Festivales: crítica de «Reflection», de Valentyn Vasyanovych (Venecia)
Este potente drama ucraniano, que compite en el festival de Venecia, se centra en las experiencias de un médico antes, durante y después de su paso por el frente bélico con Rusia.
Como había quedado ya bastante claro en su opera prima, ATLANTIS, premiada en el Festival de Venecia en la sección Orizzonti, el ucraniano Vasyanovych trabaja a partir de decisiones muy rigurosas de puesta en escena, elecciones formales que no están muy alejadas a las de compatriotas suyos como Myroslav Slaboshpytskiy, el director de LA TRIBU (de la que Valentyn hizo la fotografía) o la reciente BEGINNING, de la georgiana Déa Kulumbegashvili, entre muchos otros cineastas –varios de ellos, es cierto, del Este de Europa y la ex Unión Soviética– que eligen cierto distanciamiento y rigor formal a la hora de contar historias dramáticas y con momentos de alto impacto.
REFLECTION, como ATLANTIS, son dos películas centradas en conflictos bélicos, aunque aquí es más claro y directo que se trata de los inicios de la guerra entre Ucrania y Rusia allá por el año 2014. Aquel film también funcionaba a partir de planos largos y silenciosos que se combinaban con un rigor formal sostenido a capa y espada. Aquí el experimento va aún más lejos. Lo que Vasyanovych prueba hacer en REFLECTION es encuadrar casi toda la película como si fueran tableaux vivants en un estilo, digamos, cercano al de las pinturas de Caravaggio. La cámara raramente se mueve –o si se mueve lo hace en función de algún vehículo y casi siempre mantiene la misma posición– y la acción sucede en el centro de la escena, dejando muchísimo «aire» en los costados, espacios que suelen estar cubiertos por paredes (frontales o laterales) que en cierto modo encierran a los actores en medio del cuadro. En todo momento da la impresión que la cámara está unos metros más atrás de lo que debería estar en una composición más convencional. De hecho, las fotos que se ven aquí son acercamientos, no reflejan del todo la amplitud de los encuadres originales.
Esto, que puede parecer un capricho, tiene cierto sentido como una elección de distanciamiento clínico con los hechos que se van a narrar y a mostrar. REFLECTION es una película sobre la experiencia bélica (antes, durante y después de la participación del protagonista en el conflicto) y la manera en la que el realizador ucraniano encontró para hacer, supuestamente, más tolerables ciertos momentos es poner la cámara un poco más lejos que lo normal. Eso sí: sin parpadear ni dejar nada fuera de campo. Lo que sucede, se ve y se sigue viendo un buen rato. De lejos quizás, pero está ahí. No hay forma de mirar para otro lado salvo cerrando los ojos.
La primera escena da la pauta de todo lo que sucederá después y cómo lo hará. El protagonista, Serhiy (Roman Lutskyi), está en un salón donde, detrás de un vidrio (hay muchos vidrios separando cosas en el film), su hija Polina (Nika Myslytska) está festejando su cumpleaños jugando al paintball con amigos. Adelante vemos a Serhiy conversar con Andriy (Andriy Rymaruk), el nuevo marido de su ex mujer y a ella (Nadia Levchenko) observando la situación. Los hombres beben y hablan de la guerra –Andriy estuvo en el frente mientras que Serhiy, que es médico, se ha quedado en Kiev– y mientras eso sucede el vidrio trasero se va llenando de las marcas que dejan los disparos del juego. Al final de la escena, Polina se acerca al vidrio y «actúa» su muerte, derribada por las bolas de colores.
Durante la primera parte de las tres en que se divide el film –la más breve– veremos al protagonista en su tarea como médico en la sala de operaciones, luego limpiando discos en su casa o yendo al autocine con su hija. Cuando Polina le pregunta, es evidente que el tipo se siente un poco mal (culpable tal vez) al saber que tanto Andriy como muchos padres de su edad están en el frente de combate. En la escena siguiente ya está en pleno caos bélico y poco después es atrapado por las autoridades rusas y puesto a «trabajar» revisando o chequeando el estado de salud de otros prisioneros que fueron –o que están siendo adelante de sus y de nuestros ojos– torturados in situ. Es, claramente, la parte más incómoda y complicada de la película, de esas que hacen preguntarse al espectador el sentido de estar presenciando una cuidadosamente encuadrada escena de degradación humana.
Las escenas con Serhiy prisionero ocuparán la segunda parte del film. Y si bien, por suerte, no todas están relacionadas al uso de instrumentos de tortura, en la mayoría de los casos son incómodas de ver, aún cuando algunas tengan apuntes hasta cómicos. Sin abandonar nunca el registro antes mencionado, la tercera parte del film –toda la segunda hora– está dedicada a las experiencias del hombre al regresar a su vida previa, intentando adaptarse a lo que sucede luego de haber sido testigo y víctima de horrendas golpizas, torturas y humillaciones humanas. Y allí Vasyanovych pondrá el centro de atención, más que nada, en la relación que vuelve a establecer con su hija adolescente, quien de una manera un poco más difusa está también perturbada por los acontecimientos.
El sistema raramente se modifica (algunas escenas de running obligan al director a mover la cámara, pero sin perder la precisión en el encuadre) y lo que va cambiando, más que nada, es la manera del protagonista de conectarse con lo que lo rodea. Hay un pequeño accidente –una paloma que se golpea de lleno en el vidrio de su casa, deja una mancha y cae muerta mientras su hija está ahí– que tendrá un peso desmedidamente importante en la historia, más metafórico que otra cosa, y que servirá como conector temático a la hora de pensar las experiencias y pérdidas de ambos. Ese pájaro que vuela tranquilamente por el aire y se lleva un vidrio por delante confundiendo el «reflejo» del cielo con la realidad es, de una manera menos poética de lo que pretende ser, una suerte de explicación del giro en la vida de Serhiy y también en la de su hija. Lo que sigue para ellos ya no es una vida, sino una imitación, algo que se le parece y acaso nada más.
Es una película potente, bella, escabrosa y agobiante que no resulta fácil de ver pero, a la vez, cuesta quitarle los ojos de encima. Hay dos o tres escenas de la etapa bélica del relato que son complicadas de mirar y de analizar, ya que lo que Vasyanovych pretende es que tanto el protagonista como el espectador vean las atrocidades cometidas por los rusos con los prisioneros ucranianos. Y si bien esa desmedida violencia queda clara, los métodos para mostrarla son un tanto molestos. En el resto de la película esa elección formal de mirar fijo algo durante varios minutos sin moverse no molesta. Al contrario, hasta puede ser subyugante. Pero a esa altura ya es difícil borrar de la memoria lo ya visto.
Otra elección rara de Vasyanovych –en este caso del guión– pasa por la decisión de poner el eje del regreso más en las experiencias de la hija que en las del padre. Si bien hay motivos que explican esa decisión –ya verán cuáles son–, es un cambio que se siente un tanto extraño, ya que la película parece armada en función de compartir más que nada las experiencias de Serhiy. El está ahí, claro, acompañándola, por lo que en esa tercera parte la película se convierte en un drama sobre la relación entre padre e hija, sobre la posibilidad de superar duros traumas y sobre la capacidad de recomponer relaciones afectivas después de atravesar situaciones trágicas y dolorosas. A su manera, complicada pero efectiva, REFLECTION consigue transmitir todas esas fluctuantes emociones.