Estrenos online: crítica de «Finch», de Miguel Sapochnik (Apple TV+)
Tom Hanks, un robot y un perro son los protagonistas de esta mezcla de drama y road movie post-apocalíptica en la que un hombre debe sobrevivir a la destrucción del planeta a causa del calentamiento global.
La forma más obvia de referirse a esta película –quizás, hasta la manera en la que comenzó, como un guión autogestionado de los guionistas Craig Luck e Ivor Powell, que trascendió lo suficiente como para terminar integrando la codiciada black list— es «NAUFRAGO en un Estados Unidos post-apocalíptico». De hecho, hasta uno podría imaginar al personaje de aquel film de Robert Zemeckis del 2000, también encarnado por Tom Hanks, metido en otra circunstancia complicada en la que no le queda otra que estar totalmente solo y hablar con un perro y un robot. Una versión cómica de este film podría ir por ese lado, con Hanks poniendo cara de «no puedo creer que tengo que lidiar con esto otra vez».
Se ve que a Hanks le gusta esto de actuar solo o casi solo. Al verla, uno podría suponer que es una película hecha en plena pandemia, ya que fundamentalmente hay un solo actor a lo largo de toda la historia, pero no es así. FINCH, conocida como BIOS hasta hace relativamente poco pero con título nuevo desde hace unos meses, fue filmada en 2019, antes de que el propio Hanks viviera en carne propia los efectos del COVID-19, siendo una de las primeras celebridades en contagiarse. Lo que sí tiene que ver con la pandemia es su demorado estreno y su cambio de plataforma: iba a ir a cines vía Universal pero terminó siendo adquirida por Apple TV para ser quizás la película más ambiciosa de la empresa. Lo que seguramente es bueno para Apple no lo es para la película ya que FINCH es el típico relato que podría aprovechar las dimensiones de una pantalla grande.
Dirigida por Miguel Sapochnik, el realizador británico de origen y familia argentina (es hijo de la reconocida psicóloga Viqui Rosenberg y primo, por ese lado de la familia, de los escritores Martín Caparrós y Santiago Amigorena) que consiguió un amplio reconocimiento a partir de los excelentes y ambiciosos episodios que hizo de GAME OF THRONES –como «Hardhome» y «Battle of the Bastards»— y que además será uno de los showrunners de su precuela HOUSE OF THE DRAGON, FINCH arranca en el medio de los hechos. No sabemos qué pasó pero los caminos que recorre Finch con su van lucen como salidos de MAD MAX, con negocios destruidos, edificios abandonados y la ciudad que recorren convertida en un desierto urbano. Hay otra particularidad: la temperatura suele andar por los 60 grados, hay radiación por todos lados y salir a la luz es casi condenarse a la muerte.
Finch recorre esa ciudad buscando víveres, teniendo ya casi todo el mapa marcado con los lugares en los que ya sabe que no hay nada. Está muy flaco, con la barba bastante larga y con la salud un tanto maltrecha pero se las arregla –bueno, es Tom Hanks– para tararear canciones y ponerle un poco de «onda» a la situación, aún cuando cada tanto hay unas tormentas de arena que se llevan todo puesto. Su «sparring» para conversar es un perro llamado Goodyear, y la relación hará recordar a los espectadores más veteranos a SOCIOS Y SABUESOS, de 1989. Sabemos que Hanks y un perro simpático puede ser suficiente para toda una película, pero pronto notamos que Finch tiene otros planes.
Si bien ya tiene un robotito símil Wall-E que recoge cosas y entra a lugares donde el sol le impide acceder a los seres vivos, una vez que Finch regresa a su bastante impactante bunker –se ve que el hombre es algún tipo de ingeniero, inventor o ambas cosas a la vez– vemos que pasa sus días armando un robot más clásico, uno que hable, camine y desarrolle su inteligencia. Tras unos fallidos intentos, el tipo lo logra y ahí aparece quien luego será conocido como Jeff. Encarnado en motion capture por Caleb Landry Jones, el robot aprende rápido, demasiado rápido. En muy poco tiempo, ya habla, camina, conversa y hasta empieza a entender el humor de Finch, sus ironías y metáforas. ¿Se tratará de un riesgo?
De ahí en adelante, FINCH se volverá una historia con reminiscencias bíblicas en la que el protagonista, su perro y sus robots deberán irse del bunker ante un inminente desastre natural que, sabe, destruirá el lugar en el que viven. Subidos a la van, deciden poner rumbo a San Francisco, ya que se supone que allí las cosas podrían estar un poco mejor. O quizás sea por otros motivos, que iremos conociendo con el correr de los minutos. Una road movie post-apocalíptica, la película de Sapochnik empezará a centrarse cada vez más en la relación entre Finch y Jeff, fundamentalmente en la necesidad de que el humano –que creó al robot con motivos muy específicos– logre «soltar» de algún modo y confiar en él, una máquina, para ayudarlo a seguir adelante y no solo en lo que respecta al viaje.
La película funciona por territorios reconocibles de la ciencia ficción (SOY LEYENDA es otra referencia aplicable aquí), pero la lógica de FINCH, después de un tiempo, se vuelve más humanista, más cercana al drama familiar, casi una historia de cómo van cambiando las relaciones entre un grupo a través de un largo viaje en auto, como si Finch, su robot y su perro fueran una suerte de grupo que está tratando de aprender a convivir, a soportarse y a ayudarse en unas circunstancias un tanto especiales. En cierto modo la relación entre Finch y Jeff es de padre e hijo, ya que el guión define al robot como alguien que necesita aprender y al hombre como su «figura paterna» que enseña y reta, que apoya pero también critica y con quien se enoja.
Es, a su vez, una película que sin hacer grandes discursos al respecto –por suerte, en ese sentido, funciona de una manera más clásica que las recientes superproducciones ecologistas tipo DUNA y ETERNALS que parecen tener necesidad de declamar cada diez minutos la necesidad de «salvar el planeta»–, deja en claro las potenciales consecuencias del cambio climático: están a la vista. Es claro que Hanks tendrá esos monólogos actorales que parecen hechos a medida para este tipo de films un tanto «en solitario», pero en general van menos por ese lado que por contarle a Jeff «cuentos» que, en cierto modo, narran su propia historia y sintetizan su forma de ver el mundo, demasiado endurecida por las violentas circunstancias que le tocó atravesar para subsistir y llegar vivo hasta allí.
Entre los puntos flojos del film uno podría mencionar que Jeff, en determinados momentos, empieza a volverse un tanto molesto e irritante, con su constante necesidad de tirar datos, hablar, decir algo, en plan robot cómico de las películas de los años ’80 (no olvidar que este film tiene producción de Zemeckis y Amblin, lo cual lo une a cierta tradición spielberguiana ochentosa) o de cine de animación. Pero de a poco eso va dando paso a algo más íntimo, profundo y sensible. Y FINCH logra hacer pie en ese territorio enorme pero íntimo a la vez en una película que habla de un mundo al borde de la destrucción pero, más que ninguna otra cosa, de la necesidad de confiar en el otro, de entender que esa es la única manera de que haya un futuro posible. Si no para nosotros, al menos para las futuras generaciones.