Cannes 2021: crítica de «Petite nature», de Samuel Theis (Semana de la Crítica)
Esta opera prima francesa cuenta la historia de Johnny, un chico de diez años que se obsesiona con el nuevo maestro de su escuela, metiéndose (y metiéndolo) en problemas.
Para Johnny es difícil congeniar lo que pasa en su casa con lo que vive en la escuela. Un chico de clase baja de un barrio complicado del este de Francia, al rubio y pelilargo chico de diez años le gusta estudiar e investigar pero se siente un poco fuera de lugar con sus compañeros y, especialmente, con su familia. Es que su madre, alcohólica, se la pasa casi todo el tiempo saliendo, bebiendo y en relaciones de pareja casuales, y el chico no solo debe ocuparse de sus cosas (prepararse para ir al colegio, estudiar y hasta muchas veces alimentarse) sino también de su hermanita pequeña.
El choque se hace más obvio y evidente cuando llega a la ciudad un nuevo maestro, más joven, idealista y animado que los habituales profesores que enseñan ahí. Johnny lo toma como referente y el propio maestro –sabiendo de las dificultades del chico en su casa– trata de colaborar con él como puede. Hasta su propia novia lo ayuda, sumando al chico a visitas a museos y cosas por el estilo. Pero la madre de Johnny no ve con buenos ojos lo que pasa ahí. Y el propio Johnny también comienza a confundirse respecto a lo que significa esa atención.
PETITE NATURE es una película potente, realista, por momentos inquietante, que se mete en una zona ardua y complicada ligada a las relaciones entre alumnos, maestros, padres y escuelas. Pese a su inteligencia y su capacidad para ocuparse de casi todo en su vida, Johnnie es un chico emocionalmente vulnerable que no tiene muy claro sus sentimientos y que puede malinterpretar las cosas. Su madre, en tanto, por más despreocupada que parezca respecto a la vida de su hijo, también es una mujer dañada que no encuentra la manera de superar sus adicciones. Y el Profesor Adamski, acaso sin saberlo y pese a sus nobles intenciones, está metiéndose en un territorio pantanoso, en el que puede salir también él damnificado.
Si bien la película en un momento parece volverse demasiado espesa, Theis no recarga las tintas. Lo que va pasando es incómodo y al estar narrado desde la cabeza confundida y las emociones de un chico sin demasiadas armas psicológicas para entender ciertos aspectos de lo que sucede –y los problemas que eso puede acarrearle a los que están a su alrededor–, el espectador tampoco sabe muy bien cómo interpretar lo que pasa. Y ese es uno de los logros de un film que no busca necesariamente culpables pero que presenta una serie de situaciones ambiguas y complejas que no son de fácil resolución.
Hay un par de escenas contundentes en las que los choques culturales quedan en evidencia. El profesor lleva a Johnnie a un museo en una sesión nocturna y elegante mientras que en su casa la rutina es comer comida rápida y pelearse todo el tiempo. De a poco al chico le empieza a incomodar la presencia de la novia de Adamski y quiere al profesor solo para él, lo que lo lleva a mentirle a su madre y acercarse más de lo necesario al maestro. Y si bien su madre está en su propio planeta la mayor parte del tiempo, empieza a sospechar que algo raro le pasa a su hijo. Es un juego de identificación complicado que generalmente termina mal. Acá, sirve como material para una muy interesante película, la segunda del codirector de PARTY GIRL.