Festival de Mar del Plata 2021: crítica de «Il buco», de Michelángelo Frammartino
Esta ficción con elementos documentales retrata la exploración que tuvo lugar en los años ’60 de un profundo pozo en ubicado en medio de la tierra en el sur de Italia. Del director de «Le quattro volte», ganó el Premio Especial del Jurado en el Festival de Venecia
En un programa televisivo en blanco y negro se ve a un periodista subir a un rascacielos –la Torre Pirelli– por el lado de afuera (en un montacargas) e ir describiendo a la gente que trabaja allí adentro, todos empresarios de Milán, parte de la pujante industrialización del país que tuvo lugar después de la Segunda Guerra Mundial. Los que miran ese programa, sin embargo, están en un pueblito pequeño, bello y silencioso de Calabria, rodeado de vacas y mulas, en el que lo único que brilla es un cartelito avejentado de Cinzano. Son las dos Italias de entonces –quizás también de ahora–, dos caras muy distintas de un mismo país.
La nueva película del realizador de LE QUATTRO VOLTE regresa al tono y al tipo de escenarios que le gustan, solo que aquí hay un elemento distintivo: se trata de una ficción. Aunque no lo parezca, lo que hace Frammartino es adaptar a su estilo lo que cualquier otro cineasta podría haber contado de una forma convencionalmente dramática o hasta en tono de película de aventuras. El eje del film es una expedición que parte en tren desde ese norte industrial para viajar hacia los campos de la zona de Calabria (en Pollino) a investigar un «buco» (pozo, agujero) que han encontrado en ese lugar. Corren los años ’60 y los expedicionarios son un grupo grande de jóvenes aventureros, los Indiana Jones de este relato coral.
IL BUCO tiene dos ejes en paralelo. O, más bien, dos miradas que observan las cosas de un modo diferente. Por un lado, un anciano pastor mira el camión llegar, la gente acampar y preparar su expedición en medio del valle verde en el que sus animales pastan. Su rostro no dice nada pero, como si fuera usado como para recordar el famoso Efecto Kuleshov, uno puede notar que su mirada deja entrever una cierta amargura, la sensación de estar siendo invadido por un grupo de extraños que, con sus cascos y luces, parecen extraterrestres.
La otra mirada es la de los propios protagonistas. Frammartino no crea personajes y casi no usa diálogos. La cámara del DF Renato Berta (colaborador de Resnais, Chabrol, Rohmer y muchos otros) registra el movimiento, va siguiendo los pasos de este grupo que llega al lugar llamando la atención de los locales, se instala en sus carpas y luego empieza su lento descenso por el interminable pozo que no se sabe adónde lleva ni cuándo termina. Es un relato de ficción observacional, que va cortando esos interiores peligrosos con los paisajes campestres y montañosos que secretamente los contienen.
El recorrido hacia abajo es complejo, escabroso, infinito. Uno tira una piedra y, como si fuera parte de un episodio de EL SEÑOR DE LOS ANILLOS, no se escucha nada, solo ecos de algo que desciende y no para de descender. Para el director toda esta experiencia sirve para hacer un retrato de esas dos Italias, del norte y el sur, de la industrial y la campestre, y quizás de esos secretos pasajes profundos que los unen a todos con la historia física del lugar.
Es un film contemplativo, que obliga al espectador a prestar atención a detalles –el movimiento de un cuerpo en las sombras, la luz que entra en el pozo (se llama el Abismo de Bifurto y está en el Parque Nacional de Pollino), la niebla que recorre el campo, las vacas que «leen» papeles de revistas que encuentran en el campo– y que funciona, narrativamente, con la tensión que tienen los relatos de exploración. ¿Qué habrá al final del camino? ¿Llegarán todos vivos allí? Y si bien Frammartino no está interesado en el suspenso, es inevitable ponerse en la piel de los que bajan y bajan y bajan sin saber si hay un final.
Once años tardó el realizador en terminarla –son los que pasaron desde su film anterior– y en algún punto IL BUCO funciona como sumatoria de todas sus obsesiones y refinamiento también de sus técnicas de observación. Y si bien el director parece usar al pastor como punto de vista crítico de esa invasión de jóvenes hombres del norte, la película escapa de ese dualismo simplista y genera empatía con los arriesgados exploradores, interpretados por verdaderos expertos en espeleología. Unos y otros, de distintas maneras, se sienten parte de esa tierra y quieren conocer todos sus secretos.