Estrenos online: crítica de «The Painter and the Thief», de Benjamin Ree (MUBI)
Este premiado documental se centra en la extraña relación que se produce entre una pintora checa y un ladrón noruego que le robó sus obras de una exposición. Crítica publicada originalmente en La Agenda de Buenos Aires.
No fue el robo del siglo ni mucho menos. El criminal, de hecho, se dejó filmar por las cámaras de seguridad al hacerlo. Y, al poco tiempo de ser descubierto, no recordaba qué era lo que había hecho con el material robado. Fue, de todos modos, un robo muy particular, uno que inspiró una extraña amistad y una extraordinaria película premiada en el Festival de Sundance que está disponible en MUBI y se llama The Painter and the Thief. Este documental noruego de 2020 arranca casi como un film de suspenso, luego se transforma en uno de investigación para terminar como un curioso y emotivo drama. Todo, en el marco de otro género: el documental.
De origen noruego, The Painter and the Thief cuenta la historia de la pintora checa radicada en Noruega Barbora Kysilkova y la de Karl-Bertil Nordland, un treintañero local, adicto a las drogas, que una noche decidió entrar –con un amigo—a una exposición de cuadros de Barbora en Oslo y llevarse dos de ellos, enormes, valuados en 20 mil euros. Todo esto lo vemos mientras pasan los títulos ya que las cámaras de seguridad captaron todo lo que sucedió. Enseguida vino el juicio y allí ocurrió algo inesperado. Sin posibilidad de recuperar los cuadros –Bertil dice haber estado muy drogado al robarlos y no recordar qué hizo con ellos–, Barbora se interesó en el personaje. Especialmente cuando, al preguntarle porqué los había robado, el tipo simplemente dijo: “Eran hermosos”.
Lo que el documental de Ree contará, fundamentalmente, es lo que sucede de allí en adelante (el robo fue en 2015). Bertil irá a la cárcel un tiempo pero luego la pintora lo buscará e intentará conocer su historia y además pintarlo. De a poco van trabando una fuerte amistad entre ambos, que se extiende a lo largo de los años y que incluirá nuevos problemas –Bertil recae más de una vez en las drogas, en la prisión y tiene un durísimo accidente en una ruta–, pero que se va volviendo un nexo humano entre dos personas bastante más parecidas de lo que parecen en un primer momento.
Es que alrededor de los 40 minutos de este film de 102, Ree vuelve atrás en el tiempo y cambia el punto de vista. Y es así que dejamos de observar la situación desde el lugar de la pintora y pasamos a verla desde la del ladrón. Es que el hombre también se da cuenta de los problemas y las fragilidades de la mujer, lo que lo lleva a establecer alguna conexión con ella que va más allá del robo que los unió. La película, que hasta ese momento parecía un catálogo de las calamidades y problemas de Bertil vistos por Barbora (sí, es así, con “O”) gira por completo y empezamos a observar que la artista es una mujer con una serie de inconvenientes quizás no tan vistosos como los del tatuado y adicto motoquero pero igualmente complejos de resolver.
Ree arma muy bien esa conexión entre dos personas que, de maneras muy distintas, no logran del todo establecerse en el mundo de los adultos serios y responsables que todos esperan que sean. El, mediante las drogas, los robos, la violencia, el alcohol y los constantes riesgos que toma con la alta velocidad. Ella, por su parte, por su largo historial de relaciones tóxicas y hasta violentas, por su inconstancia a la hora de hacerse cargo de sus asuntos financieros y su obsesión por pintar a toda costa y en todo momento por más que eso le cueste poder mantener parejas y hasta pagar el alquiler. En el fondo son dos niños dañados que, cada uno a su manera, buscan llamar la atención.
La película deparará algunas sorpresas y giros narrativos en su segunda mitad que le agregarán una cuota de misterio y emoción a la relación entre ambos. A lo largo del film se vuelven importantes también parejas y ex parejas, médicos, terapeutas y amigos de ambos. Y el documentalista parece estar siempre presente, captando hasta los momentos más íntimos de las vidas de ambos a lo largo de todos esos años. Ese grado de intimidad es, quizás, uno de los puntos más complicados del film ya que por momentos se siente que hay algunas escenas que parecen armadas para la película y menos naturales de lo que se ven.
De todos modos The Painter and the Thief resulta un documental inteligente, humano, que traza lazos de solidaridad entre las personas aparentemente más disímiles del mundo y que deja en evidencia aquella vieja frase de que nadie es del todo lo que parece. Un hombre criado a los golpes, en la calle, ladrón y adicto que pasó casi una década en su vida en prisión parece no tener mucho que ver con una refinada pintora –sus cuadros son realmente bellos, en un estilo hiperrealista– que ha recorrido Europa exponiendo en galerías de arte. Pero su obra habla del dolor, del sufrimiento y también de la soledad. Y en eso, sin duda, ambos se conectan. Quizás las apariencias engañen, pero el arte no puede evitar decir la verdad.
Crítica publicada originalmente en La Agenda de Buenos Aires. Crítica publicada originalmente en La Agenda de Buenos Aires. Ver acá.