Clásicos online: crítica de «Reyes y reina», de Arnaud Desplechin (MUBI)

Clásicos online: crítica de «Reyes y reina», de Arnaud Desplechin (MUBI)

Este ya clásico film del director francés, protagonizado por Mathieu Amalric, Emanuelle Devos y Catherine Deneuve, se centra en la complicada relación de una pareja separada que enfrenta varios problemas. Crítica publicada originalmente en el diario Clarín en 2007.

Cuatro ideas por minuto. Ese es el lema que Arnaud Desplechin dice haber tomado de François Truffaut. Y si se tiene en cuenta que REYES Y REINA dura dos horas y media habría que suponer que su sexto filme tiene unas… 600 ideas. No es cuestión de ponerse a hacer la cuenta, claro, pero hay que reconocer, viendo este extraordinario —gracioso, emotivo, tierno, dramático, violento, cruel, triste— relato, que debe andar cerca de ese número.

REYES Y REINA es una furibunda descarga de emociones, una estampida de climas, un frenesí de sensaciones. Como pocos filmes recientes (acaso, BLACK BOOK, estrenada también hoy, tenga una similar y palpable virulencia física), el de Desplechin lleva al espectador en un recorrido sin frenos por la mente y las peripecias de dos personajes que, si bien están relacionados entre sí, llevan vidas paralelas. Y muy diferentes entre sí.

Nora (la inquietante e intrigante Emanuelle Devos) maneja una galería de arte, se ha casado dos veces y está por hacerlo una tercera, y debe ocuparse de cuidar a su padre enfermo y de Elías, el hijo de su primer matrimonio. Es una mujer fría, pragmática, que heredó de su padre, un famoso escritor, el hábito de ocultar sus sentimientos. Tener que cuidar de él y de su hijo la enfrentan a una situación potencialmente combustible. Desplechin cuenta su historia con un tono sombrío, mezclando arriesgados artificios visuales (aparición de fantasmas, teatralizaciones) con una cruda descripción de las relaciones que Nora mantiene con los suyos.

Por otro lado está Ismael (el hiperactivo y entrador Mathieu Amalric), un violista inteligente, talentoso y… maníaco-depresivo que es internado a la fuerza en un psiquiátrico, en el cual primero intentará rebelarse y huir para luego empezar a establecer una relación con una paciente suicida. Para esta parte del relato, el director se maneja casi en tono de farsa, yendo de la comedia disparatada (prestar atención al personaje de su abogado o a su psicóloga, que encarna Catherine Deneuve) al ácido humor verbal.

¿Cuál es la conexión entre estos seres tan distintos, entre estas películas tan diferentes? Ismael fue el segundo marido de Nora, quién no toleró más su «inestabilidad emocional» y lo dejó por un empresario de quien no está enamorada. Pero en el duro momento que atraviesa, Nora querrá que Ismael cuide a Elías. No sólo eso: quiere que lo adopte.

REYES Y REINA es una película sorprendente, tan maníaco-depresiva como Ismael. Desplechin parece ir de un clima a otro, cortando permanentemente entre ambas historias, pero sin jamás abandonar a sus personajes. Es un filme duro, inabarcable, pero inmensamente generoso, hacia adentro y hacia afuera.

No sólo Desplechin trabaja dos registros diferentes para cada «parte» de su película sino que cada escena es un prodigio de puesta en escena e invención. Bruscos giros de la banda sonora (del hip hop a Bach, sin escalas), saltos de ejes, de tiempos y brutales elipsis, REYES… consigue descolocar siempre al espectador y, a la vez, mantenerlo ocupado por el devenir de sus personajes.

La última parte de la película tendrá escenas apabullantes y confesiones demoledoras; y esa estampida emocional propuesta por Desplechin frenará de golpe y obligará al espectador a tomar conciencia de la enormidad, de la cruel belleza del mundo en el que ha estado inmerso por más de dos horas. Ahí será el momento en el que uno sienta que no quiere dejar solos a Ismael, a Nora, a Elías y a la docena de personajes que los acompañan en esta vital coctelera que es REYES Y REINA. Pero, a la vez, también sabe que una vez que aparezca la palabra FIN, ellos ya serán parte nuestra para siempre.


Crítica publicada originalmente en el Diario Clarín el 23 de agosto de 2007