crítica de «Aurora», de Paz Fábrega (Rotterdam)
La nueva película de la realizadora costarricense de «Agua fría de mar» se centra en la relación entre una adolescente embarazada y una mujer que se ocupa de ayudarla. En la competencia Big Screen del festival holandés.
Hay cineastas con los que uno siente una afinidad natural. Una cuestión de estilo, de forma de filmar, de manera de mirar el mundo. Algo así me pasa con el cine de Paz Fábrega, la realizadora costarricense de películas como AGUA FRIA DE MAR y VIAJE. Se trata de una directora cuyo estilo, minimalista, parece fluir naturalmente, alguien que construye sus escenas de una manera que coquetea con el documental y que te lleva a través de sus historias como quien cuenta una anécdota en una mesa familiar. El fuerte no necesariamente está en la anécdota en sí, sino en la manera relajada, desdramatizada e inteligente de contarla. Hay algo en su cine que, pese a todas las diferencias, me hace acordar al de Hong Sangsoo, Richard Linkater o Mia Hansen-Love. Es algo imperceptible, quizás, que solo puedo tratar de explicar de la siguiente manera: el estilo y la historia –el tema y la forma de tratarlo– parecen estar conectados entre sí de una manera indivisible.
Seguramente hay un millón de maneras distintas de contar la trama de AURORA y muchas de ellas ya se han usado. La historia de una adolescente que queda embarazada y oculta el asunto a su familia mientras trata de ver qué hace no puede considerarse, digamos, una novedad. Pero la manera en la que la encara la realizadora costarricense es personal. La protagonista, en realidad, no es Julia, la chica de 17 años que dice no saber cómo ni cuándo ni de quién ha quedado embarazada, sino Luisa, una arquitecta y profesora escolar que es quien la descubre, en un baño, vomitando. Y decide ayudarla y, hasta cierto punto, hacerse cargo de ella.
Lo que sigue se centrará en la relación entre ambas y en los intentos de Luisa de encontrar un destino –una adopción por carriles no oficiales, digamos– ya que el aborto está prohibido en Costa Rica y, además, el embarazo ya está muy avanzado para cuando ella aparece en la vida de la chica. Para Luisa, que vive ocupada y trabajando todo el día –algo que parece hacer con mucho amor y dedicación– es una manera de conectar con alguna parte suya que prefirió no desarrollar. No se trata de una mujer que descubre un deseo materno más o menos tardío –al contrario, parece disfrutar de su libertad y sus relaciones a distancia–, sino alguien que intenta llevar una personalidad pública abierta y generosa al ámbito privado.
Julia, en tanto, es más inexpugnable, misteriosa. No se sabe muy bien qué quiere y parece andar por la vida con una expresión de desinterés que oculta en realidad una vida familiar (y quizás personal) no del todo satisfactoria. Tiene amigos, pero su relación con ellos y su mundo parece igual de anodina, casi intrascendente. No es –como sucede en otros films que retratan situaciones similares– un encuentro entre clases sociales, ni Luisa una suerte de «heroína» de clase media/alta que sale al rescate de una chica de bajos recursos. La relación pasa por otro lado, quizás por encontrar los lazos en común que ambas tienen entre sí o por la manera en la que Luisa se ve reflejada en Julia.
Como decía al principio, Fábrega filma como si las escenas no podrían ir hacia otro lado del que van, como si los hechos no podrían conectarse de otra forma que la que lo hacen. Jamás se siente el guión, ni la utilización de los personajes como ejemplo, modelo o representantes de algo. Son, simplemente, Luisa y Julia atravesando juntas y por separado una experiencia que alterará la vida de ambas. Aunque quizás no de la manera en la que lo esperan.