Cannes 2021: crítica de «Clara sola», de Nathalie Alvarez Mesén (Quincena de Realizadores)
Una mujer de 40 años que es considerada una «santa» y «curadora» en el pueblo donde vive se descubre más interesada en investigar su propia sexualidad, sorprendiendo y escandalizando a todo el mundo.
La mezcla y la confusión entre religión y sexo es un tema clásico tanto en el cine como en la literatura. En películas como LA NIÑA SANTA, de Lucrecia Martel, una adolescente confundía sus pulsiones sexuales con llamados de orden religioso. En la ópera prima de la realizadora costarricense Alvarez Mesén pasa algo relativamente similar, aunque con algunas diferencias importantes.
La Clara del título es una mujer de unos 40 años que vive con su controladora madre en medio de una zona campestre en Costa Rica. A lo largo de su vida –por su personalidad un tanto extraviada y silenciosa que podría estar en el espectro autista, por algunos problemas físicos que tiene en su columna– ha sido considerado una especie de santa: curadora de enfermos, ayuda espiritual. Pero Clara solo cumple ese rol a pedido, ya que es una fuente de ingresos económicos para su madre. Pero no lo entiende bien o no le importa demasiado.
Le llegada a la finca de un apuesto trabajador –novio de su sobrina– la descoloca, la saca de centro. De golpe empieza a sentir sensaciones nuevas, raras, desconocidas. Se vuelve curiosa con el sexo, con el cuerpo del recién llegado y el suyo propio. Quiere que la toquen, besar y ser besada, empieza a tocarse ella y así. «¿Practicamos darnos besos?», le dice al recién llegado. Ante su mirada extrañada, agrega: «¿Quiere que le pague?».
En paralelo, su desinterés por el rol de santa de la zona crece. Clara sabe que puede usar ese supuesto poder para su beneficio y en general se sale con la suya. «La Virgen me ha dicho que lo hiciera», dice cuando aparece toda embarrada tras revolcarse por el suelo. Y algún feligrés le cree y supone que es algún tipo de señal divina. Hasta que, bueno, su falta de discreción con respecto a sus descubrimientos sexuales empiezan a traerle algunos problemas con su familia y con los locales.
CLARA SOLA se desmarca además del relato habitualmente solemne que rodea a este tipo de películas sobre gente de campo en América Latina, relatos que abunda en festivales de cine. Mesén evita excesos de cualquier tipo de colorido folclórico y tiene una importante dosis de humor, otro elemento poco trabajado en este subgénero. Esa especie de liviandad, de relación lúdica con el sexo (y critica con la religión y las tradiciones más pacatas de la comunidad) es el elemento fundamental que despega a la película de otras que se narran en similares comunidades.
Algún que otro recurso –como la relación que Clara tiene con un caballo blanco– está más cerca de la poética más standard de este tipo de cine, pero la mayor parte del tiempo Álvarez se mantiene alejada de esos clichés. Algo similar pasa con la puesta en escena, que es naturalista y casi nunca se regodea en el paisaje y en su potencial pintoresco, aún a costa de ensuciar la «estética» del film. La cámara está siempre cerca de la por momentos indescifrable Clara y la realizadora prefiere mostrar el mundo desde su punto de vista, uno que cada vez más parece acercarse al placer y alejarse del sufrimiento (y de la represión religiosa) por más que el resto del mundo no se lo permita o la castigue por hacerse cargo de sus deseos.
De todos modos, la carga dramática subirá sobre el final, con una quinceañera de su sobrina que se va un poco de las manos. Pero aún en esas circunstancias un tanto más intensas, CLARA SOLA tendrá más semejanzas con CARRIE que con una tradicional película festivalera latinoamericana. Está lejos de ser una película de terror o una comedia pero es una película bastante más indescifrable –y, si se quiere, hasta irrespetuosa– de lo que de entrada parece.