Series: crítica de «Falcon y el Soldado del Invierno», de Malcolm Spellman (Disney+)

Series: crítica de «Falcon y el Soldado del Invierno», de Malcolm Spellman (Disney+)

La nueva serie de Marvel lidia de una manera muy obvia y literal con las discusiones sobre racismo y política internacional que se dan actualmente en los Estados Unidos.

Como siempre digo antes de empezar un texto sobre una película o serie de Marvel: no entren aquí esperando algún comentario específico sobre tal o cual personaje o referencia ya que, a grandes rasgos, sé poco del mundo de los cómics y estoy muy lejos de ser un especialista en el tema. Dicho de otro modo: mis textos sobre producciones del MCU son para los que, como yo, son espectadores más o menos casuales de las películas, series y otros productos de la empresa. Interesados y curiosos, sí, pero lejos del fanatismo y más aún de la obsesión.

En algunos aspectos, el caso de THE FALCON AND THE WINTER SOLDIER se vuelve particularmente complicado para los que tenemos esa relación un tanto distante con el universo Marvel, ya que a diferencia de la formal y temáticamente más compleja WANDAVISION –que permitía muchísimos análisis en función de su ambiciosa propuesta–, esta serie funciona de un modo más tradicional, si se quiere clásico, de thriller internacional solo que con superhéroes. El tipo de interés que esta serie puede proponer está muchas veces en la conexión con el «multiverso» que la contiene y la conexión con el mundo y los personajes de los cómics y de las otras películas.

Pero en otros asuntos, creo, resulta más que pertinente que los «legos» en la materia la analicemos. En este caso, por las conexiones que la serie propone con un mundo más o menos parecido al real en una más que cambiante época en lo que respecta a la representación de las minorías. Se trata de un tema que la serie lleva casi como bandera al plantear a un personaje principal afroamericano, Sam Wilson/Falcon (interpretado por Anthony Mackie), que lidia con la idea de convertirse en el próximo Capitán América porque duda del «concepto» que ese título lo haría representar.

De una manera aún más evidente que en las películas recientes –salvo, quizás, PANTERA NEGRA o las CAPITAN AMERICA–, la serie se inserta en discusiones que son actuales, contingentes, del mundo real. No solo eso sino que propone una mirada sobre esos temas que también se ha contagiado del tono «políticamente correcto» de gran parte de las producciones hollywoodenses de los últimos tiempos. Escapándose del tono triunfalista de antaño, de «buenos contra malos» o «héroes contra villanos» que suele ser la tradicional medida de todas las cosas de este tipo de productos, FALCON Y EL SOLDADO DEL INVIERNO propone a un héroe que no está seguro de querer ser el representante de un país que siempre lo ninguneó por su raza.

En paralelo, la serie propone a un grupo de villanos cuyo aparente y noble objetivo parece ser –al menos en sus principios éticos– aún más válido que el de los héroes. A tal punto lo es que a los creadores no les queda otra que poner a una segunda línea de villanos (si se quiere, más clásicos, con personajes sacados de la historia de Marvel) y, además, hacer que uno de los personajes más queridos de la saga –el mítico Capitán América, a partir de su nuevo representante– tome las características de líder violento, casi un miembro de la llamada «supremacía blanca».

FALCON… lidia con esos asuntos contextuales de un modo similar al que lo hacían ciertos westerns revisionistas de los años ’50 y ’60, la época en la que los estadounidenses empezaron a darse cuenta que su rol heroico en la Conquista del Oeste acaso no había sido tan noble y ejemplar como lo contaban los mitos y las leyendas nacionales. Cuestionando el rol del país en la existencia de campos de refugiados por el mundo, poniendo en primer plano su racismo sistémico y lo corruptible de su clase política, la serie de Marvel se hace eco de un modo inteligente de una serie de problemas del mundo real.

