Festival de Toronto: crítica de «Montana Story», de Scott McGehee y David Siegel (Platform)
Este film de los directores de «The Deep End» se centra en el reencuentro de dos hermanos en el rancho familiar después de que su padre cae en coma. Con Haley Lu Richardson y Owen Teague.
Los paisajes montañosos y campestres de Montana, estado del noroeste norteamericano, son un personaje más de esta película que recala en ellos para contar una historia familiar de esas que parecen entalladas en las rocas de alguno de esos parajes solitarios. Los realizadores de SUTURE y THE DEEP END, entre otras, que fueron toda una promesa del cine independiente norteamericano en los ’90 pero no han logrado del todo revalidar sus títulos de allí en adelante, arman en esos escenarios un drama familiar de previsible y un tanto caprichoso desarrollo, que solo cobra cierta potencia en esporádicos momentos pero nunca fluye del todo bien.
La historia comienza cuando Cal (Owen Teague) llega hasta el rancho que su padre tiene en Montana a ayudar con lo que parecen ser los últimos días del hombre, que acaba de tener un ACV que lo dejó en coma y tiene los días contados. Cal tiene, además, que poner en venta la casa y otros asuntos que su padre dejó sueltos por allí. En el rancho –que tiene una vista extraordinaria a las montañas– está Ace (Gilbert Owuor), un enfermero de origen keniata que se ocupa de cuidar al hombre entubado y con un respirador; y Valentina (Kimberly Guerrero), que se encarga de mantener la casa y que conoce a Cal de toda la vida.
Mientras Cal se ocupa de poner en orden los asuntos familiares (la madre, nos enteramos, murió hace unos años) llega hasta allí Erin (Haley Lu Richardson), su hermana mayor, que está claramente distanciada de toda la familia, al punto que su hermano no solo no la veía hacía siete años sino que desconocía su paradero. La chica, aún más que él, tiene una horrible relación con su padre, cuyos detalles iremos conociendo de a poco. Y su idea inicial es pasar solo unas horas por el rancho y volverse a su hogar en las afueras de Nueva York.
Pero durante gran parte de su trama –por motivos que exceden en tiempo y detalles a su valor simbólico–, Erin estará preocupada más que nada por evitar que Cal «sacrifique» a Mr. T., el caballo de la familia que tiene ya 25 años, está con problemas de todo tipo y ya nadie podrá cuidar de ahí en adelante. Y para resolver eso toma la brusca decisión de comprar una camioneta y un transporte para llevarlo desde allí a Nueva York, un viaje muy largo y nada sencillo.
MONTANA STORY tiene, como su título, un carácter casi de western clásico pero a la vez un tanto genérico. Es la historia de una familia con un pasado oscuro y de hermanos que cargan tensiones entre sí de larga data. Los directores le agregan a ese combo algunas cuestiones más actuales, ligadas a la ecología, a la explotación de la zona y a la relación con los miembros de pueblos originarios que habitan el lugar, pero todo se queda en algo muy básico, casi superficial.
Filmada en 35 mm. y con escenarios, protagonistas y hasta historias que tienen bastante en común con las de las primeras películas de Chloé Zhao, el filme de McGehee y Siegel pierde en comparación a las de la realizadora, se lo nota un tanto más mecánico y previsible, forzado en su acumulación de temas sociales y familiares. Los actores tampoco logran llevarlo hacia un lugar más dramático por sus propios medios y las esperadas escenas de revelaciones no impactan lo suficiente como para levantar del todo el cuento. Es una película accesible que jamás pierde la línea –uno podría decir, usando el viejo cliché, que «se deja ver»– pero que que tampoco deja huella alguna.