Estrenos online: crítica de «Wildlife», de Paul Dano (Amazon Prime Video)
En su opera prima como director, el actor de «Petróleo sangriento» dirige a Carey Mulligan y Jake Gyllenhaal en esta adaptación de una novela de Richard Ford sobre una disolución matrimonial en un pueblo de Montana de 1960 vista a través de la experiencia del hijo adolescente de la pareja. Un promisorio debut detrás de cámaras del actor.
Como tantos otros actores antes, Paul Dano saltó a la dirección en WILDLIFE, adaptación de una novela de Richard Ford. El actor de PETROLEO SANGRIENTO, sin embargo, no actúa en la película sino que se contenta con manejar, desde detrás de cámaras, a un muy talentoso trío de actores (cuatro, en realidad) en un drama casi de cámara que, si no fuera porque uno sabe que se basa en una pieza literaria, bien podría pensarla como adaptación teatral.
Es una historia simple y universal aunque su ubicación en el tiempo y el espacio es muy precisa. Joe Brinson (Ed Oxenbould) es un chico tímido y sensible, de 14 años, que vive junto a sus padres en un pequeño pueblo de Montana, en 1960. Su madre Jeanette (una Carey Mulligan que saca todos los recursos de su repertorio actoral) ha dejado de trabajar y es ama de casa. Jerry, su padre (un más contenido Jake Gyllenhaal) trabaja como una suerte de ordenanza en un club de golf. Están económicamente justos pero parecen felices. O lo más parecido a eso, considerando el desolado lugar y las circunstancias.
Pero un día a Jerry lo echan del trabajo y todo cambia. Su autoestima se viene al piso, no encuentra o parece ni querer encontrar otro trabajo, y la armonía familiar se rompe, algo que daña especialmente a Joe. La madre empieza a trabajar enseñando natación y hasta el chico ayuda colaborando en una casa de fotografía, pero Jerry sigue deprimido. Hasta que un día, en un acto entre llamativo y casi suicida, se ofrece a irse por meses a trabajar conteniendo los incendios forestales que se producen a cientos de kilómetros de allí. El sueldo es malo, el riesgo es mucho, pero Jerry decide irse igual. Acaso es una forma de escapar que no sabe expresar de otro modo.
WILDLIFE se centrará, de ahí en adelante, en la supervivencia de la madre y el hijo. El pequeño extraña a su padre y no entiende muy bien qué le sucede a su madre, quien muy pronto deja el look ama de casa responsable y empieza a salir con gente, a vestirse bien y maquillarse, volver muy tarde, borracha, o no volver a la casa, y cosas así, como en MAD MEN pero en un pueblo de provincia. El punto de vista, de todos modos, siempre estará en Joe, quien sigue con miedo y dolor los acontecimientos, tanto esa especie de divorcio de facto a la distancia que atraviesan sus padres como las actitudes cada vez más erráticas de su madre.
Más allá de la historia, lo que llama la atención en la opera prima de Dano es que, a la vez, es muy teatral y muy cinematográfica. Lo primero tiene que ver con sus escenas largas, sus actuaciones intensas y lanzadas (especialmente de Muligan, un vendaval de emociones pero también de tics, especialmente en una larga escena de una cena/cita con un empresaria encarnado por Bill Camp) y la manera en la que la trama se desarrolla a partir de conversaciones en interiores.
Pero por otro lado, cada vez que la película se abre a la ciudad y a alrededores, la puesta en escena de Dano es prolija y cuidada (la fotografía es de Diego García, colaborador de Apichatpong Weerasethakul y Carlos Reygadas, entre otros), con una estética a lo Edward Hopper de espacios vacíos, fuertes contrastes de colores y un diseño de producción notable, que transporta al espectador a ese solitario y algo triste lugar que parece existir en el medio de la nada, como el pueblo texano de THE LAST PICTURE SHOW, de Peter Bogdanovich, pero en fuertes colores primarios.
Es ese cuidado de la forma cinematográfica y el manejo del tiempo, de las miradas y de los silencios lo que convierten a WILDLIFE en una película valiosa, más allá de su temática que, con sus diferencias, ya ha sido muy explorada. El minimalismo de la puesta puede chocar contra ciertos excesos interpretativos (lo de Mulligan es notable, pero por momentos parece querer llevarse puesta la película), pero el balance final es positivo. Sin llegar a ser una experiencia lo emocionalmente potente que podría haber sido, la opera prima de Dano es de todos modos un sentido retrato de una disolución familiar en una época en la que todavía de eso mucho no se hablaba, pocos años antes que algo llamado «feminismo» empezara a estar en boca de muchos.