Estrenos online: crítica de «Listening to Kenny G», de Penny Lane (HBO Max)

Estrenos online: crítica de «Listening to Kenny G», de Penny Lane (HBO Max)

Este documental que estrena HBO Max dentro de su ciclo «Music Box» se centra en el célebre saxofonista cuya música ha sido tan exitosa como criticada a lo largo de varias décadas.

Para los que empezamos a escuchar música más o menos seriamente en la segunda mitad de los años ’80 y principios de los ’90 había una referencia de todo lo que estaba mal en el mundo del pop: Kenny G. Sí, el saxofonista flaco y larguirucho de pelo largo y enrulado que se convirtió en una super-estrella tocando una suerte de smooth jazz que se escuchaba en todos lados y a todas horas. Jamás compré un disco suyo pero viendo LISTENING TO KENNY G, el excelente documental que Penny Lane hizo sobre el hombre y su música, me di cuenta que conocía muchas de sus canciones de memoria. ¿Cómo? No lo sé, quizás porque sonaban todo el tiempo en ascensores, shoppings, salas de espera de médicos, oficinas laborales y así. Lo quieras o no, esa suerte de sonido de mosquito irritante que circula alrededor de tus oídos a las dos de la mañana se habrá impregnado en tu cerebro.

La directora de los documentales OUR NIXON y HAIL SATAN?, entre otros, es la persona adecuada para llevar adelante un film así, que trata de mantener una fina línea respecto a su personaje, una que el mismo Kenny acepta, o aprendió a aceptar. No es un film que se burle de él ni mucho menos, pero es uno que incluye a mucha gente criticando su música, su fama, su sonido, su falta de respeto por las tradiciones del jazz y confesando cuánto lo irritan sus canciones en paralelo al propio artista, algunos programadores radiales y muchísimos fans explicando el placer que les causan sus canciones y el dinero que generan.

Es así que la película empieza con críticos de jazz y eruditos musicales, profesores universitarios y músicos profesionales, siendo «torturados» con algunas de sus exitosas canciones de los ’80 y ’90, para luego ir tratando de analizar y explicar qué es lo que les molesta de su música. Algunos logran hacerlo de manera convincente –entre ellos, el crítico de jazz de The New York Times, Ben Ratliff–, mientras que a otros les cuesta más, les resulta algo más cultural que musical: Kenny G es casi sinónimo con todo lo que no era cool en la época en la que logró vender más de 75 millones de álbumes.

En paralelo está el mundo de Kenny, en su lujosa mansión, practicando y grabando obsesivamente, jugando al golf y hablando con preparada naturalidad sobre su historia, su música y su complicada reputación. Gorelick (ese es su apellido real) sabe que su música es odiada por críticos y especialistas pero no solo a él le gusta sino que tiene como «evidencia» los álbumes vendidos, los fans que lo veneran, los shows en vivo realizados en todo el mundo y su continua popularidad en ese segmento. A todo eso, el hombre –bien asesorado– le ha agregado una figura pública cool, que intenta hacerse cargo de lo que su música produce y se ríe un poco de todo eso.

Kenny G fue objeto de bromas de parte de todos. No solo de los músicos de jazz (Pat Metheny escribió un brutal texto cuando G hizo un duo virtual con Louis Armstrong) y de los críticos que lo consideran una suerte de apropiador cultural de tradiciones de jazz que no respeta, sino a nivel masivo: programas de animación, talk shows, noticieros y programas de humor hacían parodias con él y sus canciones. Pero aún con todo eso en contra, Kenny sobrevivió. En China, por ejemplo, su canción «Going Home» se convirtió en la banda sonora que acompaña los cierres de negocios, fábricas y se escucha hasta en los medios de transporte en los que las personas regresan a sus hogares. A tal punto los chinos tienen esa canción incorporada al hecho de partir que cuando Kenny la tocó en la mitad de un show que hizo allí la gente empezó a retirarse de la sala del concierto.

LISTENING TO KENNY G tiene esa cualidad que no es usual en los documentales. Es uno que se permite ser crítico, «escuchar a las dos campanas» y entender porqué para determinadas personas su música es la banda sonora de importantes momentos de sus vidas (casamientos o noches románticas, fundamentalmente) mientras que para otros es lo más parecido a una tortura, a un acto de apaleamiento sonoro. Pero en este enfoque generoso que presenta Lane, aún los más críticos pueden entender –o están empezando a reconsiderar, quizás a partir de su colaboración con Kanye West hace algunos años– el atractivo que para algunos tiene su música.

Tratar de entender de dónde viene su música es complejo también. Sus comienzos estuvieron relacionados a bandas escolares de jazz pero rápidamente viró a acompañar a músicos de R&B, género y público que lo acepta mucho más que otros, y luego fue armando su propio sonido, que no es fácilmente ubicable en las tradiciones del jazz ya que no dialoga con su historia. El propio Kenny admite que entonces sabía muy poco del tema y que ahora está tratando de reparar esa deuda incorporando standards de jazz en sus shows, aún reconociendo que a su heterogéneo (pero mayormente blanco y de más de 50 años) público mucho no le interesa profundizar en el género. Lo que todos coinciden es que su fama es, también, producto de una serie de expertas decisiones de marketing que crearon un género, una imagen y una «necesidad musical» donde no la había.

LISTENING TO KENNY G quizás no sea un documental iluminador porque tal vez no haya tanto que iluminar respecto del tema. La dificultad de analizar a artistas cuyas carreras –cuya música, convengamos– no son relevantes es quedarse en el gesto hipster de hacerlo. Y si bien la película por momentos corre el riesgo de ser un chiste irónico para entendidos, da la sensación que la realizadora logra evitar los trazos más gruesos y excesivos de ese mismo gesto tratando de hacer que esos mundos enfrentados entre sí encuentren, de algún modo, un punto en común. El gusto es algo difícil de explicar y complicado de criticar. Quizás uno pueda tratar de hacerlo y, cerebralmente, analizar los motivos del éxito de Kenny G. Lo que no podrá –o al menos no pude yo y lo he probado– es poner un álbum suyo después de ver la película y escuchar más de tres canciones. Quizás algunos de ustedes puedan. Y estará más que bien. Yo paso.