Estrenos online: crítica de «Shoplifters of the World», de Stephen Kijak
Esta película que transcurre en 1987 se centra en las aventuras nocturnas de un grupo de adolescentes fanáticos de The Smiths el día que la banda británica anunció su separación.
Más una declaración de amor a The Smiths que una película hecha y derecha, SHOPLIFTERS OF THE WORLD acaso sea la fan fiction para acabar con todas las fan fictions. Esta historia que transcurre en 1987, el día que la banda de Morrissey, Johnny Marr y compañía anuncia su separación, cuenta una pequeña y simpática trama de crecimiento (el famoso coming of age que también tiene algo de salida del closet) que sucede en Denver a lo largo de una noche en la que una etapa en la vida de un grupo de amigos se termina y sus caminos cambian, quizás para siempre.
La trama en sí no es más que un disparador para un ataque de nostalgia ochentosa. Por un lado, para los que tenemos una edad similar a la que tienen los protagonistas de la película, que están entre la secundaria y la universidad en esos años. Y, por otro, para los fans de la mítica banda de Manchester que seguramente verán la película con el corazón estrujado en cada uno de sus noventa y pico de minutos. Y si te toca ser parte de los dos grupos (emoji con manito levantada acá), la película de Stephen Kijak es directamente un viaje en el tiempo.
¿Podría ser una mejor película? Seguramente. SHOPLIFTERS… nunca logra levantar del todo vuelo propio y parece más dedicada a juntar figuritas y recortes de la época que a crear personajes con cierta complejidad o un guión con algún tipo de personalidad propia y no una acumulación de citas en forma de karaoke dialogado. Pero cumple con los pasos necesarios como para conquistar a los corazones de los fans de aquel Morrissey. ¿Cómo? Por un lado, por la devoción que los protagonistas tienen con la música de la banda. Y, por otro, porque alguien decidió ponerse con un buen billete y pagar para que se escuchen 20 canciones de The Smiths en la banda sonora.
De hecho, tomando en cuenta la cantidad de temas de la banda que se usan y todas las veces que los protagonistas usan en sus diálogos frases directamente levantadas de esas canciones, tranquilamente SHOPLIFTERS… podría haber sido un musical, de esos jukebox musicals que tan bien funcionan en Broadway y en los que se homenajean a bandas o a estilos musicales creando una trama a partir de sus canciones más icónicas, como son las casos de MAMMA MIA!, ROCK OF AGES o JERSEY BOYS, entre muchos otros. Ese formato hubiera sido perfecto para la combinación de nostalgia, ligereza y energía que propone esta película.
Pero como toda película que recuerde los ’80 la influencia principal no puede ser otra que la de John Hughes. Y hacia allí va la propuesta, creando una historia que bebe tanto de THE BREAKFAST CLUB como de LA CHICA DE ROSA (películas que se nombran directamente) combinada con otros films posteriores pero igualmente típicos de la Generación X como lo fueron REALITY BITES, SUBAN EL VOLUMEN, DAZED AND CONFUSED o ALTA FIDELIDAD. Es ese el espíritu que la película busca y del que también se convierte en evidente y permanente homenaje.
La protagonista es Chloe (Helena Howard, de lo mejor del film), una chica fanática de la banda de Manchester que se entera de su separación y entra en crisis. Dean (Ellar Coltrane, el ya adulto chico que vimos crecer en BOYHOOD) atiende en la disquería de Denver a la que ella va siempre y a la que llega angustiada por la noticia. Dean le dice que va a hacer algo épico que va a quedar «en la historia musical» para homenajear a la banda y se despide de ella. ¿A qué se refiere? El tipo entrará a la radio de rock clásico del lugar en la noche en la que pasan heavy metal y forzará a punta de pistola a su DJ a poner solamente música de The Smiths en homenaje a la banda (acá pueden leer sobre el caso real en el que se inspiró la película).
En paralelo al simpático debate/enfrentamiento entre Dean y el DJ Full Metal Mickie (un gracioso Joe Manganiello), la película contará la noche que pasan Chloe, su novio Billy (Nick Krause), que al otro día se alistará al servicio militar, su amiga Sheila (Elena Kampouris, luciendo un atuendo a lo Madonna circa 1984 un tanto a esa altura pasado de moda) y su pareja Patrick (James Bloor). Los dos novios en cuestión parecen más interesados uno en el otro que en sus respectivas parejas, pero eso es algo que ninguno todavía parece atreverse a admitir. Y los cuatro terminan primero en un bar y luego en una fiesta, siempre musicalizados por lo que Dean está forzando a pasar por la radio.
Es tanta la devoción que la película tiene por The Smiths que la historia parece no poder jamás despegarse de las canciones. A tal punto es fuerte esa conexión que Kijak –con larga experiencia en documentales de rock– mezcla en el film pedazos de entrevistas a Morrissey, videoclips de la banda (uno de ellos imitado en la propia película) y hasta algunos fragmentos de la banda en vivo. Y su ligazón a la música del grupo es, curiosamente, un beneficio y un problema. El beneficio, para los fans de The Smiths, es obvio: nunca hubo ni habrá una película en la que se pasen 20 canciones de la banda ni una en la que sus clásicos se usen para musicalizar todos los momentos emotivos de la trama. ¿El problema? Qué es difícil salir de ese juego y que la película tenga algo así como vida propia.
Las conexiones entre las letras de la banda y los personajes son obvias. Sus protagonistas son los clásicos fans de Morrissey de todos los tiempos: un tanto abrumados por la vida, melancólicos, confundidos sexualmente (Sheila y Patrick practican el «celibato» como el cantante decía hacer entonces) y parte de una tribu que se configura en oposición a los bullies de todo tipo que siempre los torturan. Y sus desventuras nocturnas –en las que se mencionan al pasar bandas como Bauhaus y películas como CIELO LIQUIDO, íconicas de cierta subcultura de la época– funcionan como una especie de coming of age & coming out de sus diversas preocupaciones adolescentes.
También, en la mecánica que termina existiendo entre Dean y el conductor radial fanático de Dokken y de Judas Priest, la película de algún modo propone algún tipo de entendimiento y punto de encuentro entre los fans del rock, más allá de diferencias de estilos. Cuando el DJ pone atención a la guitarra de Marr, a ciertos comentarios de las letras de Morrissey o se entera de que el tipo era fan de New York Dolls empieza a admitir que quizás no sean tan terribles como él cree. Como sucedió con otros films musicales no del todo convincentes de estos últimos tiempos (ustedes saben a cuáles me refiero) si esta rockola de The Smiths hecha película sirve para que más gente conozca a la mítica banda de Manchester, este simpático ejercicio de nostalgia habrá valido la pena.
Acá les dejo la playlist que alguien armó en Spotify con los temas de The Smiths que se escuchan en el film.