Cannes 2021: crítica de «Europa», de Haider Rashid (Quincena de Realizadores)
Esta película intensa, directa y efectiva narra los intentos de un inmigrante iraquí para ingresar a Bulgaria y sobrevivir a la persecución fronteriza.
Simple, directa y efectiva, EUROPA es la clase de película que, como LA LIBERTAD, de Lisandro Alonso, cobra niveles de significación extra a partir de su título. Hay otras coincidencias con aquella película argentina (su carácter observacional, sus poquísimos diálogos… aunque no su ritmo que acá es trepidante), pero el principal pasa por la lectura que se le puede hacer a partir de lo que allí se expresa. Es un film que parece transcurrir a lo largo de apenas 24 horas, que raramente sale de un bosque en Bulgaria pero que, para muchos, representa la experiencia europea en su totalidad. Es, en más de un sentido, Europa. La única que conocen y, quizás, la única que conocerán.
La película comienza con una serie de carteles (hay casi más texto allí que en los 72 minutos posteriores) en los que se cuenta lo que algunos inmigrantes asiáticos deben hacer para ingresar al ansiado continente escapando de las dudas realidades de sus respectivos países. Esto es: pagar muchísimo dinero, arriesgarse a ser estafados y, de poder traspasar la frontera, ser detenidos o hasta masacrados por sus no muy acogedores anfitriones. Y la primera escena muestra eso, con un grupo de gente en la frontera entre Turquía y Bulgaria: oscuridad, nervios, pedido de dinero extra a último momento, corridas, persecuciones, disparos. Es casi un film bélico en medio de la noche: confuso, desesperante, aterrador.
El protagonista es Kamal, un adolescente iraquí que logra escapar en medio del caos. Y corre. Y corre. Y sigue corriendo. Con la cámara siempre cerca de su rostro y su cuerpo, Rashid hace participe al espectador de esa fuga en carne propia. Escuchamos balas que pasan cerca suyo, otros hombres que huyen también, algunos que caen en el intento, y nuestro protagonista logra pese a todo avanzar, gracias a una mezcla de ingenio, habilidad y suerte.
Pero tarde o temprano la situación se volverá más espesa y complicada. Y sin cambiar demasiado el modo del relato (la incomprensión idiomática llevará a algunos monólogos sin respuesta), el director de EUROPA va complicando aún más la experiencia, metiendo al protagonista en terrenos más y más pantanosos. Ya no solo con la naturaleza o con los encargados de controlar las fronteras sino con alguna gente, de las pocas con las que se cruza en su boscoso recorrido.
Herido, lastimado, hambriento y agotado, el protagonista de EUROPA lleva la experiencia de la inmigración en el cuerpo y en el rostro. La cámara se le pega a la cara y vemos sus heridas, sus lágrimas, su transpiración, hasta sus mocos: entrar al continente es ser apaleado, brutalizado, maltratado y hasta temido. Esto último queda claro en una escena en la ruta que da cuenta del estado de paranoia que rodea a la sociedad búlgara, en este caso, pero también a la europea en términos generales.
EUROPA deja también en evidencia el doble discurso del continente. Si bien algunos países del Este siempre fueron más crudos y directos a la hora de rechazar este tipo de inmigración, la brutal reacción contra estos inmigrantes pone en primer plano esa fractura entre la presentación humanista del continente (sus discursos solidarios, sus subsidios de migajas, su acting culposo y dolido) y su actitud ante la realidad cotidiana de la inmigración. Como sucede en otros ámbitos (en la cesión de vacunas al Tercer Mundo, sin ir más lejos, o en los impedimentos para viajar en pandemia), una cosa es lo que se dice y otra, lo que se hace. Y eso, también, es Europa.