Series: reseña de «Succession Ep. 3.6: What It Takes», de Jesse Armstrong (HBO Max)

Series: reseña de «Succession Ep. 3.6: What It Takes», de Jesse Armstrong (HBO Max)

El sexto episodio de la temporada es el más político de todos y se centra en los Roy yendo a un encuentro republicano en el que se decide el futuro candidato del partido. CON SPOILERS.

En el baño de un cuarto de hotel, mientras varias cosas más parecían estar sucediendo por detrás de las palabras (un proceso de «seducción electoral» que tuvo bastante de sexual), la familia Roy parece haber hecho la apuesta política más fuerte y peligrosa de su historia (SPOILERS): apoyar a un candidato que, a todas luces, parece ser de la derecha más extrema. O, como dijo Shiv que se oponía a su elección, un líder bastante similar a Putin, Bolsonaro y Berlusconi. Lo curioso del juego que SUCCESSION hace con la realidad un poco paralela en la que existe es que en esa lista falta Donald Trump, quizás el modelo más evidente, al menos en los Estados Unidos, del tipo de político que representa Jared Mencken (Justin Kirk) y probablemente el que más ha hecho en todo el mundo (ver los resultados de las elecciones de ayer en Chile o la muy buena performance electoral de Javier Milei en Argentina) para generar esa idea de una «nueva derecha rebelde».

El episodio más político de la historia de SUCCESSION sirvió para tomar conciencia, si uno no lo había hecho ya antes, del mundo en el que habitan los Roy y qué tipo de familia son: además de complicada, peligrosa. El aislamiento en el que suelen vivir –y lo poco que la serie nos muestra del mundo real que se ve afectado por sus acciones– nos hace olvidar que, fundamentalmente, es una empresa que tiene mucho en común con la dueña de Fox News (los Murdoch) y que su espacio mediático es uno que está al borde del espectro político civilizado. Y que lo único que les importa es hacer crecer sus números, pase lo que pase con el resto de la humanidad.

Los que nos encariñamos con el humor ácido de Roman Roy tuvimos un fuerte recordatorio de qué tipo de persona puede llegar a ser al verlo convencer a su padre de que el mejor candidato para apoyar es el «tirabombas» Mencken, alguien al que el término neo-fascista le cabe a la perfección. Seguramente Roy no lo hace por convicción política sino por interés comercial –se da cuenta que a su canal ATN le rendirá mucho más este personaje que los otros candidatos republicanos, mucho más blandos– pero así suelen comenzar estas cosas. Ya parece bastante probado que los políticos de ultraderecha consiguen posicionarse primero como bufones al servicio de los medios –que los invitan una y otra vez a hacer su espectáculo en vivo– y luego convenciendo a los votantes que son una opción posible.

La que también decepcionará a sus fans es Shiv, metida en el conflicto de querer seguir posicionándose como la heredera del imperio de Logan siendo una mujer más moderada en lo político, que viene de una carrera lejos de la empresa y hasta trabajando para el Partido Demócrata. Es claro que se opone a apoyar a Mencken en esta rara convención hotelera en la que los políticos juegan su danza de seducción con empresarios y donantes poderosos y que es el centro del episodio, pero con la decisión de Logan tomada a la chica no le queda otra opción que prestarse para la foto y seguir siendo parte del circo.

Mientras los Roy de Waystar están en su danza política –que, admitamos, es muy divertida pese a lo desagradable del ambiente–, Kendall parece ir perdiendo los pocos papeles que le quedaban en el enfrentamiento contra su padre: se da cuenta que sus evidencias no son tan evidentes, despide a su prestigiosa abogada y al final –en esa notable escena en un restaurante que tiene con su «cuñado» Tom– queda claro que no le quedan muchas más opciones que ciertos recursos desesperados y hasta un tanto humillantes para poder seguir en la pelea por el poder. Entre la peligrosidad de Logan, la desesperación de Kendall, la elección de Roman y la impotencia de Shiv, de golpe el más coherente y tolerable de la familia parece ser el outsider Connor, que sigue tratando de que lo tomen en serio como político. ¿Quién sabe? Quizás siga teniendo alguna posibilidad en la carrera.

A falta de poder empatizar con los Roy, son Tom y Greg –de nuevo– los que nos dan algo de humanidad, de cariño por lo aparentemente difícil de su futuro y hasta de humor. Obsesionados ambos por lo que podría ser tener que pasar un tiempo en la cárcel, se dedican a investigar cómo sería su vida allí («I’ve read the prison blogs, Greg. I know», dice Tom), conversando entre ellos y con otros participantes de esa convención sobre el tema y angustiándose cada vez más por lo que, suponen, les espera. Tom le teme a la comida y da hilarantes ejemplos de cómo imagina que será. Greg está preocupado por eso pero también porque cree que le harán bullying por su altura («I could be a target for all kinds of misadventures»). Y a ambos le queda claro que, ante todo, deben «proteger» a su inodoro con todas sus fuerzas. Más desesperante, imposible.

En la segunda mitad de la temporada, SUCCESSION va cerrando el tema de los accionistas de la compañía y el ataque intrafamiliar parece ir quedando en la nada. De acá en adelante da la impresión que la relación con el mundo de la política será el eje principal del resto de la temporada, más allá de que habrá episodios (como el próximo, quizás el mejor de la temporada) que funcionan un poco más como «islas» dentro del relato general. El peligro de eso es que la tenue simpatía que nos causan los Roy puede ir desgastándose con ese corrimiento al sector más extremo del arco político contemporáneo. Pero, seguramente, Jesse Armstrong y su equipo harán lo imposible por ofrecernos maneras de no perderles del todo la paciencia.

El futuro de la serie pinta extraordinario desde lo creativo –sigue funcionando todo a la perfección más allá de algunos excesos de «farsa» que para mí tuvo el episodio cinco, con los diálogos cada vez más afilados y punzantes, y los actores en plan Masterclass– pero también bastante peligroso desde su relación con el mundo real. En episodios como «What it Takes», SUCCESSION deja en claro que ese universo enrarecido y alejado en el que parecen vivir sus personajes termina afectando a todos. Si hay que hacerlos elegir entre el futuro de la empresa y el futuro del país, los Roy tienen muy en claro cuál es su prioridad. Y lamentablemente no son los únicos.