Acaso la más clara sea la dualidad de Sam Wilson a la hora de tomar posesión del escudo y el rol de Capitán América. Un hombre negro, con una familia que atraviesa serias dificultades económicas (uno creería que los superhéroes tendrían sueldos millonarios, pero parece que no es así acá) en un país con una historia racista, no parece muy convencido de hacerse cargo de ser su representante nacional. En la época de Black Lives Matter, Falcon parece hacerse eco de una pregunta que circula entre los afroamericanos: «¿por qué amo a un país que me odia?» Hay un personaje específico en la serie (que no develaré) que se encarga de subrayar estos conceptos.

Y aquí está el que para mí es el gran problema de THE FALCON AND THE WINTER SOLDIER, uno que parece atosigar a buena parte de la producción audiovisual contemporánea. Me refiero a cómo la «corrección política» se manifiesta en esas series y películas de una manera obvia y redundante. Si bien las discusiones del tipo revisionista que plantea la serie son más que atendibles –las críticas al racismo y los discutibles manejos políticos que se se hacen a los poderosos son por lo general justas y lógicas–, hay algo en la forma de hacerlas que resulta demasiado escolar, hasta didáctico.

Algo de eso se presenta, por ejemplo, en la idea de «enmendar» en lugar de «vengar»: la indirecta propuesta de que los Avengers ahora deberían trabajar como «reparadores» («Amenders» en inglés), con un discurso más cercano al de la autoayuda (ver todo el arco dramático del Soldado de Invierno) que al del cine de acción. ¿Sano? Seguramente. ¿Entretenido? No estoy muy convencido. Si se sigue esa lógica todo debería concluir en que los de uno lado y otro deberían resolver cualquier disputa conversando educadamente, lo cual es muy bueno en el mundo real pero quizás un tanto gris en un relato de acción y aventuras. Acá, como no encontraron todavía cómo resolver ese entuerto dramáticamente, eligen que haya siempre alguno de uno u otro bando un tanto pasado de rosca que los obligue a pasar a la acción. «No quería matarlo, pero no me quedó otra», sería la explicación que deberán dar luego en terapia.

Por más que uno esté de acuerdo con la dualidad de Sam –que parece estar más de acuerdo y tener más cosas en común con Karli, la líder de los combativos Flag Smashers, que con sus propios jefes–, la forma en la que el guión pone esos temas sobre la mesa es bastante infantil. Interrumpiendo escenas de acción para dar discursos sobre geopolítica, teniendo conversaciones y encuentros casuales que parecen escritos por un comité que trata de que los personajes digan siempre algo correcto, apropiado y que no ofenda a nadie (si lo hacen uno ya sabe que sufrirán las consecuencias) o insertando lecciones de historia en los momentos menos indicados, el guión de la serie parece existir por fuera de la pantalla, como una serie de conceptos insertados dentro del drama de manera casi literal.

De vuelta: que las grandes compañías y megaestudios hollywoodenses hayan elegido revisar algunos conceptos históricos desde una perspectiva un tanto –solo un tanto– más progresista suena muy noble y es más que bienvenido. Y si bien uno puede especular y decir que solo se mueven en función de los discursos prevalentes (el famoso zeitgeist, la llama cultura woke) de una época determinada, es mejor esto que continuar como si nada sucediera en el mundo. El problema es, como siempre, el cómo. Tener héroes más preocupados por explicar todo el tiempo porqué hacen lo que hacen en lugar de, literalmente, hacerlo, se vuelve un tanto tedioso y poco imaginativo.

Aún así la trama dispara algunas sorpresas y es innegable la buena factura y potencia visual de la serie. Eso, claro, no quiere decir mucho. Es lo mínimo que se le puede exigir a una producto audiovisual de Marvel. Lo que, de a poco, sería bueno exigirles también es una mayor inteligencia a la hora de acomodar dramáticamente sus renovadas ideas políticas. La declamación tiene algo cosmético, se parece más a cumplir con una serie de requisitos que exige el medio y decirlos en voz bien alta para que todos sepan que se está haciendo lo correcto que a realmente querer cambiar las cosas. Si quisieran hacer eso –yendo más lejos en la lectura política del caso– deberían también pensar en su propia estructura de producción: que todo el paquete venga envuelto dentro de la invasión multimediática del grupo Disney termina por anular bastante el contenido supuestamente «revulsivo» del producto.