Series: crítica de «Ted Lasso – Temporada 2», de Jason Sudeikis y Bill Lawrence (Apple TV+)

Series: crítica de «Ted Lasso – Temporada 2», de Jason Sudeikis y Bill Lawrence (Apple TV+)

Esta serie acerca de un coach estadounidense que dirige un equipo de fútbol inglés terminó una segunda temporada en la que no logró sostener la originalidad de la primera.

La primera temporada de TED LASSO fue una sorpresa, una revelación. A partir de una broma simple, que empezó en unos cortos publicitarios y no parecía poder extenderse mucho más que eso (una película, a lo sumo), Jason Sudeikis y su equipo de colaboradores lograron algo que parecía imposible: una muy buena serie construida alrededor de un excelente personaje cuya mayor particularidad era la de ser… una buena persona. No parece algo muy complicado de hacer, en principio, pero en algún punto lo es: ¿cómo establecer temporadas y temporadas de acontecimientos y problemas dramáticos con alguien que, a todas luces, aparenta ser un tipo simple, sencillo, sincero, humano, querible, generoso? Y parte del éxito de la temporada estuvo dado por eso. En medio de una pandemia que sacó las peores versiones de muchos de nosotros, Lasso era un bálsamo de amabilidad, casi la prueba de que tenía sentido seguir creyendo en el género humano.

Era evidente que esa magia tenía que dar paso a otra cosa, complicar el asunto para que no quedara girando sobre sí mismo, sobre la peculiaridad de tener un norteamericano sencillo del «midwest» tratando de entender cómo ser director técnico de un equipo — el ficcional AFC Richmond– de un deporte que, poco antes de llegar a Inglaterra, casi no conocía. Esas diferencias (además de otras ligadas a choques culturales entre estadounidenses y británicos) fueron perdiendo espacio y la segunda temporada tuvo como centro, por un lado, complicarle un poco la vida a Ted y, por otro, abrir aún más el juego a otros personajes de la serie que en hasta ese momento habían tenido un desarrollo menor. Lo que se dice, transformar a TED LASSO en lo que se llama «una comedia de ensamble».

Es así que la segunda temporada pierde respecto a la primera por varias razones. La primera, es que los otros protagonistas de la serie no son tan carismáticos como Lasso, salvo por el ahora ex jugador Roy Kent (Brett Goldstein) y la dueña del equipo, Rebecca Welton (Hannah Waddingham). Y aún en el caso de serlo, algunos de ellos se vieron enredados en tramas y asuntos que no generaban demasiado interés. Pero esto, convengamos, es un problema menor. Toda serie tiene subtramas con menor interés que la que suponemos central.

El segundo problema, algo que se revela más que nada en la segunda mitad de la temporada, pasa por dejar de lado al Lasso simple y carismático para convertirlo en un personaje más complejo, con sus problemas personales, sus ataques de pánico y sus miedos e idas y vueltas a la hora de lidiar con eso. En teoría, ese giro tiene sentido (no hay nadie que sea tan «puro» como el Ted de la primera temporada), pero el tipo de conflictos que le otorgaron los guionistas no escapa a los clichés y convenciones del género, volviéndolo un personaje prácticamente igual a muchos otros, de muchas otras series. Un tipo, ejem, «torturado».

La aparición de una terapeuta, Sharon Fieldstone (Sarah Niles), un personaje menos interesante de lo que debería ser, no hizo más que poner en primer plano la necesidad de hablar todo el tiempo, de una u otra manera, de los traumas y problemas personales de los protagonistas, sin vueltas ni ambigüedades, como si la terapia fuera una suerte de pócima mágica que pone en evidencia los conflictos en minutos y en algunos casos hasta los resuelve. Es cierto que TED LASSO juega, como serie, un poco desde la inocencia casi «mágica» a la hora de manejar ciertos asuntos (hay un episodio navideño, sin ir más lejos), pero por momentos eso iba a contramano con la perturbación y oscuridad psicológica que se buscaba.

De todos modos se trata de una serie que no ha perdido del todo su atractivo, especialmente el ligado el mundo en el que los personajes se mueven. Si bien el juego en sí tuvo menos espacio que en la temporada anterior esto no fue necesariamente un problema ya que, convengamos, el manejo del tema fútbol en la serie es siempre un poco torpe. Intencionalmente, lo sé, pero torpe al fin. El carisma de Lasso sigue sosteniendo la serie –por más que sus referencias a la cultura pop ya sean un chiste reiterado–, bien apuntalado por los citados Roy y Rebecca, a pesar de que a ella le tocó en suerte una subtrama limitadísima ligada a un interminable chat romántico con, SPOILER ALERT, un jugador del Richmond. Roy y Keeley (Juno Temple), en cambio, tienen una química mucho mejor y está muy bien utilizada aquí, especialmente a partir de sus vaivenes.

Los otros personajes –salvo algunos muy secundarios como Cristo «Dani Rojas» Fernández– se vieron envueltos en subtramas bruscas y en algunos casos desagradables, como la de Nathan Shelley, cuyo lado monstruoso (y sus repentinos cambios de ánimo) fueron entre excesivos y estereotipados en función de transformarlo en un inesperado villano de comic. Otros, como el «Coach» Beard, el prolijo ejecutivo Leslie o el caprichoso Jamie Tartt tuvieron sus episodios o segmentos especiales que, en realidad, no aportaron demasiado. A la larga, casi todos los asuntos de los personajes estuvieron ligados a problemas y traumas paterno-filiales (de Ted a Nate, de Rebecca a Jamie, casi todos tienen daddy issues) limitando un poco las posibilidades dramáticas de la serie.

Al transformar a Ted Lasso en un personaje como tantos, haciéndolo dar un discurso sobre «salud mental en el deporte», la serie perdió buena parte de su excepcionalidad y se volvió torpemente «actualizada». Tengo la sensación de que el clima multicultural actual no invita a tener un protagonista que sea hombre, blanco, norteamericano, amable y de la vieja guardia porque, bueno, no es el momento para ese tipo de shows. Se dice que han habido cientos y cientos de series a lo largo de la historia de la TV sobre hombres blancos de mediana edad y es tiempo para otro tipo de personajes. Hay algo de cierto en eso, es innegable, pero no debería ser una obligación o una exigencia que abarque a todas las series. Y Lasso era una excepción por su carácter old fashioned, casi nostálgico respecto a un modelo de serie y de protagonista «a la antigua». Y funcionaba bien. Como se dice en el fútbol, equipo que gana no se cambia. Acá, el técnico metió la mano en el banco de suplentes de la ficción y el Richmond puede ganar partidos pero ya no juega tan bien como antes. Igual, todavía sigue teniendo chances de ganar la liga… de las series de TV.