Festivales/Estrenos online: crítica de «Bergman Island», de Mia Hansen-Løve
La nueva película de la realizadora de «Eden» trata acerca de una pareja de cineastas que viaja a la isla de Fårö, donde vivió el director sueco, para trabajar en sus nuevos proyectos. Con Vicky Krieps y Tim Roth.
Lo que para unos puede parecer placentero y paradisíaco, para otros puede resultar complicado, hasta perturbador. «No sé si voy a poder escribir acá, me siento como una perdedora», dice Chris (Vicky Krieps) cuando acomoda sus materiales de trabajo en un molino perteneciente a la casa de Ingmar Bergman en la isla sueca de Fårö, donde el mítico realizador vivió gran parte de su vida y filmó varias películas. La vista es bellísima, el clima soleado y nada parece más agradable que un lugar así para sentarse a pensar su próxima película y a escribir el guión. «A toda esta calma y perfección la encuentro opresiva», le dice a Tony (Tim Roth), su pareja, que también es director y está allí con el mismo objetivo que ella, ya que el lugar suele alquilarse a artistas para que trabajen en sus proyectos. «Nadie espera que escribas PERSONA», le dirá.
No, BERGMAN ISLAND no es PERSONA y la realizadora de EDEN no apuesta por un tono similar al de los films del «dueño de casa». De todos modos, muchos de los temas (además del obvio escenario) que circulan por el cine del realizador sueco están presentes aquí, especialmente los ligados a las complicadas relaciones de pareja, a la soledad y a las crisis personales. Pero también Hansen-Løve hace uso de la vida de Bergman a la hora de pensar las diferencias entre una cineasta mujer actual y un hombre que filmaba en una época en la que las discusiones sobre el patriarcado tenían otras características. «¿Creen que se puede crear una gran obra y formar una familia al mismo tiempo?», Chris pregunta en una cena con los que manejan la Fundación Bergman, cuando ellos le cuentan la mínima o inexistente relación que el realizador tenía con sus nueve hijos de seis mujeres diferentes. Ella sabe que ella no podría hacerlo y le resulta conflictivo cuando «los artistas que amo no se comportan bien en la vida real».
Este es el territorio en el que se mueve el film de Hansen-Løve a la hora de retratar la relación entre Chris y Tony a lo largo del tiempo que pasan juntos en Fårö. Se trata de un lugar bello y agreste que está siendo usado (casi parece abusado) como sitio de «turismo bergmaniano», incluyendo hasta un tour por su famosa casa, su estudio, su cine y locaciones de rodaje que tiene el horrendo nombre –aunque conociendo el ácido humor escandinavo por ahí se trate de un guiño– de «Bergman Safari». Tony es un realizador famoso y experimentado que está allí, además, para presentar un ciclo de películas suyas y hablar con el público. Ella, menos conocida y no tan adicta a la adulación ajena, prefiere mantenerse un poco al margen de ese «circo cultural»: no se queda a su charla, no va al tour (en el que sí aparecen algunos reconocidos críticos y cineastas como parte del asunto, discutiendo sobre si la Trilogía de Bergman es realmente o no una trilogía, entre otros problemas de la cinefilia) y termina dando un paseo un tanto más relajado con un estudiante de cine sueco que también está en la isla en plan creativo.
Por momentos, uno podría pensar que BERGMAN ISLAND cruza caminos y referencias cinéfilas, que tiene un tono más cercano al de VIAJE EN ITALIA, de Rossellini (o quizás hasta una influencia rohmeriana), pero con el marco de la casa en la que se filmó parte de ESCENAS DE LA VIDA CONYUGAL, miniserie que –les remarcan apenas les muestran el lugar– «hizo que millones de personas se divorciaran». Pero las referencias del mundillo del cine no acaban ahí. Se sabe que Hansen-Løve estuvo muchos años en pareja con Olivier Assayas (y tienen, como los protagonistas, una hija en común) y la relación entre Tony y Chris bien parece estar inspirada en la de ellos. Muy disimulado el asunto no está: la escena que muestran de la película de Tony bien podría ser de una de Assayas y, de hecho, el director de fotografía de ésta y muchas otras películas de ambos es el veterano Denis Lenoir.
