Cannes 2021: crítica de «Diários de Otsoga», de Miguel Gomes y Maureen Fazendeiro (Quincena de Realizadores)
Dos hombres y una mujer pasan un verano en una casa de la costa portuguesa en un relato que va del final al principio y que fue filmado durante la pandemia. Un extraordinario juego entre la ficción, el documental y la realidad.
DIARIOS DE OTSOGA da señales de su esquema narrativo ya desde su título, con el mes de agosto escrito al revés. Sí, se trata de un film que maneja una supuesta cronología inversa –empieza por el final y va retrocediendo hacía el principio–, pero acaso eso no sea lo verdaderamente importante que Gomes y Fazendeiro tienen para narrar aquí, si es que «narrar» es un término que se ajusta a la búsqueda de esta extraordinaria película. Es, sí, un dispositivo simpático para el lúdico plan de los realizadores (muchos verán la película pensando si se filmó o no en ese orden), pero el centro de atención pasa más que nada por otros lados.
DIARIOS… es un proyecto pandémico, una experiencia grupal, un experimento en el cual un equipo de trabajo se juntó durante un tiempo (si nos guiamos por lo que dicen, unos 25 días) en una casa campestre para filmar una película que cuenta, en principio, la historia de tres amigos (dos varones y una chica) que van a pasar unas vacaciones veraniegas allí. El aislamiento del lugar y los pocos personajes lo presentan como un proyecto ideal para ser filmado en esas condiciones durante el pasado verano europeo. Y en algún momento se menciona una inspiración un tanto mal recordada de un cuento de Cesare Pavese.
Pero esta es una película de Miguel Gomes y cualquiera que haya visto algunas de sus anteriores (especialmente AQUEL QUERIDO MES DE AGOSTO, que es con la que más cosas comparte) sabe que el esquema, el punto de partida, es solo la base sobre el cual investigar modelos dramáticos y posibilidades creativas. En este caso, en función de las restricciones ligadas a filmar en pandemia
Es así que, al revés de aquella película que comenzaba dando la apariencia de ser un documental para luego ir incorporando de a poco elementos ficcionales, en DIARIOS… la ficción va dando paso al documental, al detrás de la escena. Aunque en términos de estricta cronología no hay diferencias con ese film –de hecho, uno tiene al principio y otro casi al final escenas bastante similares–, al estar contada la película de atrás para adelante la sensación es la inversa. La de una película que se deconstruye a sí misma.
En la ficción están Crista (Crista Alfaiate), João (João Nunes Monteiro) y Carloto (Carloto Cotta), tres amigos bailando, compartiendo actividades juntos y por separado, discutiendo sobre planes (Carloto quiere hacer una fiesta y João no tiene ganas; entre él y Crista parece haber una relación que va más allá de la amistad) y construyendo una suerte de invernadero. Pero un poco después (antes, en realidad, en la narración), la pandemia hace su aparición en la trama cuando una persona de afuera entra a la casa, rompiendo la supuesta burbuja en la que están los protagonistas.
El problema, digamos, es que los protagonistas no están solos. Hay, también, un equipo de rodaje. Y ese tipo de rupturas (que serán varias y más de una vez instigadas por el díscolo Cotta) pondrán «en peligro» una filmación que se viene haciendo según estrictas normas de cuidado frente al Covid-19. Y así, de a poco, la realidad y la ficción (o los dos niveles de ficción) se irán quebrando y DIARIOS… pasará a ser una película sobre las búsquedas, las complicaciones y los enredos de filmar en pandemia.
Filmado en bellísimo y granuloso 16mm., con toda la luz veraniega de la costa portuguesa, DIARIOS DE OTSOGA se volverá también un film sobre el hecho de hacer cine, sobre el trabajo en grupo, sobre la amistad, las peleas, los debates y los encuentros y desencuentros de esas familias sustitutas que son los equipos de filmación durante un rodaje en locación. En este caso, además, en una situación muy particular. Se trata, en cierto modo, de un falso documental dentro de una especie de ficción muy verdadera como es la de la pandemia.
En una discusión que actores y directores tienen durante la «filmación» de la película se habla de la inversa cronología de la ficción sobre la que trabajan y lo que eso implica respecto a la dramaturgia y la actuación. Fundamentalmente, la ausencia de causas y consecuencias le dificultan a los actores construir psicológicamente los personajes de la manera tradicional en la que lo suelen hacer. Son las acciones diarias que realizan las que definen lo que son. El cine como una forma de entender que para «ser» puede alcanzar solo con «estar» en cuerpo presente, sin la necesidad que una acción conduzca necesariamente a otra relacionada a la anterior.
Si bien algunos verán en este meta-film un ejercicio de ombliguismo cinematográfico (dar entrada al equipo de rodaje a la trama produce siempre sensaciones encontradas, juego que también realizaba Mariano Llinás en LA FLOR y su productora El Pampero en varios films), en tiempos de pandemia resulta mucho más que un juego. Es dar cuenta de un hecho clave e invitar a una celebración del arte de hacer cine en medio de todas las dificultades y problemas posibles. Un literal hogar dentro del hogar en el que sobrevivir –y con quienes atravesar– los malos momentos.
Proyectos como DIARIOS DE OTSOGA funcionan muy bien desde ese lugar humano, a partir de una idea del cine como juego y como encuentro entre personas. El uso de la excelente canción «The Night«, de Frankie Valli & the Four Seasons, en dos situaciones muy distintas de baile, deja aflorar esa sensación de hermandad, de necesidad del otro. En medio de una pandemia, la ficción es lo que permite darle a la realidad un aspecto más luminoso, una gracia que ahora no está logrando tener. Y el film es, a su manera, un documento histórico de una época imposible, inviable y, si se quiere –solo basta mirar el atuendo de Gomes al final/principio del relato– hasta insólita.