Cannes 2021: crítica de «Medusa», de Anita Rocha da Silveira (Quincena de Realizadores)

Cannes 2021: crítica de «Medusa», de Anita Rocha da Silveira (Quincena de Realizadores)

por - cine, Críticas, Festivales
12 Jul, 2021 06:17 | Sin comentarios

En un Brasil en apariencia muy distinto pero en lo profundo bastante similar al de hoy, un grupo de chicas evangélicas recorren la noche atacando y lastimando a las mujeres que consideran «libertinas».

Tan influenciada por los mitos griegos como por las comedias adolescentes estadounidenses, tan deudora de David Lynch y Dario Argento como de algún musical off-Broadway, MEDUSA es una película tan extraña como el personaje al que hace referencia, tan abierta a posibilidades, enigmática y sugerente como aquella mujer con serpientes en el pelo. Rocha de Silveira reinterpreta y actualiza esa historia a una versión del Brasil actual –conservador, bolsonarista, evangélico, represivo–, pero la tiñe de los colores pop neón de los musicales ochentosos, creando un mundo muy lejano a como se ve el real pero, a la vez, muy cercano a como se siente.

MEDUSA se centra, fundamentalmente, en Mariana, una chica que es parte de un curioso grupo de amigas religiosas pero con aires y actitudes más cercanas a las de las protagonistas de CLUELESS o MEAN GIRLS o similares comedias de high school estadounidenses. Son las «chicas populares» de la ciudad –con sus cuentas de instagram, su obsesión por los looks, los tips y los likes— pero con una importante diferencia de las clásicas influencers. Todo lo hacen en plan evangélico, religioso y (al menos en las apariencias) muy devotas de Dios y de su pastor.

Las chicas funcionan, además, como una especie de turba nocturna enmascarada que se dedica a perseguir a otras chicas que consideran pecadoras, a las que capturan y les dan dos opciones: rendirse y unirse a ellas o ser lastimadas, dañadas con un severo corte en el rostro que las dejará «marcadas» de por vida, algo que para esa sociedad tan represiva es algo así como una condena eterna, la marca del pecado que las dejará afuera de todo, inclusive de la posibilidad de casarse con un hombre probo de esa sociedad.

Es que los hombres, en paralelo, extienden su propio poder. Un pastor muy pop baja línea acerca del recato y la decencia que deben tener las mujeres y, además, hay un literal ejército masculino dispuesto a ejercer de fuerza de choque y mecanismo de control. Y si las chicas hacen coreografías religiosas a partir de éxitos pop con las letras alteradas para «servir al Señor», ellos hacen similares movimientos coordinados, una versión casi camp, de club nocturno LGBTQ+, de lo que sería un desfile militar.

A las chicas las obsesiona además un caso del pasado, el de Melissa, una famosa actriz que desapareció del mapa luego de haber tenido alguna situación nunca del todo explicada. Mariana y Michelle (la rubia líder del grupo, la aparente Rachel McAdams de esta historia) desean encontrarla, saber dónde está y qué le pasó. Y la oportunidad de hacerlo se les presenta de la manera más inesperada cuando a Mariana le lastiman la cara en una de las persecuciones nocturnas y se siente incómoda aún en su círculo de amigas, forzada a maquillar su «marca», su impureza. ¿La opción? Meterse en una clínica en la que supuestamente Melissa está internada y encontrarla.

MEDUSA será, en ese sentido, un viaje de descubrimiento confuso, un relato de terror psicológico, de una chica que empieza a alejarse de la cerrada sociedad conservadora en la que participa para ir viendo no solo cómo se vive por fuera de ella sino también los problemas que genera tener que convivir con el aparato represivo que ellas mismas representan, con la iglesia y el ejército por detrás. La metáfora puede no ser sutil pero es bastante cruda respecto al corrimiento de Brasil hacia la derecha, con Bolsonaro –militar, religioso, conservador, homofóbico– como ejemplo más que evidente de todos esos males. Menos pop, quizás (bah, en algunos sentidos muy absurdos lo es), pero conceptualmente idéntico.

La película se oscurece bastante en su segunda mitad, intercambia ese extraño tono de comedia musical satírica por un relato más oscuro, terrorífico y hasta confrontativo. De a poco se irán revelando mas y más secretos de los y las protagonistas (casualmente el film tiene algunos puntos en común con LUCA, la película animada de Disney) y la mirada se volverá, a la vez, más tenebrosa en lo que descubre y esperanzadora en la idea de que quizás sea posible encontrar alguna solución.

En todo momento, Rocha da Silveira ofrece elecciones de puesta en escena (y de fotografía, música y diseño de producción) poco convencionales, más cercanas a la ciencia ficción o al cine de terror que a cualquier tipo de tracto politizado más convencional. Quizás una duración un tanto más breve (es de 127 minutos) volvería a MEDUSA una película más efectiva. Pero su idea de armar una suerte de ópera pop extraña e intrigante atacando las políticas sociales, culturales y, especialmente, la misoginia del Brasil actual (al menos desde su discurso político oficial) permanece y se sostiene hasta el último y radical plano. No será sutil pero es muy, muy potente.