Cannes 2021: crítica de «The Year of the Everlasting Storm», de varios directores (Special Screenings)
Este desparejo compilado de cortos pandémicos tiene como directores a Jafar Panahi, Apichatpong Weerasethakul, Dominga Sotomayor, Laura Poitras y David Lowery, entre otros.
Los compilados de cortos suelen ser, históricamente, material muy difícil para hacer un trabajo crítico ya que es imposible encontrar una consistencia entre ellos más allá de que –como en este y en muchos otros casos– haya una temática común que los une. Aquí, de hecho, casi no hay un «tema». Más bien, una situación. A todos los realizadores involucrados se les propuso filmar un corto durante los primeros y más duros períodos de restricciones por la pandemia de COVID-19. Y, previsiblemente, los resultados son muy variados. Así que lo mejor será dedicarle un párrafo por separado a cada uno.
El primero es, sin duda alguna, el mejor. Y no es casual que sea de Jafar Panahi, un hombre acostumbrado ya a filmar con muchas restricciones y sin poder salir de su casa. Es por eso que, en su caso, más que hablar de «un corto con restricciones» habría que decir que es un corto suyo y listo. El eje aquí pasa por la visita de la madre del realizador iraní a la casa en la que él vive con su mujer y en la que tienen un enorme reptil (llamado, obviamente, Iggy) como mascota. La cuidadosa (la madre llega vestida con todo el equipo de protección médico), simpática y finalmente emotiva relación que tienen los miembros de esa familia –incluyendo a los que solo se comunican online y, claro, el reptil en cuestión– es extraordinaria. Y Panahi logra aquí incorporar los temas del film de una manera natural, sin forzarlos en la narrativa. Es la película que justifica todas las demás.
La segunda la dirige Anthony Chen (el realizador de WET SEASON, oriundo de Singapur, pero que pasó esa cuarentena en China) y también se centra en una familia que vive en confinamiento con un niño pequeño y los problemas que la situación involucra, especialmente el hacinamiento, la imposibilidad de tener tiempos y espacios individuales (ella trabaja como telemarketer y él quiere ver porno) y las tensiones que van generando casi todo lo que sucede afuera y repercute adentro, algo que van dando cuenta las noticias que llegan por televisión. En el medio, el pequeño niño trata de adaptarse a una situación que no alcanza a comprender.
Malik Vitthal, el menos reconocido de los directores (es el realizador afroamericano de IMPERIAL DREAMS, disponible en Netflix) centra su corto en una historia paralela a la del COVID-19, ligada en cierto punto a la situación del Black Lives Matters y poniendo como protagonista a un padre separado que tiene problemas para poder ver a sus hijos, a los que adora. Es el proyecto más mix media de todos y, en mi opinión, quizás el que menos funciona en este contexto.
Otro plato fuerte del programa es el trabajo de Laura Poitras. La documentalista política (realizadora de CITIZENFOUR, sobre Edward Snowden, premiado con el Oscar) sigue con sus trabajos de denuncia poniendo el eje y el ojo esta vez en una investigación que va realizando, en muchos casos vía zoom con otros especialistas, acerca de empresas que se dedican a manejo de datos online. Se ocupa, fundamentalmente, de las actividades de un grupo de origen israelí conocido como NSO Group que trabaja tanto con empresas privadas como con estados ejerciendo todo tipo de controles requeridos, incluyendo las aplicaciones ligadas a chequear contagios de COVID, información que luego pueden (y suelen) usar para otras cosas. Y muchas de ellos quizás tengan luego repercusiones terribles en la vida real.
Otro de los muy buenos cortos del programa es el de la realizadora chilena Dominga Sotomayor en la que se ve a una mujer (¿la madre de la directora?) que, en una casa en lo que parece ser las afueras de Santiago, practica para cantar en uno de estos clips que se hacían muy seguido por zoom durante los primeros meses de confinamiento. Ella vive con una hija (y uno imagina que otra, la que está detrás de cámara, es la realizadora) y tiene otra familiar que vive en la ciudad y que acaba de ser madre. El deseo de visitarla y conocer al bebé –aunque sea a distancia– son el otro eje de este bello corto que, de paso, deja en claro que las restricciones a la circulación en la capital chilena, al menos cuando se filmó este corto, eran fuertísimas.
Si bien parte de las restricciones impuestas por los productores implicaban filmar solamente en espacios privados, varios de los cineastas rompieron ese molde. El que más lo hizo fue David Lowery (AIN’T THEM BODIES SAINTS) que armó casi una road movie y un relato de ciencia ficción a partir de unos pocos elementos. Una mujer (con barbijo a cuestas, dando la impresión que es algo que se continúa usando dentro de mucho tiempo) encuentra en un garage una caja con varias cartas y emprende un viaje en auto con destino en principio incierto. Si bien hacia el final el corto se vuelve un tanto específico respecto a qué es lo que la mujer debe hacer, el planteo del director de A GHOST STORY –película con la que este film tiene algunos puntos en contacto– es más que inquietante ya que imagina la situación actual como el inicio de algo que no aparenta tener un final relativamente cercano.
Y para mi decepción –porque es el último de los cortos y el que más esperaba ver–, el trabajo de Apichatpong Weerasethakul es un tanto indescifrable. El realizador, quizás obsesionado con lo invisible del virus, se dedicó a poner su cámara y fuertes luces sobre sábanas y cortinados tratando de captar insectos y microespecies de esas que solo pueden ser vistas a partir de una iluminación potente o con microscopio. No hay duda que el ojo para captar ese misterioso espacio (podríamos llamarlo «micromundo» y sería en este caso literal) lo tiene, pero el breve relato quizás funcionaría mejor en otro tipo de formato. De todas maneras, con el largo que estrenó aquí también, este trabajo del director tailandés será finalmente considerado un asunto menor en su carrera.