Series: critica de “McCartney 3, 2, 1”, de Zachary Heinzerling (Hulu / Star +)
Esta serie documental de seis episodios es una conversación entre el mítico Beatle y el famoso productor musical Rick Rubin en la que se adentran en los secretos de las grandes canciones del genio de Liverpool. En Hulu, en Estados Unidos. La estrena acá Star + en agosto. Incluye playlist original.
Después de tantos años de escucharlos, de leer historias, notas periodísticas y biografías varias uno cree que ya nada tiene para descubrir acerca de los Beatles. La sensación es la de que todo ya fue dicho y que la continua proliferación de material sobre la vida y obra de los Fab Four solo tiene como único sentido (comercialmente comprensible pero poco interesante como aporte cultural) el de perpetuar el negocio, abrirlo a nuevas generaciones.
Pero hay excepciones. Son pocas, pero las hay. Las ediciones Super Deluxe de álbumes como SGT. PEPPER, THE BEATLES (El Album Blanco) y ABBEY ROAD permitieron conocer parte de la cocina musical de la banda en sus años más creativos (faltarían unas ediciones así de REVOLVER y RUBBER SOUL) y así hemos podido analizar en detalle las diferencias entre demos y distintas versiones de sus canciones. Y lo que produce McCARTNEY 3,2,1 –no solo con los Beatles sino con su carrera solista y con Wings también– es algo similar en el terreno del documental, una suerte de commentary track hecho película.
Lo que hace Paul aquí, con la inestimable y fundamental colaboración de Rick Rubin (el productor de celebrados álbumes de Beastie Boys, Public Enemy, Red Hot Chili Peppers, Johnny Cash, Tom Petty, además de centenares de canciones y una suerte de poco ortodoxo gurú del gremio) es, en cierto sentido, escuchar y deconstruir sus canciones para analizar las curiosas y originales combinaciones musicales que hicieron que la banda sea lo que es.
Utilizando los recursos técnicos —los masters, básicamente— proporcionados por «el dueño de casa» y productor de la serie, Rubin lleva a McCartney a comentar, revisar y analizar decisiones tomadas a la hora de grabar muchas de sus canciones (algunas son grandes clásicos y otros, temas no tan famosos… aunque para a un fan como el que esto escribe no hay muchas diferencias entre unos y otros), un procedimiento que implica separar de a pedazos sus canciones y prácticamente rearmarlas a la vista de todos.
El escenario en el que se produce esto es muy simple y básico. Un estudio de grabación, una consola de sonido, un par de instrumentos, un par de camarógrafos circulando alrededor de ambos (hasta se les puede ver sus tapabocas) y ambos hablando y escuchando, al otro y a la música. El fondo oscuro y el blanco y negro con el que está filmado pone el centro enla charla y la escucha. Si, es cierto, podrían estar grabando episodios de un podcast y sería muy parecido. Pero los gestos, las expresiones y la emoción de ambos al escuchar determinados momentos de canciones o contar anécdotas se perderían.
A lo largo de seis episodios de media hora cada uno lo que hace Rubin es llevar a Paul a través de sus canciones –eligieron por lo general las que son más representativas de McCartney y no solo de los Beatles– e historias. Cuando cuenta anécdotas la serie gana en humanidad pero pierde en relevancia, al menos para los fans que escuchamos mil veces la historia de Julian Lennon y “Lucy in the Sky with Diamonds”, sus anécdotas de Hamburgo y tantas otras de esas fundacionales leyendas beatlescas. Pero aún allí hay historias y momentos que yo no recordaba haber oído o leído. Zachary Heinzerling ofrece, para muchos de estos segmentos, imágenes que aún siendo conocidas se vuelven más relevantes en función de lo que están hablando.
Lo importante está en otro lado, algo que rara vez hacen los documentales de rock, quizás porque sus directores o productores piensan que es algo demasiado técnico o específico para el público en general y prefieren la historia de vida, el anecdotario o el concierto hecho y derecho. Me refiero a la posibilidad de separar las partes de las canciones, los instrumentos, los arreglos y explicar las razones profundas por lo que ciertas canciones son consideradas extraordinarias. Ir más allá del lugar común, salir del elogio desmesurado per se («eran geniales») e internarse en la cocina creativa para responder a la pregunta central: ¿Cuáles son los condimentos específicos que hacen inolvidables a las canciones de los Beatles?
Quizás al estar todo hecho (o casi hecho, en breve llega la serie documental de Peter Jackson a partir de los materiales de la grabación de LET IT BE y se prometen sorpresas), con Paul se pudieron permitir el lujo de ponerse técnicos respecto a líneas de bajo, orquestaciones, mezclas, decisiones musicales específicas en determinados momentos de canciones y así. Quizás para los que son músicos haya cosas aquí que son obvias y evidentes, pero para los que no lo somos, por más atención que hayamos puesto en canciones que escuchamos toda la vida, hay cosas de las que jamás nos habíamos percatado.
Lo más revelador, para mí –de hecho creo que hasta McCartney lo encuentra revelador cada vez que Rubin se lo comenta, quizás por haber hecho determinadas cosas sin ser demasiado consciente de lo que estaban haciendo- es la idea de que en muchas de sus canciones la banda parecía estar haciendo dos cosas contradictorias al mismo tiempo, poniendo especial relevancia en la poco usual manera del propio McCartney de usar su bajo en relación al resto de la instrumentación. Como dije antes, no soy músico como para entrar en detalles y poder explicarlo en palabras, pero al oír los instrumentos por separado y los comentarios de ambos al respecto queda clarísima la existencia de esa combinación y la inusual potencia que tiene.
Al no existir entonces parámetros más o menos estandarizados de lo que debía ser o no ser una canción de rock, Paul, John, George y Ringo (y sumo acá a George Martín, ya que McCartney le adjudica al productor muchas de las originales decisiones creativas de la banda en lo que respecta a arreglos e instrumentación) iban descubriendo a medida que hacían, casi improvisando al paso momentos que quedarían grabados para siempre en la memoria colectiva de generaciones.
Y si bien puede resultar algo técnico al comentarlo aquí, al oírlo se vuelve una experiencia emocional, es casi como descubrir algunos secretos que estaban ahí a la vista (bah, al oído) de cualquiera y que muchos jamás logramos reparar. Ver la emoción del propio Paul al escuchar a Rick observando y deleitándose con ciertas cosas que hizo y parecía haber olvidado o jamás considerado relevante (se sabe, McCartney nunca supo escribir ni leer música) es conmovedor.
Después de ver la serie será difícil quizás volver a escuchar canciones como «Come Together», «All My Loving», «Michelle», «Something», «Penny Lane», entre muchas otras, de la misma manera que antes. Siguen siendo las mismas canciones perfectas que fueron siempre pero ahora uno, además, puede entender algunos de los detalles que las han convertido en lo que son, adentrarse aún más en sus secretos, en la inspirada originalidad de su construcción. Y nada se pierde al conocer algunos de los trucos del mago. Al contrario, la admiración crece todavía mucho más.