Series: reseña de «The White Lotus: Episodios 1-2», de Mike White (HBO Max)
Esta miniserie creada y dirigida por Mike White se centra en los extraños acontecimientos que tienen lugar en un resort de lujo en Hawaii. Cada domingo un nuevo episodio.
A lo largo de su curiosa carrera en cine y en televisión, tanto en su rol de guionista como de director (es actor, además), Mike White siempre cultivó un tipo de comedia entre excéntrica y social, pasando de la sátira hecha y derecha a ejemplares un tanto más indefinibles del género. De CHUCK & BUCK a ESCUELA DE ROCK, de NACHO LIBRE a BEATRIZ AT DINNER (película con Salma Hayek que lidiaba con un tema parecido), los guiones de White siempre apostaron a un humor incómodo, áspero y absurdo a la vez. THE WHITE LOTUS, la serie que escribe y dirige (todos los domingos se sube un episodio nuevo a HBO Max) no escapa a esa improbable suma de categorías. Y, al menos tras sus dos primeros episodios, uno puede encontrar el ingenio, la mordacidad y también cierta malicia presente en sus anteriores series y películas.
Con todos los episodios escritos y dirigidos por él mismo (como fue el caso de ENLIGHTENED, serie con Laura Dern que también está disponible en HBO Max), THE WHITE LOTUS se centra en un grupo de pasajeros que paran en un lujoso hotel en Hawaii, cuyo nombre da título a la serie. De entrada –comienza por el final, o al menos eso parece– se nos hace saber que alguien murió en ese paradisíaco lugar, lo que le da a toda la trama la estructura de un thriller o una comedia de suspenso. A lo largo de las horas y los episodios iremos conociendo a los personajes y viendo que, de algún modo u otro, todos pueden ser tanto las víctimas como los victimarios.
El lugar es hermoso –en un sentido Resort & Spa cinco estrellas– pero la gente que lo visita no lo es tanto. O esa es la primera impresión que la mayoría de ellos da. Una de las empleadas del local lo dice muy claramente en el segundo episodio: «Acá vienen la gente de mucho mucho dinero y no suelen ser los más amables del mundo». Pero las impresiones pueden ser engañosas. Como todo puede cambiar de episodio a episodio, diremos que hasta ahora se trata de un grupo con un alto porcentaje de personas aparentemente muy despreciables.
Los más irritantes son los miembros de una familia que integran Nicole (Connie Britton), la CEO «progre» de una compañía; su abrumado marido Mark, que cree tener cáncer (Steve Zahn); su arrogante y cruel hija adolescente Olivia (Sydney Sweeney), su igualmente fastidiosa amiga Paula (Brittany O’Grady) y el otro hijo de la pareja, Quinn (Fred Hechinger), que vive metido en su teléfono y sus juegos, y parece no soportar a ninguno de los otros. También hay una pareja recién casada, que integra Shane, el caprichoso heredero de una familia millonaria (Jake Lacy) y su atribulada esposa Rachel (Alexandra Daddario), lo más parecido que este universo tiene a una persona más o menos centrada y… normal. O eso parece.
El grupo de turistas se completa con Tanya McQuoid (la genial Jennifer Coolidge), una señora multimillonaria y deprimida por la reciente muerte de su madre que viajó a tirar sus cenizas al mar. Y a la vez hay algunos personajes importantes entre los encargados del hotel. como el siempre tenso y ex alcohólico manager Armond (Murray Bartlett) y la amable Belinda (Natasha Rothwell), encargada del spa del hotel con la que Tanya entabla una relación muy amable. Y en los dos primeros episodios vamos observando cómo se vinculan, se relacionan (el 90 por ciento de las veces rodeados de tensión, fastidio y molestias varias) y algunas pequeñas complicaciones que van prefigurando lo que parece ser el destino «policial» del asunto.
Como sucede también con HACKS –excelente serie que está en la misma plataforma–, se trata de esos shows que parecen haber aprovechado los hoteles vacíos durante la pandemia para filmar historias que se desarrollan en buena parte en lugares de ese tipo y sus alrededores. En aquella serie, en Las Vegas. Aquí, en Maui. El escenario se presta para el disfrute pero los protagonistas están en otra cosa. Shane no soporta que no le hayan dado la habitación que pidió, a su esposa le incomoda que él le pida que deje su trabajo, las amigas adolescentes están en su propio planeta pero aún así se meten en problemas y hay algunos cruces que varios tienen con el inestable Armond que hacen suponer que ese hombre oculta muchas cosas debajo de su sonrisa de «capitán de barco».
White le plantea al espectador un desafío difícil ya que es muy arduo simpatizar con cualquiera de los personajes. Aún los que menos claramente abusan de sus privilegios también parecen ser potencialmente problemáticos de algún u otro modo. Si THE WHITE LOTUS tiene un punto de vista con el cual identificarse tal vez sea el de Belinda, la afroamericana que sabe hacer extraordinarios masajes y parece muy comprensiva y compasiva con todos. O Rachel, que es la única que no viene de un mundo de dinero y se siente incómoda ante la manera de conducirse de casi todos los que la rodean.
Ese es el riesgo de este tipo de sátira que ataca brutalmente al llamado «uno por ciento», como se la conoce a la gente que más dinero tiene en Estados Unidos, los privilegiados aún dentro de los privilegiados. Puede ser gracioso, por un rato, «burlarse» de las costumbres más irritantes de este tipo de personajes, pero a la vez suele ser agotador, tanto como tener que soportar a gente así en la vida real. En cierto sentido uno podría decir que SUCCESSION trabaja sobre un universo de gente parecida (aunque esos ya son del 0,1%, convengamos), pero hay una mezcla de humor y conexión emocional con ellos que, curiosamente, los termina volviendo más humanos.
THE WHITE LOTUS es una miniserie de tan solo seis episodios y parece una buena idea que su misterio, su sátira social y su universo se despliegue de esa forma limitada, contenida. Hay material aquí para imaginar situaciones raras, tensas, divertidas y hasta angustiantes, pero sabemos que no tendremos que convivir años con esta gente. Con White al mando, además, nunca se sabe para donde van a disparar las cosas. Y ese es uno de los potenciales placeres que tiene esta serie rara, incómoda, divertida.
Es que si bien parece ser una sátira sobre millonarios privilegiados y sus hábitos más odiosos, uno no termina de saber jamás con qué raro giro saldrá su guionista/director. En tiempos en los que la mayoría de las series y las películas parecen armadas solo para satisfacer y congratular a la audiencia por ponerse del «lado correcto» de las cosas –donde los villanos suelen ser previsibles en función de factores que exceden a la trama en sí–, la imprevisibilidad de la obra de su creador le da a THE WHITE LOTUS una expectativa extra. Dentro de cuatro domingos (la serie concluye el 15 de agosto) sabremos si logró escaparle a la trampa en la que él mismo decidió meterse al hacerla.
Más que imprevisibilidad, yo diría que hay una falta de rumbo e indefinición de tono: un cóctel de ingredientes que terminan neutralizándose, dando por ahora un resultado ni lo suficientemente gracioso, ni lo suficientemente serio, ni los suficientemente tragicómico. Falla la pintura de los personajes por el guion, no por su extracción social.
Una serie NI.
Pero veremos cómo sigue.