Festival de Toronto: crítica de «Drive My Car», de Ryusuke Hamaguchi (Special Presentations)
Este doloroso drama, adaptado de un cuento de Haruki Murakami, se centra en la relación que se establece entre un hombre y la mujer encargada de conducir su auto. Mejor guión en el Festival de Cannes.
Quien no conozca la historia de Haruki Murakami en la que se basa esta película podrá suponer, por sus tres horas de duración, que se trata de una de sus novelas. Pero no. Es un cuento de no más de 40 páginas que integra su colección «Hombres sin mujeres». En su segunda película de 2021 (la anterior, WHEEL OF FORTUNE AND FANTASY, compitió en Berlín, esta lo hizo en Cannes), el realizador Ryusuke Hamaguchi adapta, completa, reinventa el cuento del escritor japonés para narrar una historia de dolor, amistad y carreteras, un drama humano en el que las conversaciones en un auto juegan un papel definitivo, fundamental.
La película recompone o reordena cronológicamente muchas de las historias que se narran verbalmente en el cuento. El protagonista es Yusuke (Hidetoshi Nishijima), un prestigioso actor y director de teatro que está casado hace ya muchos años con Oto (Reika Kirishima), que es guionista de televisión. La mujer tiene como hábito inventar historias para sus guiones después de tener sexo y él se ocupa de recordar lo que ella le cuenta, ya que Oto tiende a olvidarlas. Su matrimonio parece calmo, estable, pero pronto nos enteraremos de un par de cosas. Por un lado, que tuvieron una hija que murió siendo muy pequeña hace ya bastantes años. Y, por otro, que Oto tiene sus affaires amorosos, algo que Yusuke descubre –o acaso ya sabía– cuando se posterga su viaje en avión y vuelve inesperadamente a su casa. De todos modos, no dice nada.
Yusuke tiene un modo un tanto inusual de armar sus obras teatrales, o al menos es algo que está haciendo ahora, en su adaptación de TIO VANIA de Anton Chekhov. El hombre elige actores de distintas nacionalidades y los hace hablar a cada uno en su idioma, usando subtítulos detrás del escenario. Y para practicar su papel como Vanya se lleva en su auto la voz grabada de su mujer en un casete interpretando los otros papeles y dejando en silencio el tiempo necesario para que Yusuke aprenda y practique el suyo mientras maneja. Porque si hay algo que le gusta hacer al hombre es manejar su antiguo Saab 900 rojo (no amarillo, como en el cuento) por las calles de Tokio repitiendo en voz alta parlamentos del clásico autor ruso.
Pero un día todo cambia, bruscamente, cuando Oto le dice que quiere hablar con él y, poco después, una secuencia compleja de hechos llevan a Yusuke a tener que rearmar su vida, prácticamente a empezar de nuevo. DRIVE MY CAR reencuentra al hombre dos años después, cuando viaja en su Saab a Hiroshima para montar allí su versión «multilingüística» de VANIA. Los que lo convocaron a hacerlo tienen, por un tema «del seguro», una condición inamovible para contratarlo: que utilice un chofer para ir y volver de su casa al teatro. El hombre en principio se opone porque ese es su espacio «sagrado», el que usa para practicar con el casete, algo que a esta altura ya significa otra cosa que el mero entrenamiento actoral. Pero no puede negarse al requisito y termina aceptando que le pongan a Misaki (Toko Miura), una conductora muy joven, reservada y con cara de pocos amigos que resulta ser muy buena en lo que hace. Pronto, Yusuke vuelve a recitar sus diálogos mientras la chica maneja.
DRIVE MY CAR se centrará en las distintas relaciones que Yusuke va teniendo en Hiroshima mientras elige al elenco, ensaya la obra y se prepara para estrenarla. Con Misaki de a poco irán compartiendo historias y encontrando similitudes en sus pasados, pero también deberá lidiar con Takatsuki (Masaki Okada), un actor de TV que trabajó con su esposa y que se presentó al casting de la obra. Yusuke cree que fue uno de los amantes de Oto y quizás por eso lo elige para el papel de Vania, para ver si puede sonsacarle algo de todo eso. Y la otra relación –la que une a los tres protagonistas, cuatro si contamos a Oto– es la que tiene con el auto, ese hogar en movimiento en el que los personajes se sueltan y son más honestos que en otros ámbitos de sus vidas.
DRIVE MY CAR va detallando las historias y las sensaciones por las que atraviesa Yusuke, un hombre golpeado que no logra volver a hacer pie, a reencontrarse consigo mismo, a curarse de ciertas heridas del pasado. Hamaguchi cuenta su historia o «comenta» sus sensaciones haciendo muchas veces paralelos con la obra de Chekhov que escucha o ensayan –es, quizás, el único cambio respecto al cuento que se siente un tanto forzado, por más que sea efectivo–, pero a la vez le aporta a la historia algunas ideas y personajes nuevos que la enriquecen. Una pareja coreana, integrada por el asistente/traductor de Yusuke y una actriz de la obra que es muda –en su obra multilingüe hay lugar también para el lenguaje de señas– acaso sea el agregado más interesante y emotivo.
Una película serena y calma –al menos en las apariencias– como lo es también el cuento, DRIVE MY CAR va profundizando en el drama de sus protagonistas, haciendo que sus desencuentros iniciales vayan dando paso a entendimientos y confesiones, casi todos ellos en el marco del auto rojo, de las rutas y el invierno. La rispidez y desconfianza iniciales que Yusuke tiene ante casi todo y todos se van aflojando, con el consecuente dolor que muchas veces trae aparejado abrirse al mundo y a los demás, algo que también se va reflejando formalmente en su obra teatral. No es el único que tiene una historia difícil y, al conectar con los otros, lo que queda a la vista es que el sufrimiento puede soportarse mejor si se comparte. Y esto mismo corre para Misaki, cuyo viaje personal tiene bastantes puntos en común con el de Yusuke.
Las tres horas pasan velozmente ya que es imposible despegarse de los vaivenes de la historia y de los personajes. Hamaguchi –que nos tiene acostumbrados a escenas con diálogos largos y a extensiones de películas no habituales empezando por las más de cinco horas de HAPPY HOUR— es un realizador ideal para adaptar el mundo de Murakami ya que los dos parecen trabajar sobre temáticas similares. El coreano Lee Chang-dong, hace unos años, en BURNING, llevaba todo a un terreno más misterioso y enigmático, que es otra de las características de la obra del escritor japonés. Su compatriota, en cambio, deja eso de lado y prefiere profundizar más directamente en los sentimientos, la mezcla de emociones y las relaciones entre los personajes. Y su película logra ser bella y dolorosa a la vez, pacífica en las formas pero turbulenta en las historias que cuenta y en las sensaciones que atraviesan sus protagonistas. Uno de los grandes títulos de 2021.
Este elegiaco, sombrío y magnético drama de largo recorrido es, de manera sorprendente, tan creativo como hierático, tan doloroso como lacónico. Un film que se adentra en la delgada línea que conecta los sentimientos más profundos de sus personajes con los pliegues y muecas de su exterioridad. Pistas inservibles, carreteras obstruidas, autovías rotas en dos. Hasta que alguien llega para reparar aquellos caminos por los que un día vuelven a circular. Libres, ya, del dolor que les hizo estacionar su vehículo en el arcén de la vida o en el proscenio de las tablas de un teatro. Tan difícil de separar lo uno de lo otro.
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