Estrenos: crítica de «Respect: la historia de Aretha Franklin», de Liesl Tommy
Esta película biográfica que recorre un poco más de veinte años de la vida y la carrera de Aretha Franklin es un drama musical que raramente se aleja de las convenciones del género. Con Jennifer Hudson y Forest Whitaker.
Como suele pasar en muchas películas biográficas sobre músicos célebres, la aparición del verdadero artista –por breve que sea– prueba la futilidad del proyecto. En RESPECT, como es costumbre en estos casos, la verdadera Aretha Franklin aparece en los créditos, cantando un clásico suyo en un momento importante de su carrera. Y esos cuatro, cinco minutos son más potentes que los 140 previos; más poderosos, vitales y emocionantes. No porque Jennifer Hudson, la actriz y cantante que la encarna en la película, no esté a la altura de las circunstancias. Al contrario, se puede decir que Hudson es lo mejor que tiene el film, el elemento que hace que todo no se caiga como un castillo de naipes por el peso de las obviedades. Pero no logra hacer olvidar al real deal. A Aretha, la Reina del Soul.
Hay biopics que se han alejado de los formatos convencionales con mayor o menor suerte. Y hay algunas otras que, aún respetándolos, logran convertirse en muy buenas películas. Pero no son muchas. Películas como RAY, de Taylor Hackford, o JOHNNY & JUNE, de James Mangold –sobre Ray Charles y Johnny Cash, respectivamente–, aún sin ser grandes obras, lograban construir potentes dramas gracias al talento de sus realizadores, las buenas actuaciones del elenco y guiones dignos y bien estructurados. El film de Liesl Tommy no alcanza a hacer eso tampoco. Salvo por algunos pocos momentos –muchos de ellos ligados a las interpretaciones en vivo o a las grabaciones de Aretha recreadas por Hudson– se trata de un relato mecánico, previsible, obvio y un tanto tedioso, que nunca cobra vida propia.
La película seguirá la ruta de la carrera de Franklin en función de sus hitos más conocidos: sus primeros fracasos como cantante de estilo más «jazzero» a principios de los ’60, su coronación en la segunda mitad de esa década con sus discos y canciones más famosas, y su reencuentro con la música gospel con la que creció en los años ’70. No hay tiempo para más. El repaso cronológico es veloz y frena solo para acomodar algunas escenas de creación y grabación de sus grandes éxitos, algunos shows en vivo particularmente exitosos (Madison Square Garden), otros un tanto raros (su gira europea) o bien dramáticos (cuando canta alcoholizada), y no ofrece ninguna arista realmente interesante que pueda servir al espectador para conocer algo más de su historia musical que lo que se puede sacar en alguna página web.
La película arranca con la infancia de Aretha y tiene una elegante primera escena que promete algo que nunca llega. Su padre, el famoso Reverendo C.L. Franklin (Forest Whitaker), levanta a la pequeña «Ree» –así le decían– de la cama y la lleva a cantar en el living de su casa para una enorme audiencia en la que hay muchas celebridades y personalidades de la política, ya que el hombre tiene buenas conexiones. La niña cruza en medio de esa reunión, exhibe su talento vocal ante los fascinados invitados, su padre sonríe orgulloso y la manda de regreso a la cama. Si bien las conversaciones que se escuchan de fondo ya dan a entender que todo puede encaminarse a ciertos clichés, al menos hay cierta destreza visual y elegancia en la construcción de la escena.
Pero no dura mucho. Pronto RESPECT cae en la previsible acumulación de Grandes Exitos y Traumas de las Celebridades. El guión lo resumirá como los «demonios» de Aretha, expresión que se usará hasta el cansancio para referirse a las cosas que la afectaron fuertemente de pequeña y que siguieron perturbándola en su vida adulta: la separación de sus padres, la muerte de su querida madre y –esto es algo que se supo una vez que la cantante murió–, los abusos sexuales que culminaron en que la pequeña fuera madre de dos hijos siendo adolescente. Por suerte, Tommy tiene el tacto de dar a entender esos abusos con apenas un esbozo de la terrible situación que Aretha vivió.
El centro de RESPECT está en su vida personal. Además de los problemas con su dominante padre (que la empujó a tener una carrera musical pero muy a su manera y con el que tuvo varios problemas tanto personales como ideológicos a lo largo de su vida) y sus citados traumas infantiles, el otro gran conflicto de la película pasa por su tensa y violenta relación con su primer marido, Ted White (Marlon Wayans), que se convirtió en su manager y que era una persona controladora, posesiva y abusiva. En algún punto, no tan diferente a su padre.
Dentro de esa mecánica, el film intenta delinear el principal conflicto de Aretha Franklin a lo largo de esta primera década y algo de carrera profesional: su dificultad para manejar su propia vida y su profesión, los años que le tomó liberarse de esos controles masculinos (llamémoslo patriarcado) y cómo eso se refleja en la canción de Otis Redding que da título a la película y que se convirtió en un hito feminista en su versión, que resignifica la letra al convertir a la narradora en mujer.
Los cambios con sus discográficas –pasó de la más tradicional Columbia al sello Atlantic, con el mítico Jerry Wexler (Marc Maron) como productor, quien la ayudó a encontrar su sonido–, su relación con los músicos de la banda del estudio Muscle Shoals de Alabama (fundamentales en su carrera), sus conflictos con las giras y su necesidad de tener algún éxito radial (Franklin sacó casi una decena de discos para Columbia antes de lograrlo) son las etapas que atraviesa ese recorrido, que en general se queda en los puntos más obvios de todas las biopics de músicos. Un constante «touch and go» temático.
Y los conflictos personales raramente le escapan al mismo trazo grueso, al que hay que agregarle toda otra línea de «cuidado» ligada al hecho de que esta es una biografía oficial aprobada por la familia de la cantante, que siempre fue muy cuidadosa con su imagen y los productos derivados de ella. La etapa alcohólica de la cantante está resumida en una sola escena que es tan desmesurada como pobremente realizada. Por otro lado, la película ubica a Aretha en un lugar de militante política contra el racismo, algo que resulta muy funcional a los tiempos que corren pero que se conecta muy forzadamente con el resto de la trama.
Lo mejor de RESPECT está en Hudson, una cantante de enormes recursos que ya ha demostrado su talento vocal y como actriz en varias ocasiones (desde DREAMGIRLS hasta, ejem, CATS) y que se las arregla bastante bien para personificar a una mujer que siempre fue un tanto enigmática e imprevisible, más expresiva en los escenarios que fuera de ellos. Cuando la mujer canta, la película cobra algo de vida y hay una verdad musical que escapa a cualquier encerrona de guión o de dirección. Pero cuando aparece la verdadera Aretha, al final, queda claro que eso tampoco es suficiente. Las historias de ciertos artistas se sienten más que nada en el cuerpo y no hay una narración –ni una lograda imitación– que logre reemplazar lo que provoca verlos y escucharlos. Esa verdad ontológica es única e irremplazable.