Festivales: crítica de «Dear Comrades!», de Andrei Konchalovsky (Rotterdam)
El veterano realizador ruso recupera una masacre obrera que tuvo lugar en la Unión Soviética en 1962 a partir de la historia de una burócrata del Partido Comunista que tiene una crisis de conciencia al ver las consecuencias personales que tiene la represión.
Continuando con su ciclo revisionista de crímenes cometidos durante la época de la Unión Soviética, el veterano realizador de SIBERIADA y, eh, TANGO & CASH recupera un episodio trágico y poco conocido de la historia de ese país: una masacre que tuvo lugar en 1962 cuando un grupo de trabajadores de Novocherkassk hicieron una huelga y una demostración frente a las oficinas de gobierno de esa ciudad. La cosa no solo terminó muy mal sino que fue luego negada y silenciada hasta la década del ’90.
El veterano director, de 83 años (su primer crédito es como guionista de LA INFANCIA DE IVAN, que se estrenó el mismo año en el que transcurren los hechos de esta película) organiza su relato en torno a un formato, si se quiere, clásico, al que podríamos denominar «de arrepentimiento» o de «crisis de conciencia». En este caso, se centra en la experiencia de una mujer, burócrata del gobierno local, que pasa de ser una convencida del régimen y de usar todos los medios posibles para reprimir a los manifestantes, a desesperarse cuando se da cuenta que entre ellos podría estar su hija, que no aparece por ningún lado.
Este bello, tenso y oscuro film en blanco y negro que usa un formato de pantalla clásico, casi cuadrado, se cuenta la historia de Lyuda (Julia Vysotskaya), una fervorosa y apasionada burócrata del Partido Comunista cuya principal crítica al régimen de Nikita Kruschev es que no es tan duro como el de Josef Stalin. Si bien hay aumentos de precios que generan inquietud en su ciudad, está claro que la mujer es una fanática del sistema y está convencida que el problema pasará. También es cierto que Lyuda, como funcionaria que es, tiene algunos «beneficios» extra y consigue cosas (comestibles, alcohol, cigarrillos) que los demás no ven ni de lejos.
Pero alrededor suyo hay un creciente malestar. En las calles y en las fábricas se nota que los aumentos de precios de productos básicos no han calado bien entre los trabajadores y hasta en su propia casa hay disenso: tanto su padre como su hija, Svetka, están descontentos con la situación. Como fanática convencida que es, Lyuda no solo se enoja con ellos sino que, cuando hay una reunión de urgencia en el Comité Central –y la manifestación se va poniendo más y más agresiva– es la primera en levantar la mano pidiendo represión cuando se duda sobre si es legal o no hacerlo.
Promediando la película vendrá la tristemente célebre masacre que Konchalovsky filma con cierto pudor y distancia –muchas veces a través de ventanas y desde dentro de la oficina de gobierno que está siendo atacada– y de ahí en adelante, al notar que su hija no ha vuelto a su casa, Lyuda entrará en crisis y sus convicciones se derrumbarán rápidamente. Especialmente cuando empiece a buscarla –con la colaboración de un llamativamente comprensivo jefe de la KGB, quizás interesado en ella de otro modo– y se de cuenta que todo el mundo ha firmado cartas de confidencialidad por las que se comprometen a no contar nada de lo sucedido. Dicho de otro modo: acá no ha pasado nada. Y nadie sabe nada de la chica.
La crisis de conciencia de Lyuda es vista por Konchalovsky –hermano mayor de Nikita Mikhalkov– como la crisis de los habitantes de un país que jamás pensó que las autoridades atacarían a su propia gente. Hay un debate entre las autoridades al principio del film en el que se discute sobre si usar balas de verdad contra los huelguistas. Y la propia hija de Lyuda está convencida que no le dispararán a los manifestantes, lo cual hace suponer a su madre que ella debió estar ahí, entre ellos. Para la mujer será desesperante ver cómo las propias políticas que ella defendió se vuelven finalmente en su contra, aunque también es discutible hasta que punto eso la humaniza ya que no parecía importarle mucho que les dispararan a los demás.
La línea narrativa de DEAR COMRADES! –que recibió el Gran Premio del Jurado en la pasada edición del Festival de Venecia– puede ser un tanto esquemática y poco profunda en lo que respecta a las situaciones específicas que llevaron a la masacre –y a lo que pasó después–, pero el realizador de LOS AMANTES DE MARIA crea un drama que es lo suficientemente efectivo y clásico como para que uno pueda pasar por alto cierta falta de sutileza. El radical cambio de Lyuda resulta, gracias al gran trabajo de la actriz, creíble pese a lo brusco y repentino. Y lo mismo pasa con el resto del elenco, la mayoría de ellos actores no profesionales que le dan a este drama histórico una dosis extra de realismo y credibilidad.