Festivales/Estrenos online: crítica de «The Card Counter», de Paul Schrader (Venecia)

Festivales/Estrenos online: crítica de «The Card Counter», de Paul Schrader (Venecia)

El nuevo film del director de «First Reformed» y guionista de «Taxi Driver» se centra en un ex militar que estuvo preso y ahora se dedica a jugar profesionalmente en casinos. Con Oscar Isaac, Tiffany Haddish y Tye Sheridan.

Oh, Jeanne! Qué extraño camino tuve que recorrer para llegar hasta ti«, es la última, famosa frase de PICKPOCKET/EL CARTERISTA, el clásico film de Robert Bresson, cineasta que tantas veces Paul Schrader ha homenajeado y celebrado (además de escribir un libro sobre él, claro). No vamos a contar en qué circunstancias esa frase se dice porque quizás haya lectores que desconozcan el sublime final de ese clásico, pero lo cierto es que nunca antes el realizador de AMERICAN GIGOLO estuvo tan cerca de imitar tan directamente al maestro francés. En cierto sentido –y si bien la trama tiene muchísimas diferencias– THE CARD COUNTER es una suerte de versión americanizada de aquel film de 1959. Una remake en espíritu, en temática y hasta en estilo.

Tras el éxito de FIRST REFORMED, una película que mantenía similar relación temática con el resto de la obra de Schrader –en su costado, si se quiere, más religioso– pero que estaba trabajada desde lo formal y lo estilístico de una manera más clásica, en THE CARD COUNTER el realizador de 75 años va directo al grano, aplicando las recetas de Bresson desde el inicio. Se trata de una película seca, cortante, precisa, interpretada por su elenco con mínima afectación. Un film desprovisto de todo «sobrante»: clínico, ascético y, finalmente, bastante brutal.

El protagonista se hace llamar William Tell aunque su nombre real es otro, que conoceremos luego. Interpretado por Oscar Isaac en una performance casi opuesta a la que, en paralelo, hace en la miniserie SECRETOS DE UN MATRIMONIO, se trata de un hombre que ha pasado una década en la cárcel y que, al salir, se gana la vida como jugador de póquer y blackjack. Es uno de esos hombres metódicos y precisos que tienen todo calculado para salir victoriosos. Además de una rutina muy específica ligada a la manera en la que organiza los cuartos de hoteles baratos en los que se queda mientras va de casino en casino, William es lo que se conoce como un «contador de cartas», de esos que suman todas las cartas que van saliendo para poder saber con más precisión cuáles son las que les pueden tocar. De todos modos, lo mejor –dice– es jugar a rojo o negro en la ruleta. «47,4% posibilidades de acierto. Ganás y te vás. Perdés y te vas también».

Pero Will tiene otros secretos. Uno, también ligado al juego, consiste en no querer llamar la atención. Su conducta es ganar lo justo y necesario, retirarse e irse a otro casino. Es que contar cartas es ilegal pero nadie se fija mucho si el que gana apenas se lleva unos cientos de dólares y se va calladito. El otro está ligado a su pasado: fue parte de los comandos militares estadounidenses que torturaban prisioneros en Abu Ghraib y fue por eso que estuvo en la cárcel. En una escena extraña por el curioso lente elegido por Schrader para filmarla (es, después de todo, una pesadilla), se nos mostrará brevemente su «tarea» allí.

Tres encuentros seguidos alterarán su conducta y lo sacarán de su preparado centro, de su disciplina casi militar. Por un lado, se topa con «La Linda» (Tiffany Haddish, muchísimo más medida que de costumbre), una mujer que representa a un grupo de «financistas» de jugadores, gente que presta dinero a profesionales talentosos para que puedan moverse con tranquilidad a cambio, claro, de un alto porcentaje de sus ganancias. Ella es una suerte de scout y ya lo tiene fichado a Will. El tipo no parece interesado en la operación, pero sí en la mujer. Tarde o temprano, una cosa y la otra se mezclarán y Will pasará a ser parte del «equipo» de la dama, jugando en torneos un tanto más grandes.

Los otros dos encuentros son simultáneos: en uno de esos hoteles-casino y en medio de una conferencia que un militar retirado (Willem Dafoe) da sobre nuevas tecnologías de seguridad, Will se topará con un joven llamado Cirk (Tye Sheridan). Cirk lo reconoce, se presenta ante Will y no solo le cuenta su historia sino que trata de convencerlo de que lo ayude en un siniestro plan que tiene y que precisa de su colaboración y «sabiduría». Will no quiere saber nada de ayudarlo en el asunto pero luego invita a Cirk a que lo acompañe en su gira por casinos estadounidenses, «así no se siente tan solo», le dice. El chico, más por inercia que por otra cosa, acepta.

THE CARD COUNTER seguirá las aventuras de Will, Cirk y La Linda a lo largo de esa gira por casinos semivacíos y un tanto desangelados, con Will ganando dinero y pasando etapas en una competencia por un gran premio. Y mientras la relación con los otros dos se va profundizando, sus propias mecánicas casi budistas de funcionamiento se empiezan a desarmar. Además de la evidente atracción que siente por la chica –y que parece ser correspondida por ella–, a Will le sigue repiqueteando en la cabeza el plan propuesto por Cirk, plan que inevitablemente lo lleva a pensar en ese pasado que intenta claramente olvidar.

Como en su guion de TAXI DRIVER –que también se centraba en un veterano de guerra con un trabajo metódico que empieza a perder el control a partir de un interés romántico–, Schrader ofrece a otro personaje que trata de redimirse en las circunstancias más curiosas, no siempre logrando su objetivo. Son hombres con pasados violentos que están intentando escapar de la tentación de volver a esa violencia, manteniendo un perfil bajo, alejado de cualquier distracción, en una suerte de purgatorio eterno. Pero no les es fácil despegarse de «lo humano» y, cuando eso reaparece en su vida, ese preparado método de contención psicológica se derrumba.

A diferencia del más expresivo Scorsese, como director Schrader también apuesta por una sequedad monástica similar a la del personaje (y a la de Bresson). Sus diálogos son pocos, directos y alejados de todo naturalismo. Sus planos, matemáticos. Y el sonido, una pieza dramática importante, especialmente en las escenas en las que prefiere usar el fuera de campo y no mostrar lo que sucede. El dinero es un elemento clave (al menos, como conductor de la trama) y lo mismo sucede con su pasado como torturador. De algún modo, Will cree que su elección de vida –sin amigos, sin distracciones; ir a una ciudad, jugar, irse a otra y así– es una forma de cumplir su condena en libertad. La justicia puede haber dicho que ya tuvo suficiente, pero internamente él siente que merece un castigo por el resto de su vida. ¿Perdonarse? Imposible.

Utilizando oscuras y sugerentes canciones de Robert Levon Been (ex líder de Black Rebel Motorcycle Club) en la que quizás sea una de las pocas alteraciones al metódico y disciplinado ritmo bressoniano de THE CARD COUNTER, Schrader va creando un relato angustiante, cuya tensión crece de modo sigiloso, casi sin que nos demos cuenta. Uno tiene en claro que la posibilidad de salvación está cerca (una escena en la que Will y La Linda caminan en un jardín botánico iluminado de noche es lo más parecido a lo que el film nos acerca a ese ideal), pero también sabe, especialmente si vio muchas películas del director de AFFLICTION, que no le será sencillo alcanzarla. Y que quizás deba conformarse con acercarse a ese estado de gracia como lo hacía el personaje de Bresson.