Estrenos online: crítica de «Rocks», de Sarah Gavron
Esta película británica se centra en una adolescente cuya madre desaparece y debe ocuparse de cuidar a su hermano menor con la ayuda de sus compañeras de escuela. Ganadora del Premio a la Mejor Película en los British Independent Film Awards.
En la mejor tradición del cine social europeo en su versión más fresca, realista y semi-documental, ROCKS se presenta casi como un slice of life de la vida multicultural londinense al contar la historia de un grupo de amigas de una escuela del Este de Londres y sus experiencias cotidianas. El film de Sarah Gavron (SUFRAGETTE) partirá de allí hacia una historia más personal y específica acerca del abandono y de la supervivencia de su personaje central (y su pequeño hermano), pero en lo esencial, en lo que verdaderamente brilla, es en su manera de capturar algo esencialmente humano de sus protagonistas.
Las referencias de ROCKS son evidentes. En su mapa de influencias está el neorrealismo italiano (LADRONES DE BICICLETA, especialmente), la nouvelle vague de sus principios (LOS 400 GOLPES) así como los primeros films de Ken Loach (como KES), el cine independiente norteamericano de los ’70 o, más cerca en el tiempo, los films escolares/multiculturales franceses de Celine Sciamma y Laurent Cantet. A partir de esos elementos, Gavron y sus guionistas Theresa Ikoko y Claire Wilson armaron una suerte de workshop con adolescentes de los barrios de inmigrantes de Londres y fueron generando las ideas e improvisaciones grupales que derivaron en la película.
Lo primero que vemos marca a fuego el resto: un grupo de amigas riéndose, grabándose en sus teléfonos, bailando, cantando y mirando el centro de Londres desde un puente lejano. No solo queda claro que su mundo está muy lejos del sector más rico de la ciudad sino que entendemos la lógica, el humor y el compañerismo que hay entre las chicas, casi todas ellas hijas de inmigrantes de Nigeria, Somalia, Jamaica o Polonia. El centro de a poco va virando a la que todas llaman Rocks (Bukky Bakray), una adolescente de 16 años que sabe maquillar muy bien y sueña con hacer eso profesionalmente. La chica vive en un edificio tipo monoblock con su simpático hermano Emmanuel (D’angelou Osei Kissiedu, quien se roba la película de principio a fin) y su un tanto más distante madre (su padre ha muerto cuando ella tenía solo 4 años).
Durante un buen tiempo, Gavron se dedicará a mostrar las vidas escolares de las chicas: sus peleas, sus juegos, su manera de recolectar dinero (Rocks maquilla a otras alumnas por unos peniques) y esa intimidad desarrollada a lo largo de años de compartir experiencias. Pero pronto las cosas para Rocks se complican ya que su madre, tras dejarle una nota, desaparece del mapa. Al principio la chica no se preocupa mucho –no es la primera más que su inestable madre hace eso–, pero con el correr de los días, sumado al corte de algunos servicios, la cosa se pone espesa. Y más todavía porque la chica tiene que hacerse cargo de su inquieto hermano.
De ahí en adelante la película se centrará en los intentos de Rocks por evitar ser «descubierta» por los Servicios Sociales, los que podrían separarla de su hermano. Y lo hace circulando por la ciudad o pidiendo ayuda a sus amigas, pero sin contarles del todo lo complicado de la situación. Las dos principales conexiones de Rocks son con Sumaya (Kosar Ali, otro gran descubrimiento), una chica de familia somalí muy vivaz y solidaria; y con Roshé (Shaneigha-Monik Greyson), una chica recién llegada que no se adapta bien al colegio y a la que Rocks «protege» de las agresiones de los otros.
En su tercer acto la película subirá la cuota dramática de la situación, pero salvo por una escena específica (un golpe bajo de unos segundos que se podría tranquilamente evitar), Gavron logra establecer una empatía natural con sus protagonistas que permite que uno viva la situación casi como propia. Es que salvo esos pocos momentos, ROCKS jamás apuesta por el miserabilismo, ni el melodrama, ni se corre para el lado de la Gran Sentencia sobre el estado del mundo. Se da por sentado que los protagonistas no viven vidas fáciles, pero el acento está puesto en la hermandad, la vitalidad, la frescura y la muchas veces torcida pero voluntariosa manera de ayudarse entre sí que tienen las chicas.
ROCKS es también (como lo fueron las películas basadas en las novelas de Hanif Kureishi en los años ’80) una inmersión en la cotidianidad de estos barrios londinenses de inmigrantes, en los que raramente se ve un prototípico inglés blanco, y en los que las relaciones (y también conflictos) suelen ser entre descendientes de africanos, caribeños, pakistaníes, la comunidad roma, polacos, rusos y los que son o no religiosos. Mucho más natural y menos «académica» que la serie SMALL AXE, de Steve McQueen, la película funciona como un diario de su propio rodaje, con las calles capturadas con la vibración y energía que tenían antes de la pandemia.
Y, más allá de la problemática específica de Rocks y de su simpático hermanito –que de a poco empieza a darse cuenta que lo que pasa a su alrededor no es solo un juego–, lo que la película termina transmitiendo tiene mucho de esperanzador, de amable, de solidario y afectuoso. Es, mas que ninguna otra cosa, la historia de un grupo de amigas que cantan, bailan, bromean y se tratan de ayudar unas a otras cuando a alguna de ellas la cosa se le complica. Empatía, que le dicen. Googleen el preciso significado de ese olvidado sustantivo: vale la pena recordarlo.