Series: crítica de «Allen vs. Farrow», de Amy Ziering y Kirby Dick (HBO)

Series: crítica de «Allen vs. Farrow», de Amy Ziering y Kirby Dick (HBO)

Algunas ideas sobre la serie documental de cuatro episodios centrada en las acusaciones de abuso sexual que al cineasta le hacen Mía Farrow y su hija adoptiva Dylan. Nota publicada originalmente en La Agenda de Buenos Aires.

CRIMENES Y PECADOS. Hay un momento, cerca del final de las cuatro horas de “Allen vs. Farrow”, en el que se realiza una de las preguntas centrales del documental: “¿Qué se hace cuando se dan a conocer ciertos comportamientos personales deplorables de personas que amamos o admiramos?” Para muchos de los entrevistados, enterarse de oscuras revelaciones de las vidas privadas de ciertas celebridades como Woody Allen o Bill Cosby –por citar a dos que tienen un especial contacto con sus fans—es similar a lo que puede suceder cuando se asegura algo así de un ser querido o un familiar. Hay una lucha interna, complicada, entre lo que parece ser la evidencia y la casi necesidad de que todo eso sea mentira, invento, engaño. Nadie (o casi nadie) puso el grito en el cielo cuando muchas otras celebridades, de Harvey Weinstein para abajo, fueron descabezadas bajo el indudable peso del #MeToo. Pero con Woody eso no pasa. Prima la negación, la relativización, la duda. La película lo considera un problema, pero tal vez no lo sea. A su manera, quizás ese “permitirse dudar” sirva para cuestionar relatos: el que se arma de afuera, sí, pero también el que uno se ha creado respecto a sus “héroes”.

INTERIORES. Los realizadores Amy Ziering y Kirby Dick presentan un caso: el de Dylan Farrow, la hija adoptiva de Woody y Mia, que fue presuntamente abusada por su padre adoptivo. El caso es conocido y la película lo presenta de manera detallada a partir del testimonio de la víctima pero también los de su madre, de varios de sus trece hermanos y hermanas, de psicólogos, analistas, amigos, familiares y testigos de uno de esos hechos, el que está más específicamente documentado de los varios que, ella asegura, ocurrieron a lo largo de unos años. Es una presentación contundente, plagada de materiales audiovisuales y documentos de la época, que pintan la culpabilidad del realizador de un modo convincente y que parece ser incontrastable. Es una excelente presentación de evidencias, un muy buen trabajo editorial de una especie de fiscal de caso que sabe realzar los materiales que favorecen a su cliente y desestimar los que lo complican. Lo cierto es que falta escuchar a la otra parte. Y acá eso no está. O, cuando aparece, está usado sutilmente como para terminar siendo igual o tan condenatorio como los materiales propios.

MANHATTAN. La carrera de Allen es usada en su contra a lo largo del documental. Si bien los analistas que aparecen hablan de la maestría de su cine y del fanatismo que supo generar especialmente en los años ’70 y ’80 (desde la identificación personal que produjo en los espectadores hasta la manera en la que aportó a la mitologización de la ciudad de Nueva York), muchas de las ideas y temas de sus películas –y hasta de guiones suyos jamás filmados– son utilizadas como evidencia de la obsesión de Woody por mujeres muy jóvenes, de no más de 18, 19 años. El peso de la prueba recae en “Manhattan”, película de 1979 que retrataba el romance de su protagonista cuarentón (interpretado por él mismo) con una adolescente (Mariel Hemingway) y las complicaciones que les deparaba. Ese tipo de relación –una constante en su cine—se conecta aquí con romances similares en su vida privada y se presenta como evidencia del potencial abuso, como si tener una incómoda y hasta desagradable obsesión por mujeres mucho más jóvenes que él fuera comparable a abusar a una niña de 6, 7 años.

LA OTRA MUJER. Para lo que sí sirve esa lectura de la obra de Allen es para analizar otro costado problemático del “prontuario” del realizador: su relación con Soon-Yi Previn. En paralelo a la obsesión que el director tenía con la pequeña Dylan, Allen comienza una relación con una de las hijas adoptivas mayores de Mia (con su ex marido André Previn), algo que naturalmente shockea a su madre. Es en medio del caos familiar generado por esta revelación que aparece la denuncia por los abusos a Dylan, algo que siempre le sirvió al realizador para considerarlo como un típico artilugio de los juicios por tenencia. Para su defensa, lo que pasó es lo que algunos psicólogos de la época llamaban “Síndrome de Alienación Parental”, argumentación que la película intenta refutar. Lo que es innegable, más allá de que sea finalmente un problema personal/familiar que no compete a nadie más ni califica realmente como delito, es que se trata de una relación que no favorece en nada la defensa de Woody, se vuelve una suerte de evidencia incontrastable de su carácter “predatorio”. Ahora, ¿es lo mismo una cosa que la otra? Claramente no lo es, pero en estos formatos de juicio por opinión pública es muy difícil que no se lo vea de ese modo.

ZELIG. El documental advierte uno de los problemas que existen a la hora de pensar la posible culpabilidad de Allen: su imagen pública. Construida a lo largo de décadas –cuando fue la denuncia, en 1992, Allen ya era un consagrado–, la “persona” cinematográfica del neoyorquino fue siempre frágil, dubitativa, neurótica, hasta inocente: un intelectual abrumado por la existencia, por las mujeres, por la muerte. Uno podría pensar cualquier cosa de Woody menos que ese tipo fuera un abusador de menores. Lo mismo dice Mia, a quién le costó creer en esa posibilidad. La historia nos ha preparado para este tipo de discordancias que se producen al descubrir que grandes artistas tuvieron actitudes repulsivas, desagradables o hasta criminales en sus vidas privadas. Uno ve los casos de Roman Polanski o de Kevin Spacey, por citar solo algunos, y puede imaginar esa conexión. Pero… ¿Woody? La película profundiza en esa dicotomía y ese es uno de sus puntos más convincentes: una cuidada y amable imagen no tiene porqué estar acompañada de una persona irreprochable. Y Allen, como bien supo jugar en su clásico film “Zelig”, de 1983, sabe que una misma persona puede también tener muchas caras diferentes.

