Series: reseña de «Sucession Ep.3.2: Mass in Time of War», de Jesse Armstrong (HBO)

Series: reseña de «Sucession Ep.3.2: Mass in Time of War», de Jesse Armstrong (HBO)

En el segundo episodio de la temporada, los cuatro hermanos Roy se reúnen para decidir si enfrentan o no a su padre por el control de la compañía. Pero las cosas no salen tan bien como Kendall espera.

El conflicto entre los Roy puede decidirse en una reunión de hermanos que transcurre en el cuarto de una niña, la hija de Kendall, cuyo nombre –para sorpresa de su hermano Roman– su padre recuerda. No es casual la elección del lugar por parte de los creadores: son los cuatro hijos del patriarca Logan Roy tratando de decidir sobre el futuro de su empresa y, en consecuencia, de su padre. Como una suerte de regresión a las infancias de todos ellos, el asunto se vuelve más complicado que en los papeles: ya no son cuatro (bah, tres) jóvenes inquietos que quieren mantener viva una corporación sino cuatro niños discutiendo sobre hacerle caso a papá o rebelarse, con las potenciales consecuencias del caso.

Papá Logan, en tanto, sabe hacerse presente. Cuando Kendall parece estar a punto de convencer a sus hermanos que quizás la mejor movida para convertir a Waystar Royco en una compañía moderna y «actualizada» sea sacándose al viejo carcamán de encima, el tipo les envía un paquete de donuts. En medio del cuarto, entre juegos de niña y almohadones de colores, la mínima sensación de hermandad empieza a resquebrajarse. Algunos piensan que las «donas» pueden estar envenenadas, a otros les preocupa –aunque no se sorprenden– que el tipo sepa que están los cuatro reunidos ahí. Pero en el fondo lo que esos dulces hacen es, básicamente, recordarles quién es el que manda, el que organiza todo, el que dispone. Y que ellos, en el fondo, son niños. De ahí en adelante, la mínima posibilidad de entablarle la guerra al viejo se esfuma. Mientras tanto, Connor sigue mirando las donuts pensando cuál comerse.

Esa «reunión infantil» es el centro del segundo episodio, que continúa la acción del primero inmediatamente, como dos partes de una misma secuencia de hechos. Kendall quiere venderle a sus hermanos una idea «progre» de la compañía que ni él mismo se cree: dos minutos después, tras la cadena de rechazos «fraternos», le espeta a Shiv una serie de agresiones misóginas que lo harían cancelable en cualquier red social. Sale a la luz además que todos, con más o menos detalles, sabían lo que pasaba en los cruceros de la compañía (una buena forma también de darle o recordarle esos detalles a la audiencia sin que se sienta como exposición), aunque en ese sentido Shiv es la que, por estar fuera de la empresa y por ser algo que hablaban en «el boys’ club«, menos información precisa tenía.

Roman, en tanto, pese a sus permanentes bromas y maldades, se asusta con desafiar al padre pero también a Gerri, que del otro lado del teléfono sabe cómo operarlo, controlarlo, hasta seducirlo en esa relación tan rara que tienen. A Shiv la quiebra la decisión de Ken de querer ponerse él al frente de la versión 2.0 de Waystar, volviéndole a echar en cara su falta de experiencia. Ella puede ser «humillada» por su padre –bah, está acostumbrada–, pero no lo va a soportar de parte de su poco confiable hermano. Y a Connor se lo convence, bueno, con donas. Y todo se rompe. Los niños se pelean entre ellos y papá Logan se sale con la suya. O eso parece.

Fuera de esa reunión el episodio presta atención a las dudas de Greg, otro que parece querer abandonar el barco de Kendall. En su despiste habitual, no sabe cómo elegir abogados y si es él quién tiene que hacerlo. Pide consejos a las personas equivocadas («¿le escribo un texto a mi profesor y le pregunto?«, le dice una amiga a la que convocó para consultarla porque acaba de empezar a estudiar Derecho) y termina en una rara encerrona: asesorado por el abogado de su abuelo, un hombre que no quiere derribar a Logan Roy sino al «sistema capitalista desde adentro». «Eh… yo solo quiero conservar mi trabajo y no ir a la cárcel», le dirá Greg.

Marcia (Hiam Abbass) reaparece también, pero con exigencias. Logan necesita dar una imagen familiar sólida y la convoca a Bosnia. Pese a todas las humillaciones previas, ella va, llega y sonríe. Pero luego, en un amable pero firme tono de voz, deja en claro que su «regreso» a la familia será con mucho dinero encima y solo para las cámaras que los esperan cuando bajan del aeropuerto. El tema de las «ópticas» (sic), de cómo se ven públicamente como familia y compañía, será fundamental en la temporada. No importa lo que pasa adentro, lo central es la imagen que se da a los accionistas y al mundillo empresario/político.

El episodio dos está plagado de bromas, ironías y pequeños chistes internos, desde el literal Caballo de Troya que les envían al piso («¿querés que lo revise por dentro?«) hasta los juegos de poder que surgen todo el tiempo entre los miembros de la familia y los que la rodean. Tom vuelve a aprovechar para agredir verbalmente a Greg por teléfono y el temible Stewy (Arian Moayed) reaparece para dejar en claro que tampoco está dispuesto a seguir ciegamente a Kendall. De a poco queda claro que el envión inicial del hijo díscolo va perdiendo velocidad, apoyos, sostén. El tipo puede creer que su movida de defensa y ataque a la vez fue la decisión correcta, pero las mañas de la vieja guardia siguen funcionando. Logan ya pasó por varias situaciones así y le cabe a la perfección aquello de que «el zorro sabe por zorro pero más sabe por viejo». Y unas donas rociadas con la shakespeareana amenaza de veneno le alcanzan para asustar a todos.