Series: crítica de «Mare of Easttown», de Brad Ingelsby (HBO)

Series: crítica de «Mare of Easttown», de Brad Ingelsby (HBO)

La miniserie protagonizada por Kate Winslet concluyó con una serie de efectivas revelaciones narrativas y, fundamentalmente, respetando la lógica y el espíritu de sus personajes y temas principales.

Un policial envuelto en un drama, un drama disfrazado de policial o quizás hasta una tragedia –en el sentido más económico de ese tan mal usado término–, MARE OF EASTTOWN fue una miniserie que supo jugar con las expectativas del espectador respecto a qué esperar de ella. En sus siete ajustados episodios logró algo que muchas series tratan y pocas logran: crear personajes que sean más trascendentes e importantes que el caso que deben resolver o en el que pueden estar involucrados. O, dicho de otra manera, logró que nos importe el caso por los personajes y no solo por la usualmente enrevesada mecánica de los hechos.

La miniserie en general pero, en especial, su primer y último episodio, dejaron en evidencia que el verdadero protagonista acá era Easttown, una pequeña ciudad de Pennsylvania que tiene todas las características de aquello que alguna vez se dio por llamar «pueblo chico, infierno grande«. Y si bien ese modelo es tan viejo como la frase (de PEYTON PLACE a TWIN PEAKS, además, casi un formato televisivo en sí mismo), la serie lo actualiza logrando ser, a la vez, lo suficientemente precisa y específica en su descripción para parecer hasta novedosa sin realmente serlo.

MARE OF EASTTOWN es una serie sobre un pueblo destrozado, lleno de secretos, mentiras y tensiones que se sienten en los cuerpos y se notan en los rostros. Más que nada en el de Mare (Kate Winslet, en un trabajo actoral para la historia), la detective de la policía que parece cargar con todos esos pecados encima –incluyendo los propios– como aquel sujeto de barba que terminó crucificado siglos atrás. Resolver el caso, para ella, termina dándole no solo la posibilidad de animarse a mirar de frente su pasado más traumático sino que también le abre esa posibilidad al pueblo entero.

Uno de los problemas de este tipo de series suele ser su dependencia en el suspenso como gancho para mantener la atención del espectador entre episodio y episodio. Usualmente esa necesidad arruina hasta el mejor de los dramas, lo resiente, lo mete en la procesadora de «plot points» y deja, literalmente, que el árbol tape el bosque, que la atención del espectador este más pendiente de la resolución técnica del caso (aquí, saber quién o quiénes son los asesinos) que de otra cosa.

Alfred Hitchcock lol decía claramente: «Nunca lidio con whodunits (el nombre que se le da en inglés al tipo de relato cuyo eje es descubrir quién es el culpable de algún crimen). Son ingeniosos rompecabezas, más intelectuales que emocionales. Y la emoción es lo que le interesa a mi público». Quizás eso se haya alterado en esta era de redes sociales dónde la sorpresa y el efecto parecen ser más importantes que la sostenida construcción de un drama humano, pero es central a la idea del género: sin conexión emocional no hay historia que sea verdaderamente interesante.

Lo inteligente de la resolución de MARE OF EASTTOWN (Spoilers de acá en adelante) es que esa conexión nunca se pierde del todo. Durante algunos episodios intermedios el eje estuvo puesto en una serie de diversas mecánicas detectivescas –recurso casi obligado para sostener el usualmente largo segundo acto de las temporadas de series o las miniseries–, pero en los últimos dos logró reconectarse con el drama familiar de la protagonista al hacer que el caso le toque muy de cerca por la participación en el crimen de casi toda la familia Ross, tan cercana a Mare.

La primera aparente revelación (que el asesinato fue obra de John, amante de la joven Erin, que es a la vez su prima) parecía cerrar ese misterio de la forma más mecánica y hasta rutinaria posible, sacándose el asunto de encima en una escena de acción muy simple, económica y hasta torpemente filmada. Era obvio, si embargo, sabiendo que faltaba una hora de episodio, que eso no iba a terminar así. Y la segunda revelación (que John estaba cubriendo al verdadero asesino que fue su hijo Ross, de 12 años) es la que completa el panorama y reconstituye lo lógica de la serie. No solo por su eficacia narrativa y plausibilidad dramática sino por la manera en la que reconecta a la serie con sus temas principales: padres, hijos, familia, comunidad.

La controvertida decisión que toma Mare (podría tranquilamente haber dejado pasar la información de que fue el chico y mirar para otro lado), la reacción de su destrozada amiga Lori (una excepcional Julianne Nicholson), la manera en la que la comunidad intenta superar sus odios y de a poco empezar a curar heridas y el modo en cómo todo eso impacta en los propios traumas de la protagonista, generan un cierre más que satisfactorio en términos estructurales y devastador en lo emocional.

Es cierto que la serie tiene algunos problemas bastante visibles en lo que respecta a sus trucos y trampas narrativas, pero se trata de inconvenientes casi insolubles en la lógica serializada, problemas que el director Craig Zobel usualmente resuelve con disimulada elegancia. Lo importante aquí es que nunca traiciona sus temas ni al espectador. Tiene una coherencia interna que es apabullante, casi excesiva en la manera en la que todo parece cerrar a la perfección. A tal punto es así que sorprende que sea un guión original y no la adaptación de una precisa y compleja novela con docenas de personajes craneada a lo largo de años y años.

Pero el espíritu «novelistico» se siente. Se respira ese tono y esa ambición tanto en la forma en la que los acontecimientos se desarrollan como en el complejo entramado humano de ese Easttown creíble, vívido, habitado por personas reales. El último episodio es uno de cierres, de enfrentamientos, de confesiones, de llantos y atisbos de abrazos. Y lo que termina primando es una sensación de apertura a segundas oportunidades, de esperanzas ligeramente renovadas, de inicios de una reconstrucción.

Es una serie sin reales villanos (más allá del criminal cuyo rol culmina a balazos en el quinto episodio), una tragedia generada en base a un crimen impulsivo, casi casual, que aparece como reflejo de miedos infantiles y dinámicas familiares horrendas pero creíbles. El Mal no aparece como un elemento brutal que viene de afuera, sino como consecuencia de sentir al otro como invasor, como destructor de la estabilidad y de un supuesto orden familiar que se revela como enfermizo.

En una homilía dada, curiosamente, por un sospechado y sospechoso pastor, MARE OF EASTTOWN revela con claridad su lógica humana y, si se quiere, hasta religiosa. El hombre habla de amor, compasión, empatía. Tratar de conectar con el otro sin juzgarlo, acercarse a él aunque nuestras diferencias sean profundas y en algunos casos hasta irreconciliables. Los temas son básicos pero fundamentales, especialmente en estás épocas de mutuas sospechas y enormes desconfianzas sociales y personales. No estoy seguro que le sirvan a los habitantes de esa y muchas otras ciudades similares para alcanzar algún estado similar a la Gracia, pero sí para empezar a reparar heridas.