LA MIRADA DE LOS OTROS. Las entrevistadas principales de “Allen vs. Farrow” son Dylan y Mia. Hay, en ellas, una intimidad y una cercanía muy logradas establecidas en base a una confianza respecto a cuáles son las intenciones de los realizadores. Quizás la manera más evidente de entender el fastidio de Woody y sus defensores contra la película tenga que ver con la modo en el que Ziering y Dick miran, analizan, construyen su relato. Hay algo, si se quiere, de “efecto Kuleshov” en su manera de montar la serie. Esto es: enfrentar dos imágenes separadas entre sí (o una voz en off y una imagen) para crear un sentido determinado. Así, ver un video casero que podría ser totalmente inocente con Woody alzando en brazos a Dylan parece transformarse en una evidencia del crimen al ser relacionado con un testimonio sobre lo que pasó en el famoso ático de la casa familiar en Connecticut. Lo mismo sucede cuando se muestra una foto en la que se ve a Dylan seria y, al contrastarla con algunos testimonios, su cara pasa inmediatamente a verse como de molestia e incomodidad. Este es un sistema que se usa a lo largo de todos los episodios para crear significado. ¿Es un relato? Sí. ¿Funciona? Muy probablemente.

SCOOP, LA PRIMICIA. Woody Allen ha dicho, en un comunicado reciente, que el documental existe ya que su hijo biológico Ronan (uno de los principales impulsores de las denuncias del #MeToo y gran responsable de que el tema Dylan haya vuelto a salir a la luz casi veinte años después del caso) tiene un contrato con HBO para producir films y que su estreno debe ser visto a la luz de ese hecho. El propio Ronan deja en claro que él fue uno de los encargados de traer a la luz el asunto tras ver como su padre era elogiado y aplaudido al recibir un premio a su carrera en los Globos de Oro de 2014. Hay otra pelea, quizás más secreta, que funciona ahí atrás y que tiene que ver con las relaciones de ambos con los medios, con la industria y entre sí. Si bien Allen fue hasta hace poco defendido y hasta protegido por una prensa del entretenimiento que vive del intercambio de accesos y favores, hoy el hombre parece haber perdido ese peso en medio de la cultura del #MeToo y de una prensa “millennial” más crítica con personajes de su tipo y que, además, no tiene tanto apego emocional con su cine. En este zeitgeist, de hecho, Ronan funciona mucho más como una referencia y una figura a admirar. Quizás, en el fondo, además de una pelea con su ex pareja y su hija, aquí haya otro asunto familiar por resolver.

CELEBRITY. No hay, prácticamente, defensa alguna a Woody Allen a lo largo de la serie. Los testimonios recogidos a su favor pertenecen al archivo (muchos actores que después se arrepintieron de haber trabajado con él y donaron sus salarios, o algunos que siguen apoyándolo como Diane Keaton o Scarlett Johansson, además de su hijo Moses, la propia Soon-Yi y pocos más) y por lo general son criticados por otros entrevistados. Hay un estado de las cosas en la “cultura de la celebridad” hollywoodense que ha vuelto casi imposible que alguien pueda defender a Allen sin que eso se le vuelva en contra. A la hora de entender esos giros y cambios de opiniones hay que pensarlo también en esos términos: hay muy pocas estrellas de Hollywood capaces de arriesgarse a perder trabajos o la aceptación del público por defender a un director cuya carrera está visiblemente terminada. Acaso sea triste verlo de ese modo pero es realista y hasta puedo imaginar un doble discurso entre lo que muchos dicen en público y piensan en privado.

RECUERDOS. Lo mejor que tiene la serie es darle el espacio, el tiempo y la voz narradora principal a Dylan. Más allá de una columna de opinión publicada hace algunos años y alguna que otra entrevista en TV cuando el tema resurgió en la era del #MeToo, su historia no ha sido casi escuchada. En su niñez, para protegerla, se decidió que no diera testimonio en el juicio que se le pensaba hacer a Allen por el abuso en cuestión. Y desde entonces hasta hace poco se la consideraba como alguien que, quizás bajo presión de Mia, había inventado o repetía una mentira. Ziering y Dick le le permiten contar su historia, devolviéndole la palabra para contar sus incómodos y dolorosos recuerdos. Y lo mismo hacen con Mia Farrow, quien ha sido cuestionada, vilipendiada y considerada como alguien cruel, mentiroso y vengativo por los fans de Woody. Es difícil dudar de la honestidad de ambas tras ver la serie. Por más cuestionamientos que pueda generar la propuesta del documental, no hay duda de que madre e hija fueron víctimas de una serie de experiencias que nadie debería atravesar.

MATCH POINT

NOLA:
Preparate para pagar el precio, Chris. Tus acciones fueron torpes. Llenas de agujeros. Casi como si alguien suplicara ser descubierto.

CHRIS:
Sería apropiado si fuera aprehendido y castigado. Por lo menos habría alguna mínima señal de justicia. Una pequeña medida de esperanza.


Nota publicada originalmente en La Agenda de Buenos Aires. La pueden leer por acá.