Clásicos online: crítica de «In the Mood for Love», de Wong Kar-wai (MUBI)
Siete películas (cinco de ellas restauradas) del director de Hong Kong se estrenarán entre marzo y abril de 2021 en la plataforma MUBI. Aquí, un repaso de su clásico del 2000, protagonizado por Maggie Cheung y Tony Leung.
El espacio, la distancia y la repetición. El mismo silencio, la misma música. En IN THE MOOD FOR LOVE todo es sustracción, elipsis, inferencia. Lo que vemos es una parte del todo, un leit motiv, un ideograma del amor. Hay dos personajes que se cruzan. Una mujer, un hombre. El usa casi siempre el mismo traje –el mismo tipo de traje– y ella, casi siempre, un similar qipao. Ella sube y baja escaleras. El, también, muchas veces haciendo el recorrido opuesto. Su manos se rozan, el plano se frena, ambos siguen caminando haciendo de cuenta que no ha pasado nada. Pero todo ha cambiado. El mundo entero.
El esquema de una historia, el esqueleto poético de un drama, el film de Wong Kar-wai no avanza demasiado como debería hacerlo un relato en modo occidental sino que gira en redondo, vuelve sobre sí mismo antes de dar otro paso, como una canción. Su Li-zhen (Maggie Cheung) y Chow Mo-wan (Tony Leung) son dos vecinos circunstanciales –ambos viven en departamentos dentro de casas de otro, como en un juego de cajas chinas– cuya intimidad se funda en pasillos angostos, en visitas al noodle shop para cenar cuando sus respectivas parejas están de viaje, en techos donde cubrirse cuando se larga a llover por sorpresa. Ninguno sabe, al menos en principio, que son los «engañados» de la trama, el Lado B de una historia de amor fantasmal entre personas que nunca vemos. Pero ellos son mejores, se dicen. El pudor los vuelve inmaculados.
La arquitectura poética de IN THE MOOD FOR LOVE está sostenida por fuertes pilares visuales y sonoros que se reiteran, sólidos fundamentos que se combinan y repiten como ciertos acordes en una melodía. Un bellísimo tema de Shigeru Umebayashi y dos clásicos cantados por Nat King Cole en español cubren prácticamente todo el espectro musical del film. Y los espacios son –al menos hasta las codas finales– casi igual de económicos: un hotel, un par de cuartos, unas oficinas, un pasillo con cortinas rojas, unas pocas calles y una escalera empinada que conecta el mundo interior con el exterior.
Pocas veces un título en inglés fue tan acertado para una película (las traducciones latinoamericanas y españolas no terminan de hacerle del todo justicia) ya que lo que Wong conjura aquí es, más que nada, un mood, un tono, un «estado de ánimo». Pocas películas han logrado definir mejor una sensación que debería poder definirse con una larga palabra en alemán: la de estar enamorándose y a la vez saber que esa historia jamás tendrá un final feliz. Melancolía anticipada, placer que trae implícita la tristeza, belleza que duele. Todo está ahí, en las ventanas ovaladas, en las volutas de humo y en la lluvia que cae en cámara apenas lenta.
El mood de este film está plasmado en su forma, no es una idea a priori, no está necesariamente escrita en el guión. Dicho de otro modo: la película es la historia, la forma es el fondo. Uno podría pensar a IN THE MOOD FOR LOVE como una coreografía, una pieza de danza, una suerte de ritual romántico de una secta desconocida de personas bellas que se dan cuenta demasiado tarde que no supieron perder la elegancia en el momento indicado, quizás porque estaban demasiado fascinadas por el gesto heroico del recato. Es que, después de todo, la compostura luce mejor que el desarreglo. Y parece que duele menos.
Al volver a ver la película –solo mencionaré brevemente que la copia restaurada luce espectacular y sus colores parecen tener personalidad propia– noté una capa del relato en la que no había prestado tanta atención antes. La de los juegos de ficción que juegan Su y Chow. Por un lado, él se dedica a escribir mangas y ella lo ayuda con las historias. Y ese coqueteo con la fantasía los lleva a meterse en una suerte de juego de rol en el que actúan sus pasiones como si fueran terceros o como suponen que sus respectivas parejas pasaron al acto. De algún modo parece como que los dos supieran que hay algo de estilizada performance en sus coqueteos, sus distancias, sus idas y vueltas, y entendieran que la única forma de actuar sobre sus sensaciones es convirtiéndose en personajes de sí mismos, en dobles, en actores de su propia historia de amor.
IN THE MOOD FOR LOVE es una película perfecta, una que recuperó para el cine esa economía simbólica que parecía ganada por la publicidad y el videoclip, una que volvió a cargar de sentido a gestos que habían perdido su potencia emocional. Con el tiempo y los imitadores, lamentablemente, los volvió a perder (fue víctima del mismo mercado de apropiación de sentidos), pero al volver a verla uno puede poner las cosas de nuevo en el lugar que cree correcto e indicado. Y así la magia del film va reapareciendo. Sus colores, sus sonidos y sus formas. Sus silencios, sus gestos y sus emociones. Todo se recompone como si fueran piezas de un rompecabezas desarmado que se vuelven a juntar. Y si la película no es exactamente la misma es porque uno tampoco lo es.