Estrenos online: crítica de «Nuclear Family», de Ry Russo-Young (HBO)
En esta serie documental, la directora de «Nobody Walks» cuenta su propia historia como hija de una pareja de dos mujeres que fueron llevadas a juicio por su tenencia por parte del donante.
Hay películas que podrían ser series y series que podrían ser películas. Viendo NUCLEAR FAMILY, un documental personal, familiar, íntimo hecho por y sobre la realizadora Ry Russo-Young, es bastante evidente que no necesita ser narrada en tres episodios, que el formato responde más a los usos y modas comerciales que a lo que hay aquí para narrar. Es así que una historia que podría haber sido efectiva en 90, 100 minutos se vuelve repetitiva en casi tres horas de extensión. No es porque el tema no sea importante ni valga la pena ser contado, solo que sería más efectivo y potente narrado de una manera más concisa.
La serie tiene dos interesantes dilemas que la vuelven intrigante. El primero es el punto de partida. Ry fue concebida por una pareja lesbiana usando un conocido gay como donante de esperma, algo que también habían hecho con su hermana Cade. En el caso de Ry, la embarazada fue Robin Young, una de sus madres. Y en el de Cade fue Sandra Russo, la otra. Y los donantes fueron dos hombres diferentes, cuidadosamente seleccionados por la pareja con ayuda de una amiga. Un detalle importante: todo esto sucedió a fines de los años ’70 y principios de los ’80, mucho antes de que los matrimonios del mismo sexo sean legales y de que sea visto con normalidad que una pareja gay o lesbiana tenga hijos de ésta o de cualquier otra manera.
La pareja tenía buenas relaciones con los donantes y ellos podían visitar a las niñas, especialmente uno de ellos, Tom Steel, el donante en el caso de Ry (al otro, alcohólico, nunca le interesó mucho). Pero la vida en apariencia ideal de la familia Russo-Young no duraría mucho tiempo ya que, a partir de la relación que Tom empezó a establecer con la pequeña Ry, el hombre quiso que sea considerada su hija, poder visitarla a menudo y llevársela con él parte del tiempo, como si fuera su padre. Pero las madres no querían saber nada ya que, después de todo, más que el esperma y algunas esporádicas visitas no hubo mucha participación del tipo en la vida de la niña. Ante esa negativa, el hombre decidió llevarlas a juicio.
NUCLEAR FAMILY corre con una ventaja con respecto a otros documentales personales y familiares. Ya siendo adolescente, Ry –una realizadora con varios films de ficción, como YOU WON’T MISS ME y NOBODY WALKS, entre otros– tenía una cámara que usaba para filmar su vida cotidiana y para hacer cortos. Y muchos de sus proyectos tenían que ver con investigar el tema, hablar de él y hasta armar ficciones caseras en las que Tom era el lobo malo de las fábulas infantiles. Además, el juicio en cuestión se transformó en noticia a fines de los ’80, por lo que hay mucho material televisivo al respecto. No solo programas informativos, sino talk shows a los que la familia iba a defender su postura que, en esa época, no era universalmente apoyada ni por los conductores de esos programas ni por los espectadores en el piso.
La serie tendrá una interesante vuelta que se abre al final del segundo episodio y que recorre el tercero. Y ese será el otro dilema, quizás el más intrigante, de NUCLEAR FAMILY. Contarlo aquí sería spoilear la historia por lo que lo dejaremos en suspenso, pero se trata de un par de acontecimientos que hacen repensar todo lo visto hasta el momento. Lo interesante de ese giro es que pone en una situación rara, ambigua, a la propia realizadora, la obliga a revisar su pasado, su relación con todos los personajes de la trama y a darse cuenta que –al menos para ella– las cosas podrían haberse hecho de otra manera. Y, al menos a partir del material que ella exhibe aquí, uno no puede más que coincidir con esa postura.
Esa última hora es la mejor de toda la serie, casi su razón de ser. Lo previo es relevante solo en función de lo específico del caso y por como muestra lo difícil que era para una pareja del mismo sexo ser considerada como una potencial «familia normal». Pero NUCLEAR FAMILY pone demasiada atención en un juicio que, al menos por lo que se ve, es menos dramático y tortuoso que muchos otros. Es importante para Ry y su familia –y no hay duda que tendría su valor como antecedente legal en casos de este tipo– pero hasta ese quiebre final no parece ser tan apasionante como relato en sí.
El quiebre, sí lo es. No solo porque presenta nuevas aristas sino porque la propia realizadora y sus entrevistados «de ambos bandos» se ven enfrentados a cotejar y repensar lo que hicieron casi tres décadas atrás, quizás empujados entonces por la tozudez o la mecánica del propio sistema legal. Y eso no es tan habitual en los documentales, especialmente en los norteamericanos, que no abrazan demasiado las dudas y la ambigüedad sino que se construyen para probar hipótesis decididas de antemano por los realizadores. No son investigaciones, son alegatos desde uno de los bandos. Acá, eso un poco se enreda, se complica.
En el fondo, NUCLEAR FAMILY termina siendo una condena a un sistema de juicios, apelaciones, medidas cautelares y otras trabas legales que no hacen más que «embarrar la cancha» en cualquier tipo de relación personal y familiar, por más complicada que sea. Una industria del juicio que lleva a los protagonistas a exagerar cada vez más las tensiones y a creerse sus propios relatos, al punto de convertir al otro en un villano sin matices. Décadas más tarde y con algunos de los participantes (no todos) alejados de la virulencia de las acciones legales de entonces, se puede entender que el cariño y el afecto eran más importantes que disputarse a una niña como si fuera un trofeo, dañándola de por vida.