Estas idas y vueltas entre el aparente bloqueo creativo de Chris frente a la fluidez, velocidad y –llamativamente para ella, viniendo de alguien que parece poco motivado por ese costado de su relación– alto contenido erótico de la escritura de Tony, y las sutiles distancias personales que se van acrecentando entre ambos se cortan, promediando la película, cuando ella le empieza a contar el guión que tiene, más en su cabeza que en el papel. Entonces, BERGMAN ISLAND prácticamente abandona a los protagonistas para meterse en la ficción dentro de la ficción. Esta otra película, que podría llamarse «The White Dress«, se centra en una joven cineasta («como yo, pero un poco más joven», dice y la interpreta Mia Wasikowska) que viaja a Fårö para una boda y allí se reencuentra con una pareja que tuvo y cuya relación todavía no ha superado del todo.
Entre esa ficción y la de Chris y Tony hay varios paralelos también, reflejando quizás distintas etapas y problemas en la vida de la protagonista. En cada caso, el tema que surge a primera vista tiene que ver con las dificultades de ambas para encontrar su lugar en un mundo que parece dominado por hombres que se muestran seguros de sí mismos, dominantes y sutilmente (o no tanto) crueles. Una simpática secuencia de «Bergmansplaining» no hace más que reforzar estos paralelos. Hansen-Løve deja en claro allí que tampoco en el mundo supuestamente «actualizado» de cineastas y críticos se toman demasiado en cuenta las opiniones de las mujeres. De hecho, los momentos más liberadores para los personajes femeninos tienen que ver con el baile y la música, algo que aparece en todo el cine de la realizadora francesa y que vuelve acá de la mano, entre otros, de ABBA.
BERGMAN ISLAND tiene una tramposa luminosidad, un clima apacible y hasta reposado –no tanto en la ficción dentro de la ficción, pero sí en la historia principal– que disimula un poco los aspectos más densos de la propuesta, algo que es bastante característico de la obra de la directora de EL PORVENIR, en cuyas películas siempre parecen transcurrir muchas más cosas por debajo de la superficie que a simple vista. De un modo en apariencia calmo, el relato funciona todo el tiempo como una serie de desvíos y tangentes narrativas, escenas que parecen intrascendentes o casuales, que solo cobran peso retrospectivamente. Pero no en un modo dramático clásico (no, el concepto del «arma de Chéjov» no se usa acá) sino cuando uno ya concluyó de ver el film y sus ideas empiezan a unirse entre sí, a formar un todo un tanto más conciso. El film –y el cine de Hansen-Løve en general– tiene la particularidad de ir armándose, integrándose y creciendo mientras uno lo piensa.
Acaso lo más complicado del relato sea su carácter un tanto «ombliguista» y el hecho de estar, como dicen ahora, lleno de «first world problems«. Cuesta un poco identificarse con los protagonistas y compartir sus malestares en función de la comodidad y el bienestar económico en el que viven. La realizadora no parece notar en las circunstancias que los protagonistas atraviesan los mismos «privilegios» que sí ve en los hombres que la rodean y ahí parece haber algún tipo de negación que por momentos incomoda. Si uno se deja llevar demasiado por ese costado un tanto «ricos con tristeza» que tiene la película se le dificultará engancharse con lo que sucede y no podrá entender porqué a Chris, con el paso de los días, ese lugar se le va volviendo más opresivo que bello, más angustiante que pintoresco, más… bergmaniano. «Mira este lugar –le dice a Tony al principio de su estadía, tras ver GRITOS Y SUSURROS en el cine del propio Ingmar–. Todo es más hermoso y menos duro que en sus películas. ¿Por qué nunca exploró la felicidad?». «Bueno, deberías venir acá en pleno invierno y lo entenderías», le responde Tony. Para Chris –para Hansen-Løve– no hace falta eso. Ambas pueden encontrar esa oscuridad escondida, como algunos fantasmas, en el medio de los arbustos florecientes del verano sueco.