Estrenos: crítica de «En el barrio», de Jon M. Chu (cines y HBO Max)
Esta adaptación al cine del musical de Lin-Manuel Miranda y Quiara Alegría Hudes de 2005 cuenta una serie de historias de luchas, sacrificios, romances y alegrías en la comunidad latina de Washington Heights, en Nueva York.
Se ha dicho acá más de una vez: las películas no suelen ser responsables del momento en el que les tocan ser estrenadas. Para algunas, el contexto es un problema y sus estrenos deben postergarse, suspenderse o hasta cancelarse porque sus temas no son «compatibles» con alguna situación determinada que se vive. En el caso de EN EL BARRIO (traducción del original IN THE HEIGHTS, título que hace referencia a Washington Heights, enclave dominicano en Nueva York) pasa exactamente lo contrario. Adaptada de un musical de Broadway co-creado por Lin-Manuel Miranda antes de su más conocida HAMILTON, es una película a la que su propuesta calza a la perfección con estos tiempos. Es una celebración de la comunidad, del espacio público, del lugar de pertenencia, de la vitalidad y del poder de la música y la danza. Y en un mundo que –al menos en el hemisferio norte– está empezando a recuperar la posibilidad de volver a las calles, se siente casi como una fiesta de 140 minutos de duración.
EN EL BARRIO es una película viva, activa, que transmite energía en cada fotograma. Es una fábula, claro, bastante inocente acerca de un grupo de inmigrantes de distintos países latinoamericanos que viven en ese multicultural –aunque predominantemente latino, m’hijo– Washington Heights en algo que parece ser el tiempo presente. Utilizando los recursos narrativos y fílmicos del musical clásico pero actualizándolos, tan solo un poco, a los códigos y costumbres actuales, la película de Cho funciona muy bien cuando se presenta como una suerte de fiesta popular, de celebración de ese «barrio» al que da su título. El todo, en ese sentido, es mejor que la suma de las partes. Y el tema se vuelve más interesante que los personajes.
El problema mayor de IN THE HEIGHTS es que, en sus escenas dramáticas, en su trama que trae y lleva de acá para allá a media docena o más de personajes, raramente está a la altura de sus destrezas coreográficas y su vitalidad callejera. Si uno saca algunas cuestiones políticas al uso, la película de Cho es sorprendentemente tradicional, tanto desde la estructura casi de telenovela que tiene en sus dos historias de amor principales, como en sus parámetros de familia convencional. Dicho de otro modo: quizás a simple vista parezca muy distinta y mucho más «moderna» que AMOR SIN BARRERAS, pero en lo profundo no lo es tanto. Y quizás esa sea su búsqueda, lo cual no es un problema. El problema es que no funciona del todo bien.
EN EL BARRIO cuenta la historia de Usnavi (Anthony Ramos), uno de esos nombres «a la uruguaya» tipo «Trademar». Es un dominicano que vive en Washington Heights, atiende un mercado de esquina (lo que allí se llama «bodega», no confundir con lo que es eso acá) y sueña con volver a la playa de su país de nacimiento y vivir allá. Está enamorado de Vanessa (Melissa Barrera), una chica que trabaja en la peluquería del barrio y sueña con poner una tienda con sus diseños de moda en pleno centro de Manhattan. Por allí también anda Nina (Leslie Grace), la hija de Kevin (Jimmy Smits), el dueño de la compañía de taxis de la zona. Ella ha vuelto frustrada de Stanford, donde había ido a estudiar, considerándose un fracaso por todas las expectativas puestas por ella en eso. Para el joven que despacha taxis, Benny (Corey Hawkins), mejor amigo de Usnavi, no es una mala noticia… se imaginarán porqué.
Además de estas dos historias de amor en paralelo, la película del director de CRAZY RICH ASIANS se ocupará de varios personajes más del barrio: Daniela, la excéntrica dueña de la peluquería, Sonny –primo de Usnavi– que trabaja con él y está más cerca de la militancia por los derechos de los inmigrantes y la mítica «abuelita», una cubana que llegó a Nueva York décadas atrás y es algo así como la matrona de la comunidad. Las subtramas en general hablan de dinero: del que le falta a Vanessa para alquilar un piso, a Usnavi para mudarse a Santo Domingo, a Kevin y a Nina para pagar la universidad, a Daniela para sostener la peluquería, a Sammy para iniciar su proceso de legalización y así. Es una comunidad amable, amigable y solidaria, y necesitará de esas tres cosas para salir de esas complicadas situaciones. O de algún golpe de suerte.
IN THE HEIGHTS es un musical hecho y derecho. En ese sentido, casi todas las acciones –y algunos diálogos– se presentan mediante canciones y, en algunos casos, bailes. Y los números que incluyen algún tipo de danza o ejecuciones musicales en vivo son los que mejor transmiten el espíritu de la película, más aún que las escenas en las que sus temas principales se dramatizan. El inicial en las calles, otro que tiene lugar en un edificio en el que casi todos los personajes parecen vivir, otro en una piscina comunitaria y uno más en una discoteca son, sin dudas, las grandes cartas de disfrute que tiene la película. Ahí no hace falta explicar mucho: el sentido de comunidad, de alegría y vitalidad se expresan en la propia forma, exuberante, que la película propone.
La cosa se complica un poco cuando esas escenas desaparecen por un rato. Si bien hay un tono naive, simpático y casi de cuento de hadas que atraviesa todo el relato –la estructura narrativa está armada en ese sentido, ya que todo se cuenta a modo de flashback de Usnavi a un grupo de niños–, los conflictos entre los personajes recaen demasiado en el estereotipo y en modelos un tanto prefabricados. De vuelta: es un tipo de relato que suele aceptar ese tipo de convenciones, pero aquí no siempre funcionan del todo bien. Si a eso se le suma una mezcla rara de corrección y confusión política, EN EL BARRIO por momentos no parece saber muy bien qué película quiere ser más allá de una general celebración del espíritu, el sacrificio y la lucha de la comunidad latina. Y el baile y la música, es cierto.
Es ahí donde la película tiene que lidiar con un costado un tanto curioso. Su celebración latina, hecha desde adentro de la comunidad (escrita, actuada, musicalizada y bailada por latinos; salvo el director asiático todos lo son aquí) por momentos recae demasiado en estereotipos armados para el público anglo. Si bien se usa bastante el castellano, la repetición agotadora de las mismo cuatro o cinco palabras («abuelita», «sueñito», «Dios mío», «m’hija» y así) termina siendo un tanto complaciente y obvia. Y lo mismo pasa con algunas caracterizaciones, que no escapan a cierto folclorismo latino, especialmente visible en las escenas de la peluquería o la discoteca. No son dañinas ni mucho menos –ese no es el problema– sino que apelan al más craso y convencional estereotipo. Y por más que el género musical se sostenga muchas veces en base a modelos así, Lin-Manuel Miranda había demostrado en HAMILTON ser capaz de complicar bastante más las cosas en el territorio de lo racial, lo étnico y hasta lo sexual. Acá todo es estrictamente straight.
Pero la fábula, aunque larga, funciona bastante bien. Decir que una película sobre latinos de la zona del Caribe (son fundamentalmente dominicanos, cubanos y portorriqueños) es vital puede sonar a cliché, pero es innegable que esa fisicalidad se transmite, atraviesa la pantalla desde la primera a la última escena. Y creo que ahí juega un rol importante la conexión que EN EL BARRIO tiene con la actualidad, con el deseo de muchos de reencontrarse con amigos y seres queridos, de recuperar las calles, los bares, los boliches, las plazas, los espacios de conversación, de actividad, de baile. A la vuelta de mi casa suelen juntarse los fines de semana los miembros de una murga a tocar y bailar. Antes de la pandemia, le escapaba como si fueran villanos de película de terror. En el verano pasado, en cambio, me empezó a parecer simpático, tierno, hasta conmovedor verlos juntarse a cantar y bailar con barbijos puestos en medio de la pandemia. La película tiene ese espíritu y, en estas circunstancias, emociona seguramente más que en otras.