Festival de San Sebastián: crítica de «Carajita», de Silvina Schnicer y Ulises Porra (Nuev@s Director@s)
Esta coproducción argentina-dominicana se centra en la complicada relación entre la hija de una familia adinerada, su mucama de toda la vida y la hija de ella.
Uno tiende a pensar que ciertos acuerdos de producción no generan usualmente buenas películas. Hay una larga historia de curiosas coproducciones que están más sostenidas por necesidades económicas que creativas. Pero CARAJITA, así como otras películas que se filmaron en los últimos años en República Dominicana por realizadores argentinos y/o españoles, prueban que es posible armar combinaciones que se sostengan bien desde lo dramático y que no sean solo acuerdos de producción.
CARAJITA, acaso, sea el mejor ejemplo reciente de este tipo de cruce. Es una película dominicana en todos los sentidos dramáticos y narrativos aunque tiene una pareja de directores argentino-española (Schnicer y Porra, realizados de TIGRE, presentada en esta misma sección de San Sebastián en 2017) y buena parte de la producción es también argentina. Pero si uno no conoce esos detalles del detrás de cámara, la impresión –más allá de la mínima participación de algún actor argentino-, es la de estar viendo una película 100 por ciento dominicana.
Las protagonistas de la historia son fundamentalmente tres. Por un lado está Sara (Cecile Van Weile), una adolescente de una familia adinerada de Santo Domingo que viaja, por un escándalo de corrupción que involucra a su padre, a pasar un tiempo en un lujoso caserón que tienen frente al mar en la ciudad turística de Las Terrenas. Tiene una muy cariñosa relación con Yarisa (Magnolia Núñez), su nana que es oriunda de es ciudad, quien la cuida desde que era pequeña y a la que trata con más cariño que a sus propios padres. Y ama estar cerca del mar, al que se mete constantemente para bucear.
La tercera pata de esta historia es Mallory (Adelanny Padilla), la hija de Yarisa, que sigue viviendo allí y se reencuentra con su madre, con la que claramente no tiene una gran relación ya que su ausencia del lugar ha sido larga. Con la que sí Mallory se engancha es con Sara, una chica de similar edad y parecidos intereses generacionales. En un momento, las dos chicas junto al hermano de Sara, Alvaro (Javier Hermida), van a una fiesta en un barrio alejado, con música, alcohol y bastante descontrol. Las cosas se van poniendo más densas a la hora del regreso y el asunto termina mal, de forma violenta y trágica.
De allí en adelante, esta película en apariencia amable y accesible sobre las vidas de estos adolescentes se ensombrece por completo y su tono cambia radicalmente. Aparecerán culpas, remordimientos, investigaciones, encubrimientos y la sensación de que las diferencias de clase son fundamentales a la hora de hacer funcionar la justicia. Pero de todos modos CARAJITA no se vuelve un drama judicial ni nada por el estilo sino que explora en detalle las consecuencias humanas del hecho, el despertar de cierta conciencia social y política en personajes que van advirtiendo los privilegios existentes allí y cómo eso los afecta en su relación.
Los directores de TIGRE, que habían ensayado un cruce similar de clases en aquel film, inteligentemente evitan el panfleto político priorizando las emociones y sensaciones de las protagonistas, siempre en un tono contemplativo, sensible –con algunas escenas curiosas que involucran a la naturaleza avanzando sobre la «civilización»–, más preocupados en entender la confusión de los personajes y el conflicto que existe entre la empatía, la comprensión, la justicia y la venganza. Es, además, una película que habla de la difícil relación entre el cariño personal y las fuerzas de mayor peso que marcan las diferencias entre los que tienen el dinero y el poder… y los que no.
Con edición de la experimentada Delfina Castagnino; fotografía del también argentino Iván Gierasinchuk (LOS SONAMBULOS) con colaboración del chileno Sergio Armstrong (DF habitual de Pablo Larraín), un guión escrito por la dominicana Ulla Prida (también productora) junto a los realizadores y con un elenco prioritariamente dominicano, CARAJITA no solo prueba ser una muy buena película sino una coproducción completamente orgánica, que casi nunca evidencia su curiosa combinación de talentos internacionales. Es una prueba de que este tipo de extrañas mezclas se pueden hacer muy muy